«Este es mi Hijo amado» - Alfa y Omega

«Este es mi Hijo amado»

Solemnidad del Bautismo del Señor

Daniel A. Escobar Portillo
Vidriera del ‘Bautismo de Jesús’. Catedral de San Julián en Le Mans Francia. Foto María Pazos Carretero

Con la fiesta del Bautismo del Señor cerramos el tiempo litúrgico de Navidad, un período en el que hemos celebrado ante todo la manifestación del Hijo de Dios como Salvador de los hombres, tanto de los pertenecientes al pueblo de Israel como de los gentiles. A través de distintas escenas, durante estos días hemos visto al Niño siendo visitado, reconocido y adorado por los pastores o por los Magos. Todos estos pasajes han pretendido mostrar una primera realidad: para descubrir al Salvador es preciso encontrarse con Él. Creer como consecuencia de ver forma parte de un acontecimiento que celebramos gracias a que existen testigos que nos lo han contado. A pesar de que, tras la celebración de la Epifanía, han pasado muchos años hasta encontrar a Jesús junto al Jordán para ser bautizado por Juan, conmemoramos un mismo acontecimiento: el comienzo de la salvación de Dios a los hombres, con el acento puesto ahora en su función como Mesías.

«Conviene que así cumplamos toda justicia»

Aunque los tres Evangelios sinópticos contienen el pasaje del Bautismo de Jesús en el Jordán, únicamente Mateo incluye un diálogo entre Jesús y Juan Bautista, en el que se muestra la resistencia de este último a bautizar al Señor. La razón que Jesús aduce para ser bautizado es que «conviene que así cumplamos toda justicia». Para comprender esta afirmación es preciso concebir a Dios como el justo. Esto significa no solo una condición de su ser, sino algo que afecta a los hombres: hace justicia o justifica a quienes confían en Él, como nos recuerda principalmente san Pablo. Para llevar a cabo esta justificación Jesús pasará por un bautismo, que tiene el significado de inmersión. La imagen inmediata asociada a este término es el sumergirse en el agua. Sin embargo, el Bautismo del Señor es el anticipo de una realidad muy profunda, que se concretará en el introducirse hasta las últimas consecuencias en nuestra propia realidad de pecadores para, de este modo, hacernos partícipes de su misma vida. Se trata de una consecuencia más de la Encarnación de Dios, del descendimiento de Dios hacia los hombres, del acercamiento y cercanía máxima entre el Señor y nosotros. Junto con esta dinámica de abajamiento y solidaridad con el hombre va unida la completa obediencia del Hijo hacia el Padre. En realidad, toda la vida de Jesucristo estará marcada por la confianza y la disposición a realizar cuanto desea el Padre. Por eso escuchamos, como primera lectura de este domingo, el primero de los cánticos del Siervo, de Isaías, donde se anuncia la misión que ha de llevar a cabo del Siervo de Yahvé.

Jesús, ungido por el Espíritu Santo

El Evangelio de este domingo llega a su punto culminante con la manifestación del Espíritu de Dios sobre Jesús, en forma de paloma, y la voz que afirma: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco». Aparte de recordar y ver cumplido, de nuevo, el canto de la primera lectura, Jesús aparece como ungido por el Espíritu Santo. Desde antiguo la unción iba aparejada a la misión que debían cumplir determinadas personas relevantes, especialmente los reyes y los sacerdotes, quienes realizaban un designio divino. Jesús no será ya ungido por nadie, sino por el mismo Espíritu Santo, que desciende en forma de paloma. Y por esta unción recibirá la misión de introducir a los creyentes en el conocimiento de Dios para dar acceso a la vida divina a quienes recibirán el nuevo bautismo inaugurado por la Muerte y Resurrección de Cristo. Por eso, en la fiesta del Bautismo del Señor, los cristianos hacemos memoria de nuestro propio Bautismo. Este recuerdo se puede enfatizar este día y todos los domingos al comienzo de la celebración eucarística con la bendición y aspersión del agua bendita. Con ello somos conscientes de que también nosotros participamos en la misión del Señor y hemos sido ungidos por el Espíritu Santo.

Evangelio / Mateo 3, 13-17

En aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?». Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una luz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».