«Los jóvenes africanos son el futuro del mundo» - Alfa y Omega

«Los jóvenes africanos son el futuro del mundo»

Victoria Isabel Cardiel C.
Tabichi recoge el premio al mejor profesor del mundo 2019, otorgado por la Fundación Varkey. Foto: AFP/Global Education and Skills Forum

Los alumnos del franciscano Peter Tabichi lo tienen todo en contra. A la miseria, la sequía, el hambre y la falta de agua potable se suman problemas de orfandad, drogas, embarazos de adolescentes, matrimonios forzados o incluso suicidios. Por eso es tan sorprendente que entre los pupitres de la Keriko Secondary School, un colegio en Pwani, situado en una de las aldeas más desdichadas del valle del Rift (Kenia), se sienten estudiantes que hayan ganado la competición nacional de ciencias o que uno de los clubes de matemáticas fuera premiado en un torneo científico y de ingeniería en Arizona (EE. UU.).

El año pasado el Global Teacher Prize, el conocido como Nobel de los profesores que cada año desde 2014 entrega la Fundación Varkey de Dubái, reconoció su mérito al sacar lo mejor de los jóvenes de entre 11 y 16 años a los que imparte clase. Los socavones en su camino no son pocos. En su colegio hay un solo ordenador, no llega la conexión a internet, los chicos llegan extenuados tras recorrer a pie varios kilómetros por caminos enlozados, muchos deben enfrentarse a la oposición de sus familias que no entienden que quieran dedicar su tiempo a los libros… ¿Su secreto? Motivar a los chavales con lo que tenga a mano. Aunque sea una caja de fósforos. «Los jóvenes africanos son el futuro del mundo», señala a Alfa y Omega a su paso por Roma tras entrevistarse brevemente con el Papa.

¿Cómo conjuga ser franciscano con su vida como profesor?
Son dos aspectos inherentes a mí. La Congregación de los Hermanos Franciscanos focaliza su carisma en el empoderamiento de los pobres que trabajan el campo a través de la educación, en el desarrollo de una agricultura sostenible y en la paz. Como franciscano vivo con sencillez, trabajando siempre en áreas rurales respetando el medio ambiente. La austeridad define mi vida. La solidaridad y la entrega a los demás me ayudan a ser más libre y a alejarme del afán por acumular bienes materiales.

Entré en la vida religiosa porque quería darme por entero a la comunidad y dedicarme con todo mi corazón y mi alma a la enseñanza sin que nada me lo impidiese. Mi padre era profesor. Fue un modelo que inspiró las decisiones más importantes de mi vida. Siempre admiré su dedicación extrema y desinteresada a mejorar las vidas de los demás a través de la educación. Tengo todo lo que necesito: un techo que me proteja, alimentos para nutrirme y ropa para guarecerme del frío. Por eso puedo donar el 80 % de mis ingresos mensuales para ayudar a algunos de mis alumnos más desfavorecidos a procurarse los libros necesarios o el uniforme de la escuela, que de otra manera estarían fuera de su alcance.

Usted solía trabajar en una escuela privada. ¿Por qué decidió continuar su profesión en un instituto público?
Tanto los colegios privados como los públicos cuentan con óptimos profesores. La diferencia está básicamente en los recursos y el apoyo con los que cuenta la comunidad educativa. Empecé a enseñar en 2003 y he pasado por varias escuelas en Kenia y Uganda. Desde 2015 enseño Matemáticas y Física en Keriko Secondary School, un colegio en Pwani. Es una escuela sin recursos, situada en una de las zonas más pobres de Kenia. Por eso sé que este es mi lugar.

A pesar de las condiciones de pobreza extrema y la falta de recursos, sus alumnos son más aventajados que otros de escuelas mejor dotadas. ¿Cuál es su secreto?
Hay muchos vacíos en la escuela donde trabajo, pero hemos aprendido a convivir con ellos y no hacérselo pesar a los alumnos. Estamos muy lejos del punto donde la conectividad a internet es buena; tenemos un solo ordenador para toda la escuela; no somos como el resto porque no tenemos ni biblioteca, ni sala de profesores, ni cocina o comedor, y tampoco contamos con aulas adecuadas. Pero lo que intento es demostrar las teorías científicas para que no memoricen solos datos o teoremas. Por ejemplo, a través de algo tan sencillo como una caja de fósforos, explico cuáles son las propiedades científicas de la fricción. El fin de semana, con otros maestros, nos dedicamos a visitar uno por uno los hogares de nuestros alumnos más pobres para detectar los problemas más acuciantes y poder dar una solución. Tenemos clases de recuperación para todos los que las necesiten. Además, motivamos a los chavales con clubes de distintas temáticas o concursos. Así acrecentamos su sed de aprendizaje: cuanto más triunfan allí, más duro trabajan y, a su vez, este éxito inspira a sus compañeros de clase. Nuestros estudiantes han ganado competiciones de ciencias tanto a nivel nacional e internacional. Lo más importante es aumentar la confianza en sí mismos, hacerles sentir que son valiosos para la sociedad.

El profesor con sus alumnos de la Keriko Secondary School, en Pwani (Kenia). Foto: EFE/EPA/Daniel Irungu

Keriko Secondary School se sitúa en una de las aldeas más humildes del valle del Rift. ¿Cuáles son los baches con los que se topa en su día a día como profesor?
Nos encontramos en una remota parte del valle del Rift donde llueve poco o nada. La sequía o la hambruna pasan regularmente por aquí cada tres o cinco años. Alrededor del 95 % de mis alumnos son pobres, sin acceso a agua potable o con graves problemas de inseguridad alimentaria, a un tercio le falta el padre o la madre. Además, hay problemas de drogas, embarazos de adolescentes o suicidios. Muchos llegan a la escuela con hambre y no pueden concentrarse.

Por todo ello la educación debe ser una prioridad para la sociedad. Los maestros deberían contar con el mayor apoyo posible porque son ellos, en la mayoría de los casos, los que pueden cambiar el futuro de los chicos de este poblado. Los profesores tenemos una gran responsabilidad en nuestras manos. Solo nosotros podemos darles los instrumentos para que los chavales puedan perseguir sus sueños. Sin la educación, abocaremos a toda una generación a la nada y no podemos permitir que eso suceda. Cada uno debe aportar su granito de arena para garantizar que los niños accedan a una educación de calidad para así poder afrontar el futuro con esperanza. Se lo debemos.

En África la edad mínima para que las niñas contraigan matrimonio es 15 años, pero muchas se casan con tan solo 9 o 10. ¿Cómo trata de paliar el abandono escolar femenino en su escuela?
Todos los niños del mundo merecen la oportunidad de recibir una buena educación mientras crecen para alcanzar todo su potencial. Es vital que las niñas sean parte de esto, pero no hay que negar la realidad: hay 131 millones de niñas en todo el mundo a las que actualmente se les niega la oportunidad de ir a la escuela, muchas de ellas aquí en África.

En general, solo una familia que respete al profesor puede dejarse convencer para no impedir que sus hijas vayan a clase. Lo que tratamos de hacerles entender es que ir a la escuela es más importante que ayudar con las tareas domésticas o que casarse y formar una familia; que no es un derroche invertir parte de sus ganancias en libros y que estudiar puede ayudarles a salir de la pobreza. Está bien que las niñas ayuden a sus familias siempre que sea posible, pero nunca a expensas de su educación o de su futuro. Es un hecho que las niñas mejor educadas son las que obtienen mejores trabajos, con mejores sueldos. En cuanto les muestras la cantidad de oportunidades que se abren con el conocimiento, los estudiantes se esfuerzan por conseguir mejores notas. No lo hacen solo por ellos o por sus familias, sino para ayudar a la comunidad entera. No puedo sentirme más orgulloso de las chicas a las que enseño. Como Esther Amimo y Salome Njeri, que fueron premiadas el año pasado en la feria internacional Intel International Science and Engineering Fair de Phoenix, Arizona, (EE. UU.) por haber desarrollado un dispositivo que ayuda las personas que sufren algún tipo de discapacidad visual o auditiva.

El Papa Francisco saluda al franciscano, durante una audiencia en el Vaticano, el pasado 7 de enero. Foto: Vatican Media

Usted es el primer africano en ganar el Global Teacher Prize, otorgado por la Fundación Varkey, con sede en Dubái. ¿Cómo lo recibió?
Espero que este premio se convierta en un motor de esperanza, que haya cada vez más africanos motivados que miren con confianza al futuro. Fue un honor sublime que recibí con gran humildad. Lo veo como un reconocimiento destacado, pero no de mi labor como profesor, sino de la completa enseñanza en África. Creo que este premio reivindica el papel de todos los profesores del mundo.

El Global Teacher Prize es un galardón que también pone el foco en los jóvenes de este gran continente. Solo estoy aquí por lo que han logrado mis alumnos: este premio reconoce todo su esfuerzo y el increíble potencial que han demostrado. Les da una oportunidad. Los jóvenes africanos son el futuro del mundo. Las nuevas generaciones no van a tener expectativas bajas. Sueñan a lo grande. África será un banco de producción de científicos, ingenieros, empresarios cuyos nombres resonarán en todos los rincones del planeta y las mujeres van a ser fundamentales.