A 20 km del jardín de al lado - Alfa y Omega

A 20 km del jardín de al lado

El muro entre Israel y Palestina se construyó siguiendo el perímetro del convento de las misioneras combonianas de Betania, que decidieron dividir la comunidad para no abandonar a las familias cristianas que se quedaron al otro lado de la tapia

José Calderero de Aldecoa
El muro entre Israel y Palestina es también la tapia de la guardería de las misioneras combonianas. Foto: © Mazur/cbcew.org.uk

En 2009 las autoridades israelíes concluyeron el muro —apodado «de seguridad» o «del apartheid» dependiendo del lado de la tapia en el que se pregunte su nombre— a su paso por Betania. La edificación, de ocho metros de altura, siguió con precisión milimétrica el perímetro del convento de las misioneras combonianas, lo enjauló casi por completo y se convirtió en un obstáculo prácticamente insalvable para los alumnos de la guardería –anexa al convento y regentada por las religiosas– al quedarse del otro lado.

«El 90 % de los niños de la escuela pertenecían a la parte palestina y empezaron a tener verdaderos problemas para venir», asegura Alicia Vacas, provincial de las combonianas en la zona, a este semanario. «El primer año nos habilitaron un ventanuco, que abrían y cerraban los soldados a diario, y por allí pasábamos a los niños en brazos». Pero la ansiedad y el miedo por la presencia de los militares hizo estragos y a los pocos meses se tuvo que cerrar el hueco definitivamente. «Me acuerdo ahora de un niño que lloraba desesperado y cuando una de las profesoras, para tranquilizarle, le dijo “pues ahora llamo a tu padre”, el niño comenzó a gritar: “¡No, no, no, a mi padre no, que lo van a matar, que lo van a matar!”. Son reacciones que no te esperas en un niño de 3 años».

Al cerrar la abertura, a las familias no les quedó otra opción que seguir el perímetro del muro hasta el check point militar y deshacer el camino por el otro lado hasta alcanzar la guardería. En total, 20 kilómetros para avanzar tan solo los 50 centímetros del muro y «con la dificultad añadida de que los coches palestinos no pueden entrar en Israel», explica Vacas. Entonces, «un autobús los tenía que llevar hasta el control militar. Allí se tenían que bajar, pasarlo a pie y otro vehículo los recogía al otro lado y los traía al centro. Eso no es vida para nadie, y menos para unos niños de 3 o 4 años».

Las familias aguantaron durante algún tiempo, tal y como explica la religiosa, por un sentido de resistencia, pero en dos o tres años desaparecieron todos los niños del otro lado. «En la actualidad tenemos 40 niños en preescolar, pero todos vienen de la parte de Jerusalén, lo que genera bastante confusión. La gente nos dice: “Así que ahora educáis a niños israelíes”. No, son niños árabes iguales, porque el barrio es el mismo, lo que pasa es que el muro lo ha dividido. Betania era un lado del muro y Betania era al otro lado del muro. Son los mismos niños, son vecinos, son parientes, esa es la tragedia».

Con todo, las misioneras combonianas no quisieron abandonar a las familias y «dos religiosas nos fuimos a vivir a la parte palestina. Justo al otro lado de nuestro jardín, y ahora al otro lado del muro, hay uno de estos proyectos de viviendas que hacen los franciscanos para ayudar a los cristianos a mantenerse juntos. Había varios vacíos ante el éxodo de cristianos en Betania y alquilamos uno de los apartamentos a la Custodia para irnos a vivir con la comunidad cristiana del otro lado del muro. Aunque en realidad, la distancia era tan pequeña que podíamos escuchar y ver a nuestras hermanas, pero si queríamos estar físicamente con ellas, debíamos recorrer esos 20 kilómetros».

Esperanza para los cristianos

Los obispos participantes en la Coordinadora de Conferencias Episcopales para la Iglesia en Tierra Santa pudieron comprobar con sus propios ojos las consecuencias de esta historia en su reciente encuentro anual, que este año se celebró, hace una semana, entre Jerusalén y Gaza. «Tanto para nosotras como para los cristianos fue una gran fuente de esperanza su visita», asegura la provincial. «Los cristianos de Tierra Santa tienen mucha necesidad de sentir que la Iglesia no los olvida y que los cristianos de otras partes del mundo están pendientes de ellos».

En este contexto, son clave las peregrinaciones, calificadas como «seguras y bien organizadas» por Alicia Vacas, a pesar de que el reciente posicionamiento del presidente de EE. UU. a favor de las colonias israelíes en suelo palestino «han generado mucha tensión». «Cada declaración de Trump sobre la región suele provocar el lanzamiento de piedras, botes lacrimógenos o cócteles molotov». Sin embargo, «nadie juega con la seguridad de los peregrinos. Es muy importante que los cristianos vengan a ver también las comunidades de cristianos, que no vengan solo a ver piedras. La iglesia de Tierra Santa está hecha de piedras históricas y también de piedras vivas. El misterio de Cristo, su Pasión, Muerte y Resurrección, se encarna hoy en la vida de los cristianos de Tierra Santa», concluye.