La hora de los conciliadores - Alfa y Omega

En 1979 y en la BAC, publicó J. M.ª García Escudero su A vueltas con las dos Españas. Con la mente puesta en la herreriana tercera España, quiso reivindicar la memoria de quienes preferían integrar a excluir, reconciliar a condenar, remediar a atizar el fuego de la discordia.

«[…] entre los hoscos muros hostiles de las dos Españas corrió siempre el riachuelo de los conciliadores; escondido a menudo, cuando cegaban su cauce las piedras desprendidas por la violencia de las pasiones, pero que, apenas podía, afloraba nuevamente a la superficie para continuar tercamente su curso; plácida, humilde, cristalina y heroica corriente de los españoles sensatos, que los hubo en todos los partidos, hasta en los más extremos, y si hubiesen sido escuchados habrían convertido la turbulenta historia nuestra en un proceso incomparablemente más sereno y constructivo. Dos excepciones ha habido, dos veces se ha remansado la corriente y ha parecido que iban a tener tiempo las aguas de fertilizar la pobre tierra reseca. Esas dos excepciones han sido la Restauración de 1874 y la de 1975».

Los conciliadores, de talante reformador y no dogmático, promueven la evolución, fomentan el análisis histórico como instrumento para comprender la originalidad de cada momento, defienden la ley como marco al que deben circunscribirse los cambios políticos, y creen que la continuidad y la estabilidad requieren de instituciones encuadradas en un sólido marco constitucional.

No me negarán que llegó de nuevo su hora. Los españoles necesitamos políticos capaces de rechazar con argumentos cualquier tentación revolucionaria y utópica, políticos que sepan pensar y actuar en términos posibilistas, tan alejados del perfeccionismo como de la real-politik. Ayer hubo católicos, muchos, que apostaron por facilitar el encuentro entre los extremos, conscientes de que acatar el orden constitucional, aceptar el pluralismo de las mediaciones y encaminar la acción política al bien común eran imperativos irrenunciables al servicio de una acción política moderada cuya finalidad última no es la conquista y mantenimiento del poder, sino el perfeccionamiento de las formas de convivencia, el fomento de la participación y el control de los excesos del poder. ¡Ojalá hoy, como ayer, aflore «la humilde, cristalina y heroica corriente de los españoles sensatos», aunque algunos no sepamos muy bien dónde ir a encontrarlos!