Todo comienza de nuevo - Alfa y Omega

Silos. 31 de diciembre. Falta poco para la medianoche. Celebramos en comunidad una vigilia de oración con motivo del paso al año nuevo. El Santísimo queda expuesto. Hay silencio fuera. Hay silencio dentro. De esta manera, en oración, cruzamos el umbral del 2020. Nuestra iglesia está vacía. O llena. Según se mire. En los bancos todavía se escucha el latir del corazón de la gente que ha estado en ellos. Sus rostros, sus historias y sus sueños nos acompañan. Ahora y en cada momento. Un cohete tempranero rompe nuestro silencio. Algún monje ya está inquieto. Suenan nuestras campanas: son las 00:00 horas. Comienzan los gritos de alegría fuera. También nosotros gritamos de alegría, pero dentro. Una vez más, todo comienza.

Hay quien prefiere la seguridad que producen las actividades en desarrollo. Cuando todo está bajo control y la vida parece que fluye. Sin embargo, a mí me gustan los comienzos, cuando todo está por definir. Es el tiempo de la esperanza, de la ilusión. El momento en el que los sueños comienzan el camino hacia su realización. Cuando todo puede empezar a cumplirse. No en vano, el rasgo principal de los que seguimos a Jesús tiene que ser el optimismo y la esperanza ante lo que viene. Porque creer en un Dios que se encarna en lo ordinario permite empezar el año con esa actitud.

Camino de vuelta a la celda por el claustro alto. Hace frío, mucho frío, pero lo desafío. Me paro frente al ciprés. La visión de nuestro claustro bajo las estrellas es espectacular. Y miro al cielo pensando que no sé lo que puede traer este nuevo año que comienza, pero sí sé que, si vivo atento a la realidad, reconoceré al buen Dios que sale a mi encuentro de la manera más insospechada, a través de una palabra, de una sonrisa, de una lágrima, de un abrazo. El buen Dios que siempre mueve los corazones y los impulsa a crear escenarios nuevos, más cálidos y humanos. Y decido ser un hombre de esperanza. Y decido sembrarla. La esperanza que nace de Aquel que hace nuevas todas las cosas.