Retrato robot del obispo ideal - Alfa y Omega

Retrato robot del obispo ideal

En mitad de la visita ad limina de los obispos españoles, el Santo Padre trazó el retrato de cómo debe ser un obispo hoy. Lo hizo ante los miembros de la Congregación para los Obispos, pero también en un contexto de renovación generacional e institucional para la Iglesia en España. ¿Cómo es el obispo ideal para el Papa? Kerigmático, cercano, humilde, sabio, ortodoxo y, ante todo, testigo del Resucitado. Y, aunque no sea fácil encontrar candidatos así, «hay que buscarlos bien, porque los hay: Dios no abandona a su pueblo»

José Antonio Méndez
«El obispo debe ser hombre de oración, (…) y tratar con Dios, nuestro Señor, el bien de su pueblo, la salvación de su pueblo»

Justo cuando estaba enfrascado en la visita ad limina de los obispos españoles, el Santo Padre quiso explicar cómo entiende él el ministerio episcopal y cómo han de ser los obispos del siglo XXI, es decir, los pastores de la nueva evangelización. Lo hizo el pasado jueves, ante los miembros de la Asamblea de la Congregación para los Obispos, cuyo prefecto es el cardenal canadiense Marc Ouellet, y también cuando el Episcopado español en pleno se encontraba en Roma pendiente de sus palabras. En su discurso, el Santo Padre explicó cuáles deben ser los criterios para elegir a los nuevos obispos, las características que deben reunir los pastores y la tarea entre los fieles que están llamados a realizar. Con una idea central: antes que cualquier otra cosa, un obispo debe ser un testigo apasionado y vibrante del Resucitado. Su discurso tiene una especial trascendencia para la Iglesia en España, que en los próximos tiempos vivirá un profundo proceso de renovación generacional e institucional en su episcopado. Estos son algunos extractos del largo discurso del Santo Padre a los miembros de la Congregación para los Obispos:

Un nombre pronunciado por Dios

«En la celebración de la ordenación de un obispo, la Iglesia reunida, después de invocar al Espíritu Santo, pide que sea ordenado el candidato presentado. El que preside pregunta entonces: ¿Tenéis el mandato? (…) Esta congregación existe para ayudar a escribir ese mandato que después resonará en tantas Iglesias y llevará alegría y esperanza al pueblo santo de Dios. Esta congregación existe para asegurarse de que el nombre del elegido haya sido, ante todo, pronunciado por el Señor. (…) Necesitamos alguien que nos mire con la amplitud de corazón de Dios; no necesitamos un manager, un administrador delegado de una empresa. (…) Nos hace falta alguien que sepa elevarse a la altura de la mirada de Dios para conducirnos hacia Él. (…) No tenemos que perder nunca de vista las necesidades de las Iglesias locales a las que tenemos que atender. Nuestro reto es entrar en la perspectiva de Cristo».

Profesional, servicial y santo

«Para elegir a esos ministros, todos necesitamos elevarnos, subir también nosotros al piso superior… Tenemos que elevarnos por encima de nuestras eventuales preferencias, simpatías, pertenencias o tendencias para entrar en la amplitud del horizonte de Dios. (…) No hombres condicionados por el miedo de lo bajo, sino pastores dotados de parresía, capaces de asegurar que en el mundo hay un sacramento de unidad y, por lo tanto, la Humanidad no está destinada al abandono y al desamparo. (…) A la hora de firmar el nombramiento de cada obispo, me gustaría sentir la autoridad de vuestro discernimiento y la grandeza de horizontes con que madura vuestro consejo. Por eso, el espíritu que preside vuestros trabajos (…) no podrá ser otro que ese humilde, silencioso y laborioso proceso desarrollado bajo la luz que viene de las alturas. Profesionalidad, servicio y santidad de vida: si nos apartamos de este trinomio, abandonamos la grandeza a la que estamos llamados».

Es la Iglesia de los Apóstoles

«La altura de la Iglesia se encuentra siempre en los abismos de sus fundamentos. (…) El mañana de la Iglesia vive siempre en sus orígenes. (…) Sabemos que el Colegio episcopal, en el cual, mediante el Sacramento, se insertarán los obispos, sucede al Colegio apostólico. El mundo necesita saber que esta sucesión no se ha interrumpido. (…) Las personas ya pasan con sufrimiento por la experiencia de muchas rupturas: necesitan encontrar en la Iglesia ese permanecer indeleble».

Ante todo, testigo

«Analicemos (…) el momento en que la Iglesia apostólica debe recomponer el Colegio de los Doce tras la traición de Judas. Sin los Doce, la plenitud del Espíritu no puede descender. Hay que buscar al sucesor entre los que han seguido desde el principio el recorrido de Jesús, y ahora puede convertirse junto con los Doce en un testigo de la Resurrección. Hay que seleccionar entre los seguidores de Jesús a los testigos del Resucitado. (…) También para nosotros ése es el criterio unificador: el obispo es aquel que sabe hacer actual todo lo que acaeció a Jesús y, sobre todo, sabe, junto con la Iglesia, hacerse testigo de su Resurrección. (…) No un testigo aislado, sino junto con la Iglesia».

Íntegro, sabio, ortodoxo…

«El episcopado no es para uno mismo, sino para la Iglesia, (…) para los demás, sobre todo para aquellos que, según el mundo, se deben descartar. Por lo tanto, para individuar a un obispo no hace falta contabilizar sus dotes humanas, intelectuales, culturales y ni siquiera pastorales. (…) Es cierto que necesitamos a alguien que sobresalga: su integridad humana asegura la capacidad de relaciones sanas, (…) para que no proyecte sobre los demás sus carencias y se convierta en factor de inestabilidad (…), su preparación cultural le permite dialogar con los hombres y sus culturas (…), su ortodoxia y fidelidad a la Verdad completa custodiada por la Iglesia hace de él un pilar y un punto de referencia (…), su transparencia y su desapego a la hora de administrar los bienes de la comunidad le otorgan autoridad y encuentran la estima de todos. Todas esas dotes imprescindibles deben ser, sin embargo, una declinación del testimonio central del Resucitado, subordinadas a este compromiso prioritario».

Sin camarillas

«Volvamos al texto apostólico. Después del fatigoso discernimiento, los apóstoles rezan. (…) No podemos alejarnos de aquel Enseñanos Tú, Señor. Las decisiones no pueden estar condicionadas por nuestras pretensiones, por eventuales grupos, camarillas o hegemonías. Para garantizar esa soberanía existen dos actitudes fundamentales: la propia conciencia ante Dios y la colegialidad. (…) No el arbitrio, sino el discernimiento conjunto. Ninguno puede tener todo en mano; cada uno aporta, con humildad y honradez, la tesela propia al mosaico que pertenece a Dios».

Ni apologistas, ni cruzados: kerigmáticos

«Dado que la fe procede del anuncio, necesitamos obispos kerigmáticos. (…) Hombres custodios de la doctrina, no para medir cuánto viva distante el mundo de la verdad contenida en ella, sino para fascinar al mundo (…) con la belleza del amor, (…) con la oferta de la libertad que da el Evangelio. La Iglesia no necesita apologistas de las propias causas, ni cruzados de las propias batallas, sino sembradores humildes y confiados de la verdad, que saben que cada vez les es nuevamente confiada y que se fían de su potencia. (…) Hombres pacientes, porque saben que la cizaña no será nunca tanta como para llenar el campo».

«Que sean pastores cercanos a la gente, padres y hermanos; que sean humildes, pacientes y misericordiosos»

Hombres de oración

«He hablado de los obispos kerigmáticos; ahora señalo el otro trazo de la identidad del obispo: hombre de oración. La misma parresía que debe tener en el anuncio de la Palabra, debe tener en la oración, tratando con Dios, nuestro Señor, el bien de su pueblo, la salvación de su pueblo. (…) Un hombre que no tiene valor de discutir con Dios en favor de su pueblo, no puede ser obispo, y tampoco el que no es capaz de asumir la misión de llevar al pueblo de Dios hasta el lugar que Él le indica (…). Y esto vale también para la paciencia apostólica. (…) El obispo debe ser capaz de entrar con paciencia ante Dios (…), buscando y dejándose encontrar».

Pastores con el pueblo

«Que sean pastores cercanos a la gente, padres y hermanos, sean humildes, pacientes y misericordiosos; que amen la pobreza, interna como libertad, y también externa como sencillez y austeridad de vida, (…) que no tengan filosofía de príncipes. (…) Sean capaces de vigilar al rebaño que les será confiado, es decir, de preocuparse por todo lo que lo mantiene unido».

No ladrones, sino siervos

Reafirmo que la Iglesia necesita pastores auténticos. (…) Observemos el testamento del apóstol Pablo: (…) él confía los pastores de la Iglesia a la Palabra de la gracia que tiene el poder de edificar y conceder la herencia. Por lo tanto, no ladrones de la Palabra, sino entregados a ella, siervos de la Palabra. Sólo así es posible edificar y obtener la herencia de los santos. A cuantos se atormentaban con la pregunta sobre su herencia: ¿Cual es la herencia de un obispo, el oro o la plata? Pablo responde: La santidad. La Iglesia permanece cuando se dilata la santidad de Dios en sus miembros».

Sin buscar compensaciones

«El Vaticano II afirma que a los obispos se les confía el oficio pastoral, o sea el cuidado habitual y cotidiano de sus ovejas. (…) En nuestra época, lo habitual y lo cotidiano se asocian a menudo a la rutina y al aburrimiento. Por eso, con frecuencia, se intenta escapar hacia un permanente otro lugar. Desgraciadamente, tampoco en la Iglesia estamos exentos de este peligro. (…) El rebaño necesita encontrar sitio en el corazón del pastor. Si éste no está anclado en sí mismo, en Cristo y en su Iglesia, estará continuamente a merced de las olas, en búsqueda de compensaciones efímeras».

Hay buenos candidatos…, pero hay que encontrarlos

«Me pregunto: ¿dónde podemos encontrar hombres así? (…) Pienso en el profeta Samuel en búsqueda del sucesor de Saúl que, al saber que el pequeño David había llevado las ovejas a pastar al campo, ordena: Di que lo traigan. También nosotros no podemos por menos que escrutar los campos de la Iglesia intentando presentar al Señor para que diga: Úngelo: es él. Estoy seguro de que los hay, porque el Señor no abandona a su Iglesia. Quizás somos nosotros los que no vamos bastante a los campos para buscarlos. Quizás nos hace falta la advertencia de Samuel: No nos sentaremos a la mesa antes de que él venga. Con esa santa inquietud, quisiera que viviera esta Congregación».