«Ahora soy más sacerdote» - Alfa y Omega

«Ahora soy más sacerdote»

La Iglesia en España celebra, el próximo domingo, el Día de Hispanoamérica, con el lema La alegría de ser misionero, acorde con la Evangelii gaudium, hoja de ruta del pontificado de Francisco, quien además marca la Jornada por ser el primer Papa venido del Nuevo Mundo. Este 2014 tiene un acento especial: muchos españoles cumplen sus Bodas de Oro como sacerdotes y misioneros en Iberoamérica; 50 años en los que han aprendido a ser más sacerdotes

Cristina Sánchez Aguilar
«Salieron al encuentro de los pueblos, conmovidos por el encuentro con Cristo y urgidos por compartir su presencia redentora», dice el cardenal Ouellet de los sacerdotes de la OSCHA

«Mi primera parroquia en Brasil fue en la diócesis de Cajazeiras, en San Bento. Teníamos un río que cortaba la zona por el medio, el río Pirañas; no había puentes, ni casa parroquial, ni siquiera luz eléctrica. Sólo teníamos electricidad a motor, y algunas horas al día. Pero los fieles eran muy religiosos, acogedores y colaboradores. Allí me estrené como sacerdote y comprendí lo que dice Jesús: Quien deja padre, madre, tierra…, por mí, recibe cien veces más»: así fue el comienzo de la andadura iberoamericana de monseñor José González, hoy obispo de Cajazeiras, que cumple este año su 50 aniversario como sacerdote de la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana -OCSHA-.

A los 25 años de edad, en 1965, se embarcó literalmente hasta Brasil. Durante el primer año, su labor fue aprender el portugués, la cultura local, «y acompañar al obispo Dom Zacarías en las Visitas pastorales de las comunidades rurales. Íbamos conduciendo una furgoneta vieja que había que empujar en las subidas de la sierra, para llegar hasta las comunidades aisladas, ávidas de escuchar la Palabra de Dios y de recibir los sacramentos. Recuerdo que confesábamos hasta altas horas de la noche, y al día siguiente, a las cinco de la mañana, salíamos en procesión por las calles del pueblo, cantando y rezando hasta la iglesia. Aquello me impresionó, y supe que quería ser cura en un pueblo así, perdido en la zona rural», rememora el obispo.

El padre Celestino, durante la celebración del Día de la Hispanidad, en la parroquia

De sacerdote rural, a obispo

Y lo fue. «En aquella zona rural fui hijo, hermano, padre. Encontré una gran familia». Años después, la Providencia le movió por otros lugares del país brasileño, como el Piauí, una de las diócesis más pobres, o la arquidiócesis de Teresina, donde estuvo 32 años como párroco, como Rector del seminario y como obispo auxiliar. «Para mi sorpresa y alegría, en 2001 volví a Cajazeiras, donde llegué en 1965, pero como obispo diocesano», afirma. Ahora, tiene a su cargo un territorio de 15.000 kilómetros cuadrados, con 600.000 habitantes y 60 parroquias. «Y eso que vine para cooperar con la diócesis por 5 años, máximo 10», recuerda. «Pero cuando se llega y se ve la realidad, la necesidad, y sobre todo, la acogida del pueblo, no se piensa en tiempo, sino en servicio».

Durante estos 50 años como sacerdote en Iberoamérica, monseñor José González sostiene que ha descubierto el verdadero sentido de su ministerio: «Servir a todos en lo espiritual, en lo eclesial, en lo humano, y en lo social. Aquí uno vive, en la práctica, aquella frase tan escuchada de que los pobres son quienes nos evangelizan. Ellos han hecho que me convierta en alguien más comprensivo, más humilde, más disponible, más acogedor, más desprendido…, más sacerdote». Para monseñor González, «quien pasa por Iberoamérica ya no es el mismo que el que llega. Aquí aprendemos a escuchar, a dialogar y a compartir». Algo que recuerda cada día el Papa Francisco, con su petición a los sacerdotes de oler a oveja: «Él ha aparecido como una señal de esperanza, de renovación, de conversión a lo esencial y de radicalidad evangélica».

Monseñor José González, con el cardenal arzobispo de Madrid y jóvenes brasileños, durante la JMJ de Río de Janeiro

Convivir con las guerrillas

Quien también cumple 50 años de sacerdocio en Iberoamérica con la OCSHA, y anda estos días por Madrid para dar testimonio de lo vivido, es el sacerdote segoviano Celestino Gutiérrez. Sus primeros pasos en el continente de la esperanza le llevaron hasta Guatemala, donde durante 17 años fue, además de sacerdote, constructor de edificios, puentes y caminos, plantador de café, fundador de hospitales y escuelas…; «pero lo más duro fue convivir con la guerrilla», asevera el sacerdote, que hasta estuvo secuestrado por los guerrilleros. «Durante aquellas horas experimenté lo que es, de verdad, el miedo. Pero Dios me salvó de la muerte… De lo que no me libré, durante los años que estuve en el país guatemalteco, fue de presenciar cómo asesinaban por doquier. Recuerdo un peaje, donde mataron sin pensarlo a dos policías; también otro día, nos pararon en la carretera, y mataron a cuatro personas que iban en un autobús. Fueron años duros», señala. Pero «Dios te llama y no te abandona. Nunca he perdido la alegría del sacerdocio».

El padre Celestino, durante la celebración del Día de la Hispanidad, en la parroquia

Las fronteras en América

Años después, Dios le llevó por otros derroteros. El padre Celestino trabaja, desde hace 28 años, en Sarasota, una ciudad cercana a Miami. Su labor allí es cuidar de los miles de hispanos inmigrantes que llegan hasta las costas de Florida. «Mi reto es recuperar la fe de los que emigran, porque muchos dejan que se diluya cuando vienen aquí», sostiene. Llegan desde México sobre todo, pero también desde Cuba, Perú, Colombia, Argentina, Chile… y últimamente de Venezuela, huyendo de la barbarie. Y, aunque la fe y la religiosidad del pueblo hispano es fuerte en esencia, «está muy bombardeada por las sectas». Pero el padre Celestino está orgulloso de lo conseguido: «Hace ocho años tuvimos que levantar otra parroquia, la de San Judas Tadeo, porque tenemos más de 2.000 hispanos que acuden a Misa y otras 1.500 personas de habla inglesa que también vienen. Somos la única parroquia bilingüe de la zona».

La otra labor del padre Celestino en Sarasota es atender las necesidades psicológicas y materiales de los inmigrantes ilegales. «Cruzar el desierto mexicano, y luego el de Estados Unidos, es exponerse a los coyotes –mafias–, a violaciones, e incluso a la muerte. Cuando vienen a nosotros, traen un gran sufrimiento», expone el sacerdote español, que sostiene en la parroquia un programa de alimentos y dos grandes campañas en Acción de Gracias y en Navidad. «Este año, 600 familias comieron pavo, y 3.000 niños recibieron juguetes», cuenta.

La crudeza en la vida de los inmigrantes no termina cuando cruzan la frontera. «Viven con miedo de ser deportados –subraya–. Hay 12 millones de personas ilegales en el país, y el Presidente Obama ya ha deportado a más de un millón», algo que denuncia Celestino Gutiérrez, quien sostiene que «nunca habíamos tenido un perfil tan bajo de políticos en Estados Unidos como ahora. Han aprendido a prometer y a mentir». Aun así, reconoce el español, «aquí hay más sensibilidad social respecto a la acogida de los inmigrantes que en España».