«La fe de María da carne humana a Jesús» - Alfa y Omega

«La fe de María da carne humana a Jesús»

«Dios no ha querido hacerse hombre ignorando nuestra libertad, ha querido pasar a través del libre consentimiento de María, de su », explicó el Papa Francisco este sábado, durante la catequesis con motivo de la Jornada Mariana del Año de la fe. Esto ocurre también en cada uno de nosotros: cuando acogemos la Palabra de Dios y la ponemos en práctica, «es como si Dios adquiriera carne en nosotros»

Redacción

Entre miles de pañuelos blancos y rostros de amor a la Virgen, el Santo Padre acogió el sábado por la tarde, en la Plaza de San Pedro, la imagen original de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, trasladada a Roma con ocasión de la Jornada Mariana del Año de la fe. A continuación, pronunció una catequesis sobre la Virgen.

Durante su alocución, el obispo de Roma recordó que «la fe de María da carne humana a Jesús»: «María ha concebido a Jesús en la fe, y después en la carne, cuando ha dicho al anuncio que Dios le ha dirigido mediante el ángel. ¿Qué quiere decir esto? Que Dios no ha querido hacerse hombre ignorando nuestra libertad, ha querido pasar a través del libre consentimiento de María, de su ».

El Papa agregó que lo ha ocurrido en la Virgen Madre de manera única, también nos sucede a nosotros a nivel espiritual cuando acogemos la Palabra de Dios con corazón bueno y sincero y la ponemos en práctica. «Es como si Dios adquiriera carne en nosotros. Él viene a habitar en nosotros, porque toma morada en aquellos que le aman y cumplen su Palabra».

RV / Redacción

Catequesis completa del Santo Padre:

Queridos hermanos y hermanas

En este encuentro del Año de la fe dedicado a María, Madre de Cristo y de la Iglesia, Madre nuestra. Su imagen, traída desde Fátima, nos ayuda a sentir su presencia entre nosotros. Es una realidad: María siempre nos lleva a Jesús. Es una mujer de fe, una verdadera creyente. Podemos preguntarnos ¿Cómo es la fe de María?

1. El primer elemento de su fe es éste: La fe de María desata el nudo del pecado (cf. LG, 56). ¿Qué significa esto? Los Padres conciliares han tomado una expresión de san Ireneo que dice así: «El nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe, lo desató la Virgen María por su fe» (Adv. Haer., III, 22, 4).

El nudo de la desobediencia, el nudo de la incredulidad. Cuando un niño desobedece a su madre o a su padre, podríamos decir que se forma un pequeño nudo. Esto sucede si el niño actúa dándose cuenta de lo que hace, especialmente si hay de por medio una mentira; en ese momento no se fía de la mamá o del papá. Vosotros sabéis, ¡Cuántas veces pasa esto! Entonces, la relación con los padres necesita ser limpiada de esta falta y, de hecho, se pide perdón para que haya de nuevo armonía y confianza. Algo parecido ocurre en nuestras relaciones con Dios. Cuando no lo escuchamos, no seguimos su voluntad, cometemos actos concretos en los que mostramos falta de confianza en él -y esto es pecado-, se forma como un nudo en nuestra interioridad. Estos nudos nos quitan la paz y la serenidad. Son peligrosos, porque varios nudos pueden convertirse en una madeja, que siempre es más doloroso y más difícil de deshacer.

Pero para la misericordia de Dios, lo sabemos, nada es imposible. Hasta los nudos más enredados se deshacen con su gracia. Y María, que con su ha abierto la puerta a Dios para deshacer el nudo de la antigua desobediencia, es la madre que con paciencia y ternura nos lleva a Dios, para que él desate los nudos de nuestra alma con su misericordia de Padre. Cada uno de nosotros tiene algunos y podemos preguntarnos dentro de nuestro corazón: ¿Cuáles son los nudos que hay en mi vida? Eh, Padre, ¡los míos no se pueden aflojar!. Eh, ¡esto es una confusión! Todos los nudos del corazón, todos los nudos de la conciencia se pueden aflojar. ¿Pido a María que me ayude a tener confianza, para aflojar, para en la misericordia de Dios para cambiar? Ella, mujer de fe, seguro que nos dirá: «Ve adelante, ve donde el Señor: Él te entiende». Y ella lleva de la mano de María el abrazo del Padre, del Padre de la misericordia.

2. Segundo elemento: la de fe de María da carne humana a Jesús. Dice el Concilio: «Por su fe y obediencia engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo» (LG, 63). Este es un punto sobre el que los Padres de la Iglesia han insistido mucho: María ha concebido a Jesús en la fe, y después en la carne, cuando ha dicho al anuncio que Dios le ha dirigido mediante el ángel. ¿Qué quiere decir esto? Que Dios no ha querido hacerse hombre ignorando nuestra libertad, ha querido pasar a través del libre consentimiento de María, a través de su . Le ha preguntado: «¿Estás dispuesta a esto?» Y ella ha dicho: .

Pero lo que ha ocurrido en la Virgen Madre de manera única, también nos sucede a nosotros a nivel espiritual cuando acogemos la Palabra de Dios con corazón bueno y sincero y la ponemos en práctica. Es como si Dios adquiriera carne en nosotros. Él viene a habitar en nosotros, porque toma morada en aquellos que le aman y cumplen su Palabra. No es fácil entender esto, pero sí, es fácil escucharlo en el corazón. ¿Pensamos que la encarnación de Jesús es sólo algo del pasado, que no nos concierne personalmente? Creer en Jesús significa ofrecerle nuestra carne, con la humildad y el valor de María, para que él pueda seguir habitando en medio de los hombres; significa ofrecerle nuestras manos para acariciar a los pequeños y a los pobres; nuestros pies para salir al encuentro de los hermanos; nuestros brazos para sostener a quien es débil y para trabajar en la viña del Señor; nuestra mente para pensar y hacer proyectos a la luz del Evangelio; y, sobre todo, ofrecerle nuestro corazón para amar y tomar decisiones según la voluntad de Dios. Todo esto acontece gracias a la acción del Espíritu Santo. Y así, somos los instrumentos de Dios porque Jesús actúa en el mundo a través de nosotros Dejémonos guiar por él.

3. Es el último elemento es la fe de María como camino: El Concilio afirma que María «avanzó en la peregrinación de la fe» (LG, 58). Por eso ella nos precede en esta peregrinación, nos acompaña, nos sostiene.

¿En qué sentido la fe de María ha sido un camino? En el sentido de que toda su vida fue un seguir a su Hijo: él -él, Jesús- es la vía, él es el camino. Progresar en la fe, avanzar en esta peregrinación espiritual que es la fe, no es sino seguir a Jesús; escucharlo y dejarse guiar por sus palabras; ver cómo se comporta él y poner nuestros pies en sus huellas, tener sus mismos sentimientos y actitudes.¿ Y cuales son los sentimientos y las actitudes de Jesús? humildad, misericordia, cercanía, pero también un firme rechazo de la hipocresía, de la doblez, de la idolatría. La vía de Jesús es la del amor fiel hasta el final, hasta el sacrificio de la vida; es la vía de la cruz. Por eso, el camino de la fe pasa a través de la cruz, y María lo entendió desde el principio, cuando Herodes quiso matar a Jesús recién nacido. Pero después, esta cruz se hizo más pesada, cuando Jesús fue rechazado: María siempre estaba con Jesús, seguía a Jesús en medio del pueblo, y escuchaba las conversaciones, las odiosidades de los que no querían al Señor. Y esta cruz, ¡ella la ha portado! la fe de María afrontó entonces la incomprensión y el desprecio; y cuando llegó la hora de Jesús, es decir la hora de la pasión: la fe de María fue entonces la lamparilla encendida en la noche. Aquella llamas en plena noche. María veló durante la noche del sábado santo. Su llama, pequeña pero clara, estuvo encendida hasta el alba de la Resurrección; y cuando le llegó la noticia de que el sepulcro estaba vacío, su corazón quedó henchido de la alegría de la fe, la fe cristiana en la muerte y resurrección de Jesucristo. Porque siempre la fe nos porta a la alegría, y ella es la Madre de la alegría: ¡Qué nos enseña el andar por este camino de la alegría! Este es el punto culminante, esta alegría, ¿eh?, este encuentro de Jesús y de María. Pero, imaginemos cómo ha sucedido… este encuentro es el punto culmen del camino de la fe de María y de toda la Iglesia. ¿Cómo es nuestra fe? La tenemos encendida, como María también en los momentos difíciles, aquellos momentos de oscuridad? ¿He escuchado la alegría de la fe?

Esta tarde, Madre, te damos gracias por tu fe y renovamos nuestra entrega a ti, Madre de nuestra fe.