Una humanidad palpitante - Alfa y Omega

Una humanidad palpitante

¡Qué exposición maravillosa se ha inaugurado en Roma! El pasado 11 de diciembre, con el título Los signos de lo sagrado. Las huellas de lo real. La obra gráfica del Novecento en la colección de arte contemporáneo de los Museos Vaticanos, ha abierto sus puertas en el Brazo de Carlomagno de la plaza de San Pedro una selección deslumbrante de grabados y dibujos de los grandes artistas de los siglos XIX y XX. Puede visitarse hasta el 29 de febrero de 2020

Ricardo Ruiz de la Serna

¡Ay! Uno tiene que compadecer a Barbara Jatta, directora de los Museos Vaticanos, y a Francescha Boschetti, comisaria de la exposición, por haber tenido que escoger estas obras de entre las casi 4.000 piezas de este periodo que atesoran las colecciones de estos museos. Boschetti ha dicho que esta exhibición invita al estupor y al descubrimiento de un «tesoro escondido». Al visitante que se adentre en este bosque de columnas que abrazan al hombre, le será dado admirar prodigios del arte nunca antes expuestos. El elenco de genios aquí representado es abrumador: Edvard Munch, Paul Klee, Otto Dix, Max Ernst, Oskar Kokoschka, Umberto Boccioni, Felice Casorati, Giorgio Morandi, Piero Dorazio, Marc Chagall, Joan Miró, Henri Matisse… Es la invitación a un concilio de inteligencia, belleza y sensibilidad que mostrase lo que el ser humano puede hacer cuando se propone emular lejanamente a Dios y ponerse a crear formas, figuras y composiciones.

No debe sorprenderse el lector por la radical modernidad de esta muestra. La Iglesia que alumbró el románico y el gótico, que fue mecenas de los pintores, los escultores y los arquitectos del Renacimiento, la que edificó la Roma de los Papas y extendió el arte de la Contrarreforma por todo el mundo, no dejó de interesarse por el arte durante la modernidad y ha seguido ampliando sus colecciones hasta nuestros días. Como señalaba el Pontificio Consejo para la Cultura en 2004 a propósito del arte como camino para el encuentro con Cristo, «La vía de la belleza, a partir de la experiencia simple del encuentro con la belleza que suscita admiración, puede abrir el camino a la búsqueda de Dios y disponer el corazón y la mente al encuentro con Cristo, belleza de la santidad encarnada, ofrecida por Dios a los hombres paras su salvación».

Un paseo por esta exposición nos asoma a la grandeza, el pavor y la profunda necesidad de redención de nuestro mundo. Los títulos de las distintas partes de la exposición –Los sentimientos de lo sagrado y lo humano, Las huellas de lo real, Génesis de una idea, Signo y color– sirven de introducción a esta galaxia de obras que hablan de los temores, las aspiraciones y la sed de infinito que el ser humano alberga. Las obras se agrupan en la primera parte en torno a ejes temáticos que van guiando al visitante: Antiguo Testamento, oración y meditación, maternidad, Cristo y su historia, el Apocalipsis de san Juan de Rufino Tamayo y ecos de la guerra en las imágenes religiosas.

Uno tiene realmente difícil escoger entre las obras. Cada una de ellas dice algo de nosotros y de nuestro tiempo. Vean esta crucifixión de Marc Chagall (1887-1985), –el pintor de los santos y los cabalistas, el alucinado del color de Vitebsk, el hijo de siglos de mística judía– dar aquí sus trazos a la representación del Crucificado. Admiren el genio de Paul Klee (1879-1940) en esta vista de la gótica Munster, la diócesis de Clemens August Graf von Galen, obispo, cardenal y santo, que denunció las atrocidades de los nazis. Esta ciudad, que el pintor suizo ha perfilado en apenas unos trazos, queda representada en torres que suben al cielo como una oración o un grito. Entre la catedral de Munster, edificada entre 1225 y 1264, y este dibujo de 1925 habían transcurrido unos siete siglos: la Liga Hanseática, la Reforma, la rebelión de Munster y el gobierno de los anabaptistas, innumerables guerras… En este dibujo, pues, palpita de algún modo la modernidad entera. No pasen de largo frente a este grabado titulado Anciano en oración (1902) de Edvard Munch (1863-1944), que reza arrodillado. Vean su sombra. Contemplen su rostro. Este hombre está necesitado de algo que ningún otro hombre puede darle. Este hombre busca a alguien. A este hombre lo está esperando un Dios que mira cada día el horizonte para ver si llega.

La historia de los últimos dos siglos está llena de horrores, pero también de páginas cuya grandeza resulta sobrecogedora. Contemplen estas Vírgenes y estos mártires. Algunas de estas obras han atravesado el siglo XX, el tiempo de las checas, de los campos de concentración y de exterminio, las cámaras de gas y las cárceles secretas, el comunismo, el nazismo y el fascismo. Aquí está comprendido el terror de las guerras y la búsqueda de Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, el único que puede redimir y limpiar todo el pecado del mundo. En estas obras que aquí se exhiben, creadas por manos humanas, parece atisbarse una lejana huella de ese Creador que hizo a su criatura «a su imagen y semejanza». En esta humanidad palpitante, balbuciente, desgarrada en guerras, late también el misterio de ese amor que llevó a todo un Dios a hacerse hombre.