Más allá de la niebla - Alfa y Omega

Más allá de la niebla

Javier Alonso Sandoica

Sería triste que de Machado supiéramos sólo por Serrat, como de san Juan de la Cruz por Amancio Prada, y no por la ávida lectura de sus textos. En un artículo reciente en el diario El Mundo, dice el profesor Ignacio García de Leániz que a Machado ya no se le lee, y que se le tiene arrumbado. Hace 75 años que murió. Todos los que aprendimos a leer en serio, lo hicimos empezando por Machado, porque el sevillano nos ponía la tierra cerca, y aprendimos que las cosas que se muestran, como el río, el árbol y el pájaro, tienen un envés, que las sitúa más allá de lo visible. Machado amaba nuestro país, disfrutaba de la comunión espiritual de sus gentes, de ahí que su literatura popular tenga que escribirse con mayúsculas.

Decía Ernesto Sábato que Borges era escritor de torre de marfil, no del ser humano sangrante, es decir, escribía de lo suyo y era ajeno a las preocupaciones del hombre ordinario. Machado, por el contrario, vibraba con nuestro paisaje y con sus gentes, con el cofrade, el mendigo, el chicuelo. Por eso la guerra civil lo enloqueció. Cuando deja escrito: Españolito que vienes/ al mundo te guarde Dios./ Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón, nos arrojaba a la cara que en las ideologías que marchan en posición de combate, no quedan ni diálogo ni verdad. Que es cierto que los hermanos riñen, pero no solucionan los problemas poniendo sangre en las navajas, sino con la conversación en torno a la lumbre.

Un poeta que dice lo mejor de la naturaleza es alguien que busca también lo mejor del hombre, no sus circunspecciones y rarezas. Decía Cela que Machado era el hombre más bueno del mundo, una bendición que jamás he oído en boca de nadie. Ana Bingard, que estudió a Machado y estudió a María Zambrano, decía del primero que la desesperanza le hacía presente a Dios en el corazón: «Dios se le revela al poeta en sueños, y éste lo busca en la vigilia y entre la niebla de la existencia». Como así lo dejó escrito el maestro: «Siempre buscando a Dios, entre la niebla».

Antonio le había dicho a Dios que no volvería a rezarle si su mujer, Leonor, enferma de tuberculosis, moría. Así se mantuvo el poeta ante Dios, en el tanteo de buscarle e irse detrás de Él, de pertenecerle como hijo, y de poseer «tan alta alcurnia por parte de padre».

Ve a buscar a Machado, y no dejes que te lo cuenten.