Levantemos la mirada - Alfa y Omega

Levantemos la mirada

Alfa y Omega
Fotograma de ‘Gravity’, Premio ‘Alfa y Omega’ a la Mejor película del año 2013

«Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos»: así dice el Papa Francisco, en su exhortación Evangelii gaudium; ¿y qué significa levantar la mirada sino «acudir a Dios para que inspire sus planes»? Lo explica el Papa bien claro: «Estoy convencido de que, a partir de una apertura a la trascendencia, podría formarse una nueva mentalidad política y económica que ayudaría a superar la dicotomía absoluta entre la economía y el bien común social». A eso ayuda, sin duda, la mentalidad genuinamente cinematográfica que no renuncia a la razón de ser del cine, ¡hijo de la luz!, rechazando la tentación de caer en la tiniebla. Se lo recordó Juan Pablo II, en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales del año precisamente centenario del nacimiento del cine, 1995, «a todos los que trabajan en el sector cinematográfico», dirigiéndoles «una calurosa invitación a no renunciar a este importante elemento cultural», sencillamente porque, «preocuparse de producciones sin contenido y dedicadas exclusivamente al entretenimiento, con el único objetivo de hacer que aumente el número de espectadores, no va de acuerdo con las más auténticas y profundas exigencias y expectativas de la persona humana», que no puede por menos que alzar la mirada al Único que puede darle cumplida respuesta.

Desde esa convicción, los Premios Alfa y Omega de Cine, este año, han reconocido de un modo especial, justamente, esta mirada a lo Alto de la que habla el Papa Francisco, la más auténtica y profunda exigencia y expectativa de todo ser humano, en la economía, en la política, en todos los ámbitos de la vida. «Siempre –subraya el Santo Padre– hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos». Y esa mirada no se pierde en un horizonte vacío, porque previamente desde allá, de lo Alto, hemos sido mirados. En Gravity, premiada en Alfa y Omega como Mejor película del año 2013, el ¡Gracias! de la doctora Ryan, en el desenlace final, mirando al cielo, da fe de esa Mirada previa, que desde allí llegó, hace ya dos milenios, hasta una doncella de Nazaret, llamada María. Es la Mirada de Jesús, de que hablan los evangelios: «Jesús lo miró con cariño…», y que sigue igualmente viva, hoy y «todos los días hasta el fin del mundo».

¡Cuán llena de luz y de sentido es la visión de la tierra y del espacio, y desde ahí todas las cosas de la vida, cuando se acoge esta Mirada! Porque, entonces, la belleza incontestable de tantos lugares de la tierra, la asombrosa grandeza del universo, también la del dolor y las dificultades, pero que están traspasados por esa Mirada de amor, se muestra en toda su verdad, que lejos de dejarnos en la nostalgia, o en la desesperación de una felicidad imposible, con el buen cine se convierte en plegaria, de acción de gracias y de súplica. Y llena la vida de esperanza. Es aleccionador el bello testimonio del Papa Benedicto XVI, al saludar a los jóvenes en la JMJ de 2008, contando su experiencia del largo viaje a Sídney: «La vista de nuestro planeta desde lo alto ha sido verdaderamente magnífica. El relampagueo del Mediterráneo, la magnificencia del desierto norteafricano, la exuberante selva de Asia, la inmensidad del océano Pacífico, el horizonte sobre el que surge y se pone el sol… Inmersos en tanta belleza, ¿cómo no hacerse eco de las palabras del Salmista que alaba al Creador: ¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!?».

Pero no se queda ahí el Papa, «hay más –sigue diciendo–, algo difícil de ver desde lo alto de los cielos: hombres y mujeres creados nada menos que a imagen y semejanza de Dios». Sí, «en el centro de la maravilla de la creación estamos nosotros, vosotros y yo, la familia humana coronada de gloria y majestad. ¡Qué asombroso!» Y Benedicto XVI vuelve a orar con el Salmista: «¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él?».

En su homilía del pasado domingo, con los cardenales, tras las palabras de las lecturas de la Misa: «Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo», y del mismo Jesús: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto», el Papa Francisco dijo: «Imitar la santidad y la perfección de Dios puede parecer una meta inalcanzable». Puede parecer misión imposible. Y lo es realmente para las fuerzas humanas, por mucho que queramos imaginar héroes cinematográficos que todo lo pueden…; y aun pudiendo tanto en la vida real, al final todo se torna en vacío y muerte. Sólo alzando la mirada, el Señor nos da esa vida infinita que no podemos darnos a nosotros mismos, porque, sigue diciendo el Papa Francisco, «sin el Espíritu Santo, nuestro esfuerzo sería vano». La santidad, una vida plena, a la medida de la imagen y semejanza de Dios que somos, «no es un logro nuestro, sino fruto de la docilidad al Espíritu de Dios». Fruto, sí, de levantar la mirada.