Una luz de esperanza tras la clandestinidad - Alfa y Omega

Una luz de esperanza tras la clandestinidad

La diócesis de San Severo, al sur de Italia, ha sido una de las primeras que ha respondido a la petición del Papa de abrir sus puertas a los migrantes. El pasado 28 de octubre firmó un acuerdo con el Ayuntamiento que permite domiciliar en algunas parroquias a los temporeros para sacarlos de la clandestinidad. «La demanda más apremiante está ligada al reconocimiento de los documentos. Solo así pueden acceder a los derechos básicos: tener un médico, abrirse una cuenta bancaria, poder alquilarse una casa…», asegura a Alfa y Omega Andrea Pupilla, director de Cáritas diocesana

Victoria Isabel Cardiel C.
Los braceros pasan todo el día trabajando en los campos y de noche duermen en los barracones que rodean los cultivos. Foto: Antonello Mangano

Jornadas interminables de más de diez horas a la intemperie, sin más descanso que una pausa de 20 minutos para comer; sin contrato de trabajo ni seguro médico, ni tan siquiera derecho a baja si están enfermos. La miseria se reparte en los guetos del área de la Capitanata, en Foggia, donde cada día al amanecer los caporales locales seleccionan a los más fuertes, como si fuera un mercado de ganado, para recoger las frutas y verduras de temporada en los campos.

El sudor de la frente es su único aliado para sobrevivir. Pero la recompensa al final del día no llega a los 30 euros. Son los esclavos del siglo XXI. «No te consideran una persona, solo una pieza que debe funcionar a cualquier coste. Entras en un sistema perverso en el que todo depende del caporal. Si tienes hambre, tienes que comprarle a él la comida. Si tienes sed, la única agua embotellada potable la tiene él», denuncia en conversación con Alfa y Omega Yvan Sagnet, que llegó a Italia en 2008 desde Duala (Camerún) y quedó atrapado en este sistema corrupto de redes de intermediarios criminales y empresarios agrícolas que explotan a gente como él para lograr más beneficios. Tras protagonizar varias manifestaciones contra los capataces, en 2011 fundó NoCap, la primera asociación en Italia que ha dicho basta al sistema ilegal de reclutamiento de mano de obra agrícola.

El sector alimentario italiano es una isla boyante y las mafias no han tardado en meter mano para sacar tajada. Desde hace años controlan parte de las cosechas del sur del país a golpe de pistola: de junio a septiembre los tomates y, el resto del año, lechugas, brócoli, naranjas, mandarinas, espárragos, alcachofas, uvas… Frutas y hortalizas que acaban en los supermercados de Europa y dejan detrás un reguero de sangre. Según un informe de la cámara de productores agrarios italianos de 2018, Coldiretti, el volumen de negocio de la agricultura se estima en 21.800 millones de euros donde más del 40 % de los braceros que la hacen posible son explotados.

Acceso a los servicios básicos

Como Sagnet, casi todos los jornaleros portan una historia de inmenso dolor a sus espaldas. Algunos nacieron al este de Europa, en Bulgaria o Rumanía. Otros, en Costa de Marfil, Senegal, Nigeria, Togo, Ghana y otros países africanos donde la vida poco importa. Llegaron a Italia con la esperanza de un futuro mejor, pero acabaron en esta cadena de explotación que encuentra sus principales aliados en la omertá y la impunidad.

«Las mafias juegan precisamente con la debilidad de estas personas. No van a denunciar que son explotados porque sin papeles se sienten indefensos. Son invisibles ante la ley», explica el sacerdote Andrea Pupilla, director de Cáritas de San Severo, que combate desde hace años en las trincheras de los desheredados de esta ciudad en el tacón de la bota italiana.

La diócesis de esta ciudad de la región de Apulia ha sido una de las primeras que ha respondido a la petición del Papa de abrir sus puertas a los migrantes. El pasado 28 de octubre firmó un acuerdo con el Ayuntamiento que permite domiciliar en algunas parroquias a los braceros para así sacarlos de la clandestinidad: la primera herramienta para tutelarse. «Cuando escuchamos que les falta el servicio de tuberías, que no hay agua, que no hay electricidad, pensamos que estas son las necesidades básicas. Pero la demanda más apremiante estaba ligada al reconocimiento de los documentos. Solo así a pueden acceder a los derechos básicos. Tener un médico, abrirse una cuenta bancaria, poder alquilarse una casa… Los sacamos de la sombra de la explotación, para que recuperen la dignidad», relata el sacerdote italiano.

En Italia la legislación vigente impide inscribir en el censo municipal a las personas sin domicilio fijo, lo que perpetua el muro de silencio e impunidad en torno a la explotación de los inmigrantes en los campos. Por eso el gesto de la diócesis italiana es una luz de esperanza en medio de las cloacas de la injusticia. Sin embargo, el arzobispo de San Severo, monseñor Giovanni Checchinato, no quiere medallas. «Nosotros solo hemos puesto a disposición las parroquias para que puedan registrar aquí el domicilio. Pero es una iniciativa que parte del Ayuntamiento. No hacemos otra cosa que aplicar el Evangelio», defiende. Y agrega: «El Papa no se ha inventado nada. Jesús no frecuentaba los palacios de poder o las autoridades religiosas. Los predilectos del Señor eran los más vulnerables».

En la práctica, la parroquia no acoge físicamente a la persona, solo su domicilio a efectos de notificaciones, pero las resistencias no han sido pocas. «Hay muchos que azuzan la bandera del miedo diciendo que vamos a vivir una invasión de inmigrantes en San Severo, pero esto no es así. Naturalmente nosotros haremos de filtro. Los que van a ser registrados son personas que ya conocemos, que viven excluidas por culpa de la burocracia. Se trata solo de hacer visibles a las personas que impulsan la economía de este territorio», defiende Pupilla, que cada día recorre con su furgoneta llena de alimentos y agua los caminos enlodados y sin pavimentar que llevan hasta las barriadas de chabolas en los guetos de La Capitana. Allí viven apiladas en condiciones deplorables más de 3.000 familias y él se ha granjeado su confianza. Por eso le resultó fácil guiar los pasos del limosnero del Papa, el cardenal polaco Konrad Krajewski, el pasado mes de septiembre a través de los insalubres barrios de chabolas que parecen vertederos a lo lejos. Su visita fue un apoyo determinante para dar el pistoletazo de salida a este protocolo. «La respuesta al desafío que plantea la migración contemporánea se puede resumir en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. Pero estos verbos no solo se aplican a los migrantes y refugiados. Expresan la misión que la Iglesia tiene con todos los habitantes de las periferias existenciales, que deben ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados», señaló en un comunicado la Limosnería Apostólica. Poco después en el rezo dominical del ángelus, el Papa bendijo el protocolo así: «La posibilidad de tener documentos de identidad y de residencia les dará una nueva dignidad y les permitirá salir de una situación de irregularidad y explotación».

Visita del cardenal Konrad Krajewski a los asentamientos de los temporeros en septiembre de 2019. Foto: Don Nico d’Amis/Diócesis de San Severo

«Capo molto bravo»

De momento, solo se han activado los cursos de formación para los funcionarios de las oficinas del Ayuntamiento y los responsables parroquiales que deberán aplicarlo. Está previsto que los primeros registros comiencen a partir de este mes. Pero el nuevo acuerdo ya ha comenzado a dar sus frutos. Por el Ayuntamiento de San Severo pasó hace unos días un chico proveniente de Gambia que apenas atinaba a decir una palabra en italiano, pero repetía como un mantra: «Capo molto bravo». Su jefe, un joven empresario agrícola, le había hecho el contrato y quería pagarle regularmente, pero no podía hacerlo porque no tenía los documentos requeridos para abrirse una cuenta bancaria. La anécdota la resume con todo tipo de detalles la abogada italiana, Simona Venditti, asesora de Políticas Sociales del Ayuntamiento de San Severo, cuando se le pide que ponga un ejemplo de cómo el protocolo traerá cohesión social a la ciudad italiana. «El fenómeno del caporalato es el síntoma que el sistema está podrido. La agricultura italiana es rica en materias primas y recursos naturales, pero ha sido destrozada. Y son ellos, los inmigrantes temporeros, las últimas víctimas», explica. Para Venditti la integración más que un «obstáculo» es un «impulso» que bombea el sistema económico. «Es errado concebir las inversiones en inmigración como un gasto inútil. Sin esos chicos que trabajan en el campo, la economía de nuestra región estaría en números rojos», comenta.

El líder de la ultraderechista Liga, Matteo Salvini, ya no está en el Gobierno italiano, pero su legado sigue haciendo estragos entre los que ponen la humanidad como principio. En agosto del año pasado fue aprobado el decreto sobre seguridad e inmigración que, además de multar a las ONG que rescatan migrantes en el Mediterráneo, dinamita los sistemas de acogida y relega a un gran número de inmigrantes al desamparo. «El decreto de seguridad paradójicamente creará más inseguridad porque colocará a más personas en el precipicio de la ilegalidad a merced de las mafias», sintetiza sin medias tintas el alcalde de San Severo, Francesco Miglio. «Nuestra batalla contra la explotación en el campo no es solo porque este sistema mafioso se lleva por delante la vida de muchos chicos jóvenes, sino también porque queremos restituir la legalidad a nuestra tierra», ilustra. Con la normativa de San Severo las personas que antes no existían en los registros del Ministerio del Interior estarán identificadas con las huellas dactilares, podrán pagar impuestos y llevar una vida normal. Una forma eficiente de responder a los flujos migratorios con puentes y no con muros, como pide el Papa Francisco.