Nuestro hermano. Bienaventurados los pobres de espíritu - Alfa y Omega

Dicen que las herencias revelan la realidad de las personas, nuestro auténtico tejido humano. Todos conocemos historias truculentas sobre lo mezquinos que podemos llegar a ser por un puñado de mucho o por un puñado de nada. Pero los que desvelan nuestro verdadero tejido humano, más que el dinero, son a menudo nuestros propios hermanos.

Nuestros hermanos son con quienes compartimos más carga genética, nuestro prójimo más a mano, más próximo aún en la distancia, y, por eso, quienes más nos dicen quiénes somos cuando nos queremos y cuando nos llegamos a odiar. O simplemente cuando nos ponemos mutuamente nerviosos y nos entendemos poco o nada. Fui a ver el pasado jueves Nuestro hermano y quedé encantada. Mejor dicho, emocionada. Y algo más: agradecida. Para empezar, es un texto de calidad, de matices, de los que hacen reír y a veces asomar las lágrimas con inteligencia y sin dramas —aún en los que puede verse como un drama—. Y con unos diálogos que son una auténtica gozada.

Es una familia, que pudiera ser de cualquiera, con una peculiaridad: hay un hermano con discapacidad intelectual. Y dos hermanas que resultan familiares. Teresa (interpretada por Raquel Pérez), es una de esas mujeres tan españolas (bueno, quizás es un tipo de mujer universal), permanentemente cabreada por no se sabe muy bien qué, gritona, mandona, francamente insoportable. Y María (Cecilia Freire), es otro tipo de mujer que resulta también muy cercano: quien se va para vivir su vida no acabando de hacer lo que quiere hacer, y está sola. Vienen del entierro de su madre con Jacinto, su hermano pequeño y con discapacidad intelectual (Juan Ruiz de Somavía), que se ha quedado desamparado, sin quien le cuidó toda su vida, sobreprotegido, casi mimado, como a menudo pasa. Y entonces, ¿qué ocurre? No voy a descubrirlo. Sólo diré que nuestra humanidad acaba estando en manos de los que son aparentemente más débiles. Quienes también, vamos a pintar con justicia el cuadro, pueden tener su buen rato de simple mala baba y hasta de cara dura. Son discapacitados intelectuales, pero no tontos. Esta es una diferencia muy importante que se descubre con el trato.

Escribí que salí emocionada y es cierto. Quizás porque queda muy en sordina el trabajo de auténtica filigrana y cariño al escribir esta historia (Alejandro Melero) y al dirigirla y versionarla (José Manuel Carrasco), así como el mucho amor y detalle también al interpretarla. Porque sólo se ve el resultado: los tres actores naturales, creíbles, medidos, perfectos, desde el modo de moverse de Jacinto y ese mirar suyo sin mirar con las gafas caídas y las manos agarrotadas, a ese chándal de Teresa —¡todo lo que puede decir de una mujer un chándal rosa chicle bien llevado!—, pasando por ese gesto de María al abrazar a su hermano. De verdad: qué tres actores más sólidos y cómo emocionan cada uno. El proceso de llevar a cabo esta obra ha implicado un trabajo en la Fundación Juan XXIII de convivencia con personas discapacitadas, lo que es patente y por eso se hace invisible: son hermanos reales con su hermano discapacitado.

Pero digo que salí algo más que emocionada: salí muy agradecida a todos los que han hecho Nuestro hermano, a la producción de Factoría de Arte y Desarrollo. Creo que han reflejado ese mundo de manías incomprensibles y a la vez tronchantes, de tics constantes, de ocasionales furias —a veces totalmente justificadas—, del “¡no te toques!”, de esa sensación de responsabilidad que a veces podría verse como un peso del que necesitas libertarte, del cariño y a la vez del qué pelmazo eres, macho, o del tú lo que tienes es mucha cara, guapa. O sea, de todo eso que puede vivir alguien que tuvo o tiene un hermano discapacitado. O, simplemente, un hermano.

Me parece que lo de la herencia que deja la madre es una excusa teatral y que es lo de menos, aunque tenga su gracia. Lo más importante es esa estampa que pinta Nuestro hermano: bienaventurados los pobres de espíritu porque seguro que tienen algo que revelarnos. No hay mucha diferencia entre los tics de Jacinto y las manías de sus hermanas, pobres los tres al fin y al cabo. Como dice Jacinto, que se declara comunista, todos somos iguales. Y por eso, muchas gracias al equipo de Nuestro hermano. Vuestra historia llega muy especialmente a los hermanos.

¿Un pero? Un final que se me hizo súbito y un sonido que creo que es mejorable. Si Jacinto habla como tiene que hablar —y es difícil a veces entenderle, como debe ser—, hay que ajustar el sonido. O quizás fuera la sala.

Nuestro hermano

★★★★☆

Teatro:

Teatro Fernán Gómez

Dirección:

Plaza de Colón, 4

Metro:

Colón

OBRA FINALIZADA