Pintar un genocidio - Alfa y Omega

Pintar un genocidio

No es fácil pintar un genocidio. Sin embargo, la pintora Ceija Stojka (Kraubath, Austria, 1933-Viena, Austria, 2013), austriaca, gitana y autodidacta, dejó un testimonio conmovedor y terrible del Porrajmos, la destrucción de los gitanos de la Europa ocupada por los nazis. Hasta el 23 de marzo, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía exhibe una colección de 140 obras entre cuadros y material documental (fotos, vídeos y publicaciones) de esta pintora fascinante con el título Esto ha pasado

Ricardo Ruiz de la Serna
Sin título. Colección Antoine de Galbert, París (Francia). Foto: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Deportada a los 10 años junto a su madre, la gitana austriaca Ceija Stojka sobrevivió a tres campos de concentración. Conoció la discriminación contra los gitanos en la Europa anterior a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). A su padre lo deportaron a Dachau, el primer campo de concentración abierto en Europa. En marzo de 1943 la deportaron a Auschwitz, donde estuvo encerrada en la llamada Sección B-II, la parte del campo destinada a las familias gitanas. La transfirieron a Ravensbrück, donde estuvo prisionera entre junio y diciembre de 1944, y de ahí pasó a Bergen-Belsen, donde el Ejército británico la liberó junto a su madre en abril de 1945. Ella lo vio todo: las persecuciones, las detenciones, los fusilamientos, las alambradas, los brazos tatuados como el de ella misma. Después de la liberación, regresó a Viena, donde se reunió con sus hermanos.

Hasta el 23 de marzo, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en colaboración con La Maison Rouge-Fondation Antoine de Galbert (París), exhibe en la planta 3 del Edificio Sabatini una colección de 140 obras entre cuadros y material documental (fotos, vídeos y publicaciones) de esta pintora fascinante con el título Esto ha pasado. A través de la muestra, comisariada por Paula Aisemberg, Noelig Le Roux y Xavier Marchand, se ofrece un recorrido por la obra de Stojka estructurado en torno a secciones temáticas que reconstruyen su vida, con énfasis en la experiencia del Porrajmos.

‘¿Dónde están nuestros gitanos?’ Wien Museum, Viena (Austria). Foto: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

La exposición parte de la infancia de Stojka, que nació en el seno de una familia católica romana de gitanos de la rama Lovara. El nombre Lovara, que proviene del sustantivo húngaro , designa el oficio tradicional de este linaje: el comercio de caballos. Provenientes de Hungría, su familia llevaba afincada en Austria varios siglos cuando Stojka nació. Su pintura de estos años previos a la guerra, agrupada en el título Mientras viajábamos, representa los carros de las caravanas, los caballos, el cielo azul y los ciclos de la naturaleza. El visitante recuerda, por ejemplo, las representaciones de los gitanos que ha llevado al cine Emir Kusturica con la bellísima El tiempo de los gitanos (1988).

Sin embargo, uno pasa bien pronto al espanto de la destrucción de un pueblo. Las secciones tituladas La caza y La experiencia en los campos se adentran en el miedo, el dolor y el horror del sufrimiento del pueblo gitano. Las leyes de Núremberg de 1935 incluían a los gitanos en su marco jurídico de la discriminación racial. En 1936, a algunos los internaron en Dachau –entre ellos, al padre de Ceija Stojka– y, en 1939, Heinrich Himmler anunció su deportación de Alemania a los territorios ocupados en Polonia. Entre 1943 y 1944, miles de gitanos de toda la Europa ocupada fueron recluidos en Auschwitz. Se los sometió a experimentos, se los privó de alimentos y de medicinas, se los expuso a enfermedades y el frío. A muchos de ellos los mataron directamente. Allí donde pudieron, los gitanos trataron de escapar o de resistir. En el mismo campo de Auschwitz, cuando conocieron que planificaban enviarlos a las cámaras de gas, los 6.000 gitanos encerrados en el campo se sublevaron y pelearon. Algunos lograron escapar. En total, se calcula que los nazis mataron a aproximadamente medio millón de gitanos en toda la Europa ocupada.

Sin título. Colección Nuna & Hojda Stojka. Ceija Stokja International Fundation, Viena. Foto: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Testigo del horror

Ceija Stojka fue testigo. Pinta rostros aterrorizados escondidos entre el boscaje mientras les dan caza. Vemos a los soldados y a los miembros de las SS sin rostro –como los franceses que abren fuego contra hombres desarmados en los Fusilamientos de Goya– y a los guardias de los campos. Identificamos las botas y las torretas. Un gran ojo nos contempla inquietante, recordándonos que todo lo que el gitano hace es rigurosamente vigilado. Stojka sobrevive entre cadáveres. Se alimenta de plantas y ramas, que se convierten en símbolo de esperanza. Aquí recuerda uno las imágenes de la gran película de Alexander Ramati sobre el Porrajmos: Y los violines dejaron de sonar (1988). Casi parece sonar Djelem, djelem, el himno del pueblo gitano, como lo cantaban Šaban Bajramovic o Ljiljana Buttler.

Sin título. Colección particular Patricia y Marcus Meier, Viena. Foto: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

La exposición termina con los cuadros de la sección Regreso a la vida, que representan los cielos coloreados y las flores. Hay varias referencias a la fe católica de la pintora; en particular, está presente la Virgen María. No debe sorprendernos. Frente al horror del mal absoluto, el Mysterium iniquitatis que el Crucificado representa, está María al pie de la cruz. Le han matado al Hijo, a ese que «pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el mal». Solo a través de ella puede uno contemplar el mal sin enloquecer ni perderse.

Esta exposición de Ceija Stojka trata del sufrimiento de su pueblo, pero en él viene representado todo el sufrimiento humano. Desde lo particular, alcanza la universalidad del dolor y de la necesidad de justicia. El visitante puede recordar aquí las palabras de san Juan Pablo II el 7 de junio de 1979, en su visita al campo de exterminio de Auschwitz, ese en el que nuestra pintora y su madre estuvieron prisioneras: «Hablo no solo por los cuatro millones que murieron en este enorme campo. Hablo en nombre de todas las naciones, cuyos derechos son violados y olvidados. Hablo porque me obliga a ello, nos obliga a todos nosotros la verdad. Hablo porque me obliga a ello, nos obliga a todos nosotros la solicitud por el hombre».

Esta exposición porta un mensaje de memoria, de dolor, pero también de un profundo humanismo. Conmueve e interpela. No deja al visitante indiferente. Stojka pintó, como decía, la destrucción de los gitanos, pero también su supervivencia, su regreso al hogar y el recuerdo de lo que sufrieron crucificados en la historia.

Por eso nos desgarra y nos conmueve tanto.