Un selfi muy dulce - Alfa y Omega

Un selfi muy dulce

Ricardo Ruiz de la Serna

Cuando Madrid todavía era una pequeña ciudad medieval, Burgos ya era, como reza su escudo, «Caput Castellae, Camera Regia, Prima Voce et Fidei», la cabeza de Castilla, la sede de la corona y la primera en la voz –nadie hablaba antes que ella en las Cortes del reino– y en la fe. En la ciudad del Arlanzón se alza una de las catedrales más bellas de Europa y en ella reposa el Cid, que en buena hora ciñó espada. Poca broma con los burgaleses.

A menos de 40 kilómetros de Burgos, al pie de la sierra de la Demanda, en el Camino de Santiago, el viajero puede descansar en Belorado como hizo san Bernardino de Siena cuando iba peregrino a Compostela, y admirar el puente del Canto que construyeron dos santos medievales y burgaleses: san Juan de Ortega y santo Domingo de la Calzada. El pueblo tiene plaza mayor, iglesias, ermita, un museo de la radio y un convento de clarisas que se fundó en 1358.Desde hace siglos, a determinadas horas, desde estos montes llega un rumor especial al cielo. Son las monjas orando. No se han apartado del mundo ni de la humanidad. Al contrario: los han abrazado en toda su belleza y con todo su dolor.

Es imposible exagerar la deuda que Europa tiene con estos santos, estos monjes y estas monjas. Cuando uno sigue a Cristo, no se sabe si terminará en el mar de Galilea capeando una tempestad o fundando congregaciones que cambian la historia del mundo. Ahí está santa Clara de Asís, que se presentó a san Francisco junto a su amiga Pacífica la noche del Domingo de Ramos de 1212, el año de las Navas de Tolosa, y terminó escribiendo la regla de las clarisas. A partir de entonces, estas monjas llevan más de siete siglos siguiendo a Cristo por todas partes.

Y si es cierto que el cielo y la tierra están llenos de Su gloria, es ninguna parte está escrito que esté ausente de las cocinas y las despensas donde las monjas de tantas congregaciones atesoran chocolates, yemas y dulces que anticipan la felicidad el Paraíso. Ya lo cantaba Carlos Cano, que se fue al seno del Padre hace ahora 20 años: «alacena de las monjas / que te dan gloria bendita / pastelillos de toronja / y dulces de leche frita». Cuenta la copla que a la superiora de las Esclavas de Santa Rita se le apareció Nuestra Señora y le dio la receta cuyo ingrediente secreto eran «tres salves y un padrenuestro / y la gracia de tus manos». Yo sospecho que, en algún momento de la historia, algo parecido tuvo que suceder en Belorado.

En estos días, estas clarisas han venido a mostrar a Madrid Fusión cómo se prepara el chocolate que anticipa el Paraíso y lo han llenado todo de la alegría, la sencillez y el arte de las cosas bien hechas. Den, pues, gracias a la Providencia, que nos ha enviado a estas monjas para dulcificar con azúcar, leche y cacao nuestra travesía por este valle de lágrimas.

En pleno Renacimiento, Giovanni Aldobrandini, florentino y cardenal –combinación formidable– declaró que «si el Papa hubiera de casar, no habría mujer más digna que la abadesa de Las Huelgas». Pues a mí, no se me ocurre nadie mejor que estas clarisas de Belorado para que el alcalde de Madrid se saque un selfi. Ha tenido mucha suerte Almeida. Uno no se saca fotos todos los días con gente que, a fuerza de trabajo y oración, reza por el mundo al tiempo que lo endulza.