Celibato y Concilio - Alfa y Omega

Hay temas candentes hoy que ya lo han sido otras veces. Cuando un cardenal de Curia desata un debate estridente y crea inquietud respecto al buen criterio del Papa, conviene buscar la serenidad repasando el magisterio en lugar de alimentar debates agresivos o destructivos.

En su documento sobre los sacerdotes, el Concilio Vaticano II afirmaba que el celibato «siempre ha sido tenido en gran aprecio por la Iglesia, especialmente para la vida sacerdotal». Lo señala el decreto Presbyterorum ordinis n. 16, aprobado solemnemente por san Pablo VI el 7 de diciembre de 1965.

La «perfecta y perpetua continencia», añade, «no es exigida ciertamente por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de la Iglesia primitiva y por la tradición de las Iglesias orientales, en donde, además de aquellos que con todos los obispos eligen el celibato como un don de la gracia, hay también presbíteros beneméritos casados; pero al tiempo que recomienda el celibato eclesiástico, este santo Concilio no intenta en modo alguno cambiar la distinta disciplina que rige legítimamente en las Iglesias orientales, y exhorta amabilísimamente a todos los que recibieron el presbiterado en el matrimonio a que, perseverando en la santa vocación, sigan consagrando su vida plena y generosamente al rebaño que se les ha confiado».

Las Iglesias ortodoxas y las 23 Iglesias católicas de rito oriental mantienen la tradición de ordenar sacerdotes a hombres casados, que continúan viviendo plenamente su matrimonio, mientras que eligen obispos tan solo entre sacerdotes religiosos con voto de castidad. El documento conciliar añade que «por razones fundadas en el misterio de Cristo y en su misión, el celibato, que al principio se recomendaba a los sacerdotes, fue impuesto por ley después en la Iglesia latina».

Esa dedicación total a Jesucristo –en la vida sacerdotal, religiosa o laical– es una llamada divina, una vocación, a cada persona que la recibe. No se puede asignar ni abolir.

Citando a san Pablo VI, el Papa Francisco manifestó en 2018 que «prefiero dar la vida antes que cambiar la ley del celibato». Benedicto XVI introdujo la ordenación de hombres casados en la Iglesia católica de rito latino en 2009 con la constitución apostólica que creaba ordinariatos para sacerdotes anglicanos que piden venir a la Iglesia católica manteniendo su tradición. Las excepciones –para anglicanos o indígenas de Amazonía– no cambian la ley.