Cardenal Rouco: «Esta visita animará la vida de la Iglesia en España» - Alfa y Omega

Cardenal Rouco: «Esta visita animará la vida de la Iglesia en España»

Los obispos españoles comenzaron, el lunes, su visita ad limina apostolorum, la primera desde 2005, una visita para «renovar los vínculos de comunión» con el sucesor de Pedro, que contribuirá «a hacer más fecundo nuestro ministerio», dice en esta entrevista el cardenal Rouco, presidente de la Conferencia Episcopal. El arzobispo de Madrid alude también a la posibilidad de que el Papa visite España en 2015 —Año de la Vida Consagrada y V Centenario del nacimiento de santa Teresa—, y habla sobre la reforma de la Curia romana y de los trabajos preparatorios del Sínodo de los Obispos sobre la familia

Redacción
El Papa Francisco, con los primeros obispos españoles que ha recibido durante la visita ‘ad limina’, iniciada el pasado lunes

¿Qué espera de esta visita ad limina?
Las visitas ad limina se realizan para que los obispos de un país acudan a Roma, a orar ante la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo, para expresar sus lazos de comunión obediente y filial al sucesor de Pedro y dar cuenta del estado de sus diócesis. La perspectiva no es tanto enjuiciar el presente o valorar caminos para el futuro, cuanto hacer examen de conciencia de lo que ha pasado, y renovar los vínculos de comunión con los sucesores de Pedro. Desde este punto de vista, son muy provechosas, con esa vivencia reforzada y renovada de la comunión con el Santo Padre, para un ejercicio más fecundo del ministerio episcopal y para animar a la misma Iglesia diocesana. Las visitas ad limina ayudan mucho a los obispos, desde el punto de vista del sentido católico del ejercicio del ministerio episcopal, marcado por la colegialidad y, en consecuencia, por la fraternidad, que revivimos en relación con el Papa, cabeza del Colegio episcopal.

La última visita ad limina, en 2005, no pudo siquiera completarse, así que para no pocos obispos ésta será la primera, aunque usted ya ha podido hacer unas cuantas…
He hecho unas cuantas, sí, desde la primera visita en la que participé en 1977, con el Papa Pablo VI, como obispo auxiliar de Santiago de Compostela, poco después de mi consagración episcopal. Salvo ésa, todas han sido con Juan Pablo II, que solía tener un mapa de España para identificar cada diócesis, aunque con Santiago y con Madrid no hacía falta. Había siempre una conversación muy personal; el Papa nos animaba a asumir la carga y la responsabilidad del ministerio episcopal con espíritu apostólico, con espíritu de comunión y con espíritu misionero y evangelizador. Todo el pontificado de Juan Pablo II estuvo marcado por esa actitud y ese entusiasmo por la nueva evangelización, por la evangelización que había que hacer de nuevo, bien en los viejos países de raíces cristianas que han perdido la sustancia de la fe, bien en los países clásicos de la misión ad gentes. Ésa era una línea siempre presente en los encuentros con el Santo Padre. La otra, la aplicación auténtica, espiritualmente honda y valiente del Concilio Vaticano II. Y siempre había un mensaje para los obispos españoles, muy lúcido y muy certero, en relación con el momento en la vida de la Iglesia y de la sociedad.

¿Qué recuerdos personales guarda usted de esas visitas?
Recuerdo especialmente la de 1977. Pablo VI me cogió la mano y me dijo: «¡Qué obispo tan joven para llevar la cruz!». Y luego, la de 1981: llegamos a Roma los obispos gallegos en diciembre, y en la noche de la llegada, se produjo el golpe de Estado del general Jaruzelski en Polonia. El Papa nos había invitado a comer, y al oír las noticias por la mañana, pensamos que se anularía, pero Juan Pablo II quiso que fuéramos. Cuando llegamos al comedor del Santo Padre, estaba viendo la televisión; se disculpó, y nos explicó que estaba muy preocupado por los acontecimientos en su patria. Fue después una comida muy provechosa, en la que él quiso informarse muy a fondo sobre diversos aspectos de la vida de la Iglesia en España, de la teología en España, de los estudios eclesiásticos, de las corrientes de pensamiento…

La visita del año 86 estuvo muy marcada por la ilusión de la Jornada Mundial de la Juventud, de Santiago de Compostela. Y en la del 97, por dar un salto, cuando yo llevaba en Madrid sólo tres años, fui acompañado por los obispos auxiliares, entre ellos don Eugenio Romero, que acababa de ser consagrado obispo. Fue un encuentro muy entrañable y hondo.

La visita más dramática fue la de 2005. Cuando estuvimos con el Papa, no nos pareció que hubiese que temer un desenlace inminente. De hecho, salimos tranquilizados. Nos parecía que no estaba tan mal el Santo Padre: hizo preguntas, habló… Y a los pocos días, se interrumpieron las visitas, el Papa fue ingresado en el hospital Gemelli y ya vino lo que vino.

Usted ha tenido ya varios encuentros con el Papa Francisco, e incluso le ha invitado a venir a España en 2015, coincidiendo con el quinto centenario del nacimiento de santa Teresa. ¿Habrá noticias pronto?
Su línea es positiva, aunque todavía no ha confirmado que vaya a venir. Sí puedo decir que ha valorado mucho la petición, y que resaltemos el significado de santa Teresa de Jesús para el presente y el futuro de la Iglesia, en España y en el mundo. Coincidiendo con el V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús, 2015 va a ser el Año de la Vida Consagrada, y si se quiere seguir la línea de renovación de la vida consagrada, abierta por el Concilio Vaticano II, colocar a santa Teresa en el primer plano de la atención eclesial no puede ser más acertado. Santa Teresa fue una gran reformadora de toda la vida consagrada, no sólo de la Orden carmelitana, después del Concilio de Trento, que quiso renovar y reformar la vida consagrada. Ella fue una intérprete carismáticamente muy honda de lo que la Iglesia necesitaba en ese campo tras una gran crisis. Con la Reforma protestante, los fundamentos teológicos de la vida consagrada se pusieron en cuestión. Además, la forma en que se había estado viviendo, en muchos ámbitos de la Iglesia, la vida consagrada era de mucha laxitud, y la figura de santa Teresa —y el espíritu que le inspiró, desde el conventito de San José, donde comenzó su reforma— irradiaría una luz que daría gran resplandor y apoyaría las nuevas formas de vida consagrada que estaban apareciendo en la Iglesia, sobre todo con la Compañía de Jesús, el gran modelo de renovación de la vida consagrada en el siglo XVI, en un ambiente muy difícil. Por cierto, los jesuitas jóvenes de la residencia recién inaugurada de Ávila fueron grandes apoyos para santa Teresa, en la obra de reforma del Carmelo.

La palabra que jugó un gran papel en esa reforma es observancia: observancia del carisma primitivo; observancia de la comunión con la Iglesia; observancia de la forma de vivir la pobreza, la castidad y la obediencia; observancia, a la hora de vivir la relación de vida consagrada con el mundo. Me parece que es de muchísima actualidad la figura de santa Teresa. El año 2015 será de mucho fruto.

Audiencia del Papa al cardenal Rouco el pasado mes de junio

Ha participado usted en el encuentro de los cardenales con el Papa para preparar el Sínodo sobre la Familia. Desde la perspectiva de la realidad en España, ¿en qué puntos pondría usted el acento?
Los obispos españoles ya han enviado a Roma una síntesis del material que les ha llegado a ellos, a través de las respuestas al cuestionario que envió la Secretaría General del Sínodo. Ya iremos viendo cómo se desarrolla el Sínodo, pero los problemas los conoce cualquiera, están a pie de calle: comprender qué significa la fidelidad matrimonial, que el vínculo para toda la vida no sólo es posible, sino que pertenece a la esencia misma del amor matrimonial, que tiene que estar abierto a la vida; que la familia debe ser un lugar donde los niños crezcan no sólo física y psicológicamente, sino también espiritualmente; que la familia es esencial para el orden social, para que la sociedad crezca en solidaridad, justicia y paz, y que eso no se logra si el tejido familiar está roto o herido profundamente… Son problemas que se han venido planteando ya desde hace mucho tiempo. Tenemos la gran encíclica de Pablo VI sobre la familia, la Humanae vitae. Ha habido un gran impulso a estos temas dentro de la Iglesia, a través de la pastoral familiar, de los grupos provida, de las asociaciones familiares… Impulsada por Juan Pablo II, podemos decir que hay una especie de renacimiento de la espiritualidad matrimonial en la Iglesia muy hondo y serio. Pero simultáneamente, en las sociedades europeas, tenemos los problemas clásicos que conocemos desde la década de los años 60, planteados hoy con mayor gravedad. El último testimonio de esa gravedad es la eutanasia infantil en Bélgica, algo tremendo.

Esa agenda ideológica viene acompañada de un serio retroceso en la libertad religiosa, dado que, quienes la promueven, señalan a la Iglesia como enemigo, o intentan silenciar su voz. Al arzobispo de Bruselas, monseñor Leonard, se le ha acusado de injerencia política por organizar vigilias de oración en Bélgica…
¡Y nos lo han dicho a nosotros aquí muchas veces en la última década! Nos han acusado de pretender ser legisladores en materias que son propias del Estado. Pero hay que recordar que el Estado no es el dueño de los derechos fundamentales de la persona, que son anteriores a él. Respetarlos es condición necesaria para que se pueda hablar de un Estado justo y verdaderamente democrático. Ésta es una lección que aprendimos dramáticamente en la Europa de los totalitarismos. Hay que recordarlo ahora de nuevo, y con mucha fuerza, porque al final, los más débiles son los que más lo pagan.

El Consejo de Cardenales para el Estudio y la Organización de los Problemas Económicos de la Santa Sede, del que forma usted parte, se reunió la pasada semana con el Consejo de 8 cardenales, que estudia con el Papa la reforma de la Curia. ¿Qué valoración le merece ese proceso de reformas?
El Papa ha querido ayudarse, en el gobierno pastoral de la Iglesia, de un Consejo de cardenales que representan de algún modo a la Iglesia implantada en todos los continentes. Son cardenales con experiencia pastoral de la Iglesia, que conocen los problemas de sus regiones, y conocen también la realidad de la Iglesia en Roma y la Curia. Están ayudando al Papa a concretar las medidas de reforma, y a hacer lo más fecunda posible, apostólica y pastoralmente, la relación entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares. La doctrina del Concilio Vaticano II pone en primer plano una verdad de siempre de la fe: que la Iglesia vive in et ex Ecclesiis particularibus, en ellas y de ellas; la Iglesia no es una federación de las Iglesias particulares; la Iglesia universal no existe sin las Iglesias particulares, y la Iglesia particular es Iglesia, no un departamento administrativo de un gran conjunto organizativo-pastoral. Las Iglesias particulares son Iglesia en el sentido pleno de la expresión, cuando están dentro de la comunión de las Iglesias, cuya cabeza es el Papa, pastor de la Iglesia universal y obispo de la Iglesia de Roma.

El Papa ha insistido también mucho en que la Iglesia no es una ONG.
Por ésa y por otras razones, no debemos confundir la misión propia y específica de la Iglesia con las tareas de este mundo y con fórmulas de organización de la sociedad y de la comunidad política, que son muy legítimas y pueden ser incluso muy beneficiosas, pero que no son la Iglesia. La Iglesia es una realidad sacramental. Por definición conciliar, es un sacramento de unidad de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, en Cristo. Eso es la Iglesia.