No es verdad 711 - Alfa y Omega

No era difícil prever que la Visita de Su Santidad el Papa a España tendría la consabida triste y sectaria manipulación a la que nos tienen acostumbrados determinados medios de comunicación; pero, en esta ocasión, tanto el mensajero como el mensaje han debido de hacerles mucha más impresión que en otras ocasiones, porque la manipulación ha alcanzado cotas difícilmente superables. Les ha importado un bledo lo que Benedicto XVI ha hecho y ha dicho, aparte de lo que dijo en el avión que desde Roma le traía a Compostela. En eso se han quedado, e incluso eso lo han manipulado. «El Papa revive el fantasma del anticlericalismo», ha titulado El País. ¿Sí? ¿De verdad que ha sido el Papa quien ha hecho eso, o lo que el Papa ha hecho ha sido lamentar que ZP y su Gobierno lo lleven haciendo desde hace años, en España? Hace falta mucho cinismo y mucha hipocresía farisaica para pasarse la vida calumniando, mintiendo, insultando, creando un clima irrespirable y asfixiante de rencor y de odio; y cuando, respondiendo a preguntas de los periodistas, el Papa constata lo que hay, se rasgan las vestiduras y trasladan al que denuncia y condena la culpabilidad de sus propios errores.

Hace falta mucha malevolencia para informar –¡qué corrupción hasta de las palabras!– de que «el Papa viene en son de guerra». El Papa, en el citado avión, dijo exactamente lo que tenía que decir y, si de verdad, con honradez, alguien lee lo que exactamente dijo, se convencerá de ello. En estas mismas páginas de Alfa y Omega están íntegramente reproducidas sus palabras, e invito a los lectores a que las lean detenidamente y lo comprobarán. La guerra, si la hay, desde luego no proviene del Papa. Algunos, como Juan G. Bedoya, que ya nos tienen acostumbrados a su falta de ética profesional, esta vez se han pasado lo indecible de la raya. Hace falta muchísima ignorancia irresponsable para escribir, atribuyéndolo al Papa, que «sólo desde una ignorancia irresponsable puede afirmarse que en España se practica hoy un laicismo agresivo». ¿La ley que convierte en un derecho el asesinato de un ser humano en el seno de su madre, qué es? ¿El aniquilar a ancianos o enfermos inservibles, qué es? ¿El querer equiparar, por ley, con el matrimonio, cualquier ajuntamiento de cualquier índole, qué es? ¿La ideología de género, qué es? ¿El lavado de cerebro a nuestros hijos con la llamada Educación para la ciudadanía, qué es? ¿El irse a Afganistán cuando viene el Papa, qué es? ¿Que los monjes del Valle de los Caídos tengan que celebrar la Misa fuera del recinto, porque dentro se lo impiden, qué es? ¿Los insultos al Papa, a los obispos, el intento de retirada de los crucifijos, qué es? ¿Hay o no hay laicismo agresivo en España hoy? Pensar, como hace el tal Bedoya, que el Papa comete deslices porque está mal informado, supone, o tal ignorancia culpable, o tal capacidad de insidia, que repugna. ¿Qué cree: que el Papa es el Presidente o el Consejero Delegado de Prisa? Y mentir descaradamente, intentando que repetir mil veces la misma mentira se convierta en verdad, es profesionalmente nauseabundo. El Estado español, y Bedoya lo sabe, no da un duro a la Iglesia. No ocurre lo mismo al revés.

Da toda la impresión de que ZP y todo su mariachi gubernamental y de terminales mediáticas tenían la impresión –en otros sitios de Occidente también está empezando a ocurrir– de que Satanás y sus logias tenían la partida ganada; y como están viendo que no –y más que lo van a ver–, les entra la temblaera y recurren a lo único que saben hacer: deformar, mentir y tratar de engañar; pero hace ya bastante que se les vio el plumero. Benedicto XVI, en el avión de marras, lo que hizo fue una propuesta de encuentro, no de desencuentro, entre la fe y la laicidad bien entendida (el laicismo agresivo es otro cantar). Los progres de guardarropía, como el Pedro J. que, en el programa de Buruaga, dijo que el Papa oponía fe y modernidad, o no se enteran, o no quieren enterarse; porque el Papa lo que hizo en ese avión fue precisamente denunciar la oposición entre fe y modernidad que hacen Zapatero y sus progres de salón.