La fecunda alianza con María - Alfa y Omega

La fecunda alianza con María

«Todos los que vengan aquí a rezar deben experimentar la gloria de María»: era el 18 de octubre de 1914. El padre Joseph Kentenich (1885-1968), sacerdote de la Orden de los Pallottinos, fundada por san Vicente Pallotti, dirigía estas palabras a un pequeño grupo de jóvenes que le escuchaban en el pequeño santuario de Schoenstatt, una ermita abandonada, a pocos kilómetros de Coblenza. Hoy, casi cien años después, es el centro espiritual de un movimiento eclesial presente en un centenar de países, con más de 400.000 miembros. Se podría decir: es el más antiguo de los movimientos actuales

Colaborador
El padre Kentenich en un momento de su vida

El padre Kentenich fue un sacerdote forjado en la adversidad. No tuvo una infancia fácil: fue hijo de madre soltera, Catalina Kentenich, quien se vio obligada, por la adversidad económica, a dejarle, cuando sólo tenía 8 años, en el Orfanato de Oberhausen, ante la imposibilidad de encargarse de su manutención. Dijo que siempre existió entre él y la Virgen María una relación muy especial: comprendió que María era el camino más rápido y seguro para llegar a Cristo. Su madre se lo confió a la Virgen y, al consagrarle a su hijo, le pidió que lo cuidara y lo educara convirtiéndose así en su madre. Este acto de consagración será más adelante el pilar fundamental del carisma mariano del padre Kentenich. Fue consagrado sacerdote el 8 de julio de 1910 en Limburgo y celebró su primera Misa dos días después. Encargado del Seminario menor, trabajó allí con los estudiantes como director espiritual. Pidió a sus superiores que le dejaran ocupar, en el recinto del Seminario, una pequeña capilla abandonada dedicada a san Miguel, con el fin de tener un espacio propio en el que poder dirigir a los jóvenes seminaristas. Así, el 19 de abril de 1914 funda con los jóvenes una Congregación mariana.

El santuario original, en Schoenstatt

Próxima la Primera Guerra Mundial, ante el estado social y moral reinante en la Alemania de principios del siglo XX, decidió con sus jóvenes Congregantes establecer una Alianza, llamada de amor, con la Santísima Virgen María, en la pequeña capilla de San Miguel. Este hecho aconteció el 18 de octubre de 1914, momento que se considera fundacional del movimiento. En el transcurso de la guerra, muchos de los Congregantes fallecieron en acción, demostrando el cumplimiento de sus promesas de manera heroica. Desde el santuario de Schoenstatt, la Virgen derrama tres gracias concretas: el acogimiento, la transformación interior y el envío apostólico. El que llega se siente transformado interiormente y con el ansia de transmitir el regalo de la fe.

Una familia alegre

El epitafio que figura en la lápida del sepulcro del padre Kentenich reza así: Dilexit Ecclesiam (Amó a la Iglesia). Fue siempre un profundo hombre de Iglesia, y al servicio de ella puso toda su obra. En 1919 y 1920 se funda la Federación Apostólica de Schoenstatt y la Liga Apostólica de Schoenstatt respectivamente, con la intención de expandir el carisma mariano. Rápidamente, las mujeres comienzan a llegar y a participar de la espiritualidad de consagración mariana a través de la Alianza de Amor. Nace en 1920 la Federación de Mujeres de Schoenstatt, bajo la asistencia sacerdotal del padre Kentenich. En 1926, con algunas de las primeras mujeres, funda el primero de los seis Institutos Seculares que forman parte de la Obra: las Hermanas de María de Schoenstatt, instituto secular de vida consagrada. A partir de 1933, envía grupos de Hermanas de María como misioneras al extranjero, compartiendo la espiritualidad schoenstattiana en Sudáfrica, Hispanoamérica, Norteamérica y Australia. Así, hoy, el movimiento tiene presencia en los cinco continentes, en los que se fueron construyendo réplicas del santuario original. Schoenstatt quiere formar a personas que vivan su fe cada día, teniéndola como base de su existencia, experimentar al Dios vivo y presente a través de los sucesos cotidianos. Es la fe práctica en la Divina Providencia que permite descubrir que todo puede ser camino para crecer en una profunda relación de amor filial a Dios.

El padre Kentenich

El padre fue encarcelado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial en la prisión de Coblenza, y, trasladado al campo de concentración de Dachau, sufrió toda clase de penalidades, pero su espíritu salió enormemente reforzado para la consecución de su obra. También sufrió la dura incomprensión de la propia Madre Iglesia: no estaban todavía maduros los tiempos para comprender las características de su magna obra y su espíritu de adelantado al Concilio. Años más tarde, el Papa Pablo VI lo rehabilitó plenamente y lo puso al frente de su obra. Schoenstatt se constituyó como un movimiento para dar cabida a todas las realidades sociales. Se crearon ligas de familias, jóvenes, niños, madres, mujeres y hombres solteros…, y finalmente diversos institutos seculares de sacerdotes y hermanos y hermanas con diferentes grados de compromiso.

Schoenstatt es un movimiento mariano apostólico de vida, en el que se aprecia con gran sensibilidad la labor corredentora de María en la salvación del hombre. En él se vive la fe con un sentimiento profundamente vital, como la entendió el padre Kentenich: con profunda confianza en la Divina Providencia, y con respeto absoluto a la originalidad de cada uno de los fieles que se acercan al mismo. En Schoenstatt se crea familia, una familia alegre, sana, libre, consciente de los problemas del hombre y la sociedad, y se intenta dar respuesta a los mismos desde la fe, y desde la convicción de la vinculadora vivencia de la realidad.

Este año, Schoenstatt vive la celebración de los 100 años de su fundación. Habrá para ello un gran encuentro en Vallendar (Alemania), en el santuario original, y después una audiencia con el Papa Francisco en el Vaticano. El Santo Padre ha concedido durante todo este Año Jubilar, que dura hasta el 26 de octubre de 2014, la indulgencia plenaria en todos los santuarios de Schoenstatt. Schoenstatt sigue vivo con el único fin de seguir sirviendo a la Iglesia.

Ramón Menéndez-Pidal