«Termina mi etapa terrena: todo es gracia» - Alfa y Omega

«Termina mi etapa terrena: todo es gracia»

En el último Consistorio, el Papa creó cardenal a monseñor Capovilla, de 98 años, quien no pudo recibir el birrete y el anillo en Roma por motivos de salud. El que fue secretario de Juan XXIII los pudo recibir el sábado pasado, de manos del cardenal Angelo Sodano, en Sotto il Monte, la ciudad natal del Papa bueno, y pronunció estas emotivas palabras:

Colaborador
Monseñor Loris Capovilla recibe el birrete cardenalicio de manos del cardenal Sodano, Decano del Colegio cardenalicio

Modesto compañero de Juan XXIII, voy a ser agregado al Colegio cardenalicio, por decisión del Papa Francisco. Soy consciente de mi pequeñez y me siento desbordado. Las palabras amables y evangélicas de los servidores de la Iglesia me llenan de coraje y me consuelan. Les pido que recen por mí. Yo también lo haré por ustedes. Les pido a todos que me bendigan; sí, a los eclesiásticos y laicos les ruego que me bendigan. Se lo pido en particular a mis familiares y amigos, lo pido a todos a los que me siento unido por la veneración a Juan XXIII y a los Papas que le han precedido y a los que vinieron después.

El Papa Juan XXIII entró en la Historia con el sobrenombre de el Papa bueno. La atribución de Papa bueno procede del 7 de marzo de 1963, Domingo de Ramos, en la parroquia romana de San Tarcisio, en Quarto Miglio, cuando el Pontífice visitó aquella comunidad, en plena campaña electoral italiana. Para la ocasión, los secretarios de los partidos en liza decidieron por unanimidad retirar los carteles y pancartas de propaganda y reemplazarlos por muchas lonas en blanco sobre las que destacaban las palabras: ¡Viva el Papa bueno! El episodio hace honor y justicia a todos por saberse unidos en el rendir honor y afecto al Padre común.

¡El Papa de la bondad! Episodios diversos y sintomáticos, declaraciones de representantes cualificados de la cultura y de la religión nos convencen de que la vida del Papa Juan XXIII confirmó el valor atractivo de la bondad evangélica, que «conserva por siempre un puesto de honor en el Sermón de la Montaña: Bienaventurados los pobres, los humildes, los pacíficos, los misericordiosos, los que tienen hambre y sed de la justicia, los limpios de corazón, los afligidos, los perseguidos» (Diario de un alma).

Tú eres el Cristo

He recorrido un largo y accidentado viaje antes de llegar a Camaitino, última casa de mi vida. Me he encontrado con muchas personas y he vivido acontecimientos más grandes que yo. Me he visto involucrado en experiencias que me han marcado, incluso me han herido. Ahora, en el ocaso de mi vida, me encanta escuchar la pregunta de Jesús a los apóstoles, que resuena profundamente en mi conciencia: Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Aquellos jóvenes habían dejado todo para seguirlo. Vivían con Él, le escuchaban, deseosos de ayudar, de aprender. Recorrían con Él las calles de Palestina animados por la misma fe de Abraham. Pedro escuchó la pregunta y respondió por todos: Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo. La utopía -así la llaman los incrédulos- consiste en rendirse a Jesús sin condiciones, en la lectura de su Evangelio sin glosa, en poner el propio yo bajo sus pies, y verle a Él en nuestros semejantes, servirlos y amarlos.

La muerte, un rayo de luz

El sentido de mi existencia ha estado marcado por dos acontecimientos fúnebres: la muerte de mi padre, cuando yo tenía seis años, y la de mi madre, cuando tenía sesenta y nueve. Y, dentro de este espacio de tiempo, el paso a la Casa del Padre del Papa Juan XXIII. Por tanto, el ángel de la muerte está siempre cerca de mí, y no es un esqueleto con una guadaña en la mano; es un rayo de luz que destruye las tinieblas. Mi hora no puede tardar en llegar. Pienso en ello todos los días, a veces con un toque de melancolía, y me preparo para el juicio sin presunción y sin miedo. No soy tan tonto como para considerarme justo. A menudo me repito: He acabado la carrera, he combatido la buena batalla, he conservado la fe.

Sigo proponiendo atenuantes a los fallos de la Humanidad, no por inclinación denostada de hacer el bien, sino por el deber de la justicia atemperada por la misericordia. Al alejarme de mi amado retiro y de mis seres queridos, sale de mí el grito ardiente de san Francisco a todas las criaturas: Querría llevar a todos al Paraíso; y me confirma en las creencias religiosas del Papa Juan: «Termina mi etapa terrena. Cristo vive y su Iglesia continúa su obra, en el tiempo y en el espacio».

Soy consciente de que todo es bonito y nuevo en el resplandor del Resucitado: todo es gracia.

Traducción: María Pazos