Lorent Enrique Gómez Saleh: «En la cárcel se me llegó a olvidar cómo era mi rostro»
Lorent Enrique Gómez Saleh (San Cristóbal, Venezuela, 1988) fue distinguido con el Premio Sájarov en 2017 mientras era torturado en una cárcel venezolana por integrantes del régimen de Nicolás Maduro. Su delito había sido luchar a favor de los derechos humanos. Le detuvieron en Colombia durante el mandato presidencial de Juan Manuel Santos, más tarde Nobel de la Paz, y le entregaron ilegalmente a Venezuela. Allí pasó cuatro años de presidio y tormentos hasta que, hace poco más de un año, le excarcelaron y subieron directamente a un avión que aterrizó en España
¿En qué circunstancias se produjo su detención?
Me encontraba en Colombia estudiando y tratando de recabar apoyos internacionales a nuestra causa a favor de los derechos humanos. Pero Maduro le pidió mi cabeza a su amigo y presidente de Colombia Juan Manuel Santos. A partir de entonces, el servicio de inteligencia colombiano empezó a vigilar mi residencia y poco después me detuvieron, cuando iba camino a la universidad. Fue algo desproporcionado. Había por lo menos 30 patrullas. Me metieron en un coche. No sabía dónde me llevaban. En ese momento, agaché la cabeza y le pedí a la Virgen que me diera sabiduría, tranquilidad y protección. Al incorporarme vi que me habían trasladado al aeropuerto de El Dorado y que tenían intención de entregarme a Venezuela. Me puse a llorar. Mi entrega al régimen de Maduro se produjo por la noche en el puente Simón Bolivar y de allí me llevaron directamente a La Tumba.
¿Qué es La Tumba?
Es un centro de tortura muy moderno. Es totalmente blanco, impoluto. Me tenían totalmente desnudo en una celda en la que solo había una cámara para tenerme vigilado las 24 horas del día, un bote para orinar, un lugar en el que tumbarme y un timbre por si tenía que avisar para ir al baño. Allí me aplicaron la tortura blanca.
¿Tortura blanca?
Es la que no deja marca. Me torturaron con la luz, los sonidos, la temperatura. Tenía tanto frío que deseaba que entraran a pegarme para poder entrar en calor. La luz nunca se apagaba y no tenían ningún tipo de noción del tiempo que pasaba. Había ocasiones en las que no sabía si estaba dormido o despierto, vivo o muerto. Incluso se me llegó a olvidar mi rostro después de pasarme meses sin mirarme en un espejo. Fue algo impactante. No me reconocía.
Ahora estamos en Madrid. ¿Cómo consiguió salir de allí?
No aguantaba más y me empecé a preguntar cómo podía hacer para que mi mensaje fuera escuchado más allá de los muros de la cárcel. Estaba completamente solo y desnudo, pero mi popularidad había crecido tanto que el régimen quería sacar algún tipo de rédito de mi situación. Querían intercambiarme por algún beneficio de la comunidad internacional. Entonces, cuando me di cuenta de que no me querían matar, empecé a presionar con lo único que tenía: mi vida. Allí eres un rehén que tiene un valor. Pero si pierdes la vida, ellos dejan de tener en su poder ese valor, ese activo. [En este momento de la entrevista Lorent Saleh se levanta la manga del jersey y descubre un par de cortes que atraviesan las venas de su brazo]. La primera vez, intenté suicidarme ahorcándome con las sábanas. Confiaba en que ellos me vieran por la cámara y me bajaran de allí antes de que muriera. La segunda vez, lo intenté con una cuchilla que había conseguido esconder después de que un día me vinieran a afeitar. Tras esos intentos de suicidio, empecé a dirigirme a los carceleros con este tipo de mensajes: «Si te duermes, me mato. Y entonces, ¿sabes qué van a decir y a hacer tus jefes contigo?». Imagínate al señor que estaba ahí vigilándome, que solo puede entrar él en mi celda. Les empecé a cambiar el juego y ya no podían estar tranquilos conmigo. Era mi única forma de inquietarles y de que mi mensaje se empezara a escuchar. Y fue efectivo, porque tuvieron que meter a un agente conmigo en la celda. Pero yo seguía con mi reto. Me tuvieron que trasladar y me pusieron más agentes para mi custodia. Al final, me sacaron de La Tumba y me encerraron en El Helicoide.
¿Y cómo fue su paso por El Helicoide?
Es un lugar totalmente opuesto a La Tumba. Es la cárcel habitual, sucia, a rebosar, con ratas y repleta de ladrones, asesinos, maltratadores… Allí te aplican la tortura más clásica y sucede algo realmente horroroso: escuchas la tortura que le aplican a otro ser humano. Fue un cambio muy duro para mí, pero yo estaba encerrado por defender los derechos humanos y no podía quedarme callado. Empecé a protestar constantemente y de forma muy dura. No podían torturar a alguien y luego irse a comer como si no hubiera pasado nada.
¿Fue entonces cuando protagonizó el motín del Helicoide?
Sí. Conseguimos hacernos con el control de la cárcel y denunciar la corrupción y las violaciones de derechos humanos que se estaban produciendo allí.
Después de cuatro años de tortura, lo liberaron hace poco más de un año. ¿Por qué lo soltaron?
La Unión Europea estaba presionando mucho por mí. Después del motín habían liberado a todos mis compañeros. Solo quedaba yo en la cárcel. Mi popularidad se volvió a disparar. También la presión internacional contra el régimen empezó a surtir efecto. Llegaron sanciones de la ONU. Estados Unidos envió un representante a hablar en Caracas. Todos esos factores se alinearon y Maduro vio en mi excarcelación una oportunidad para sacar provecho. Un día, sin previo aviso, entraron en mi celda y directamente me subieron a un avión en dirección a España.
¿Por qué a España?
El régimen de Maduro estaba ofreciendo lo que ellos consideraban una joya de la corona, un Premio Sájarov que tenían preso entregado al país europeo que más cercano se siente en Venezuela.
¿Le llegó a la cárcel la concesión del Sájarov? ¿Qué sintió?
Fue increíble. Llegó en un momento en el que me sentía derrotado por completo y fue la confirmación de que no estaba solo en mi lucha. Uno de los objetivos de nuestro trabajo siempre fue que la gente supiera lo que estaba pasando, y el Sájarov confirmaba que lo estábamos logrando.
¿En qué lugar colocó a Dios en su paso por la cárcel?
A mi lado. Mantenía un diálogo constante con Él. Al principio cuestionaba todo. Es más, entré en la cárcel pensando en Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger y Sartre, y salí con san Agustín. Este fue el principal camino que recorrí durante mi encierro. Fue mucho más importante para mí el proceso espiritual que el político. Y, de hecho, hoy doy charlas por los centros escolares o colegios mayores, muchos de ellos vinculados a los dehonianos, en las que hablo a los jóvenes de este aprendizaje.
¿Qué aprendió en la cárcel?
El valor de los recuerdos. Lo esencial de tantas cosas invisibles. Todo esto lo entendí en la cárcel. Y también que mi lucha no es una cuestión de buenos contra malos. El que te tortura no es un robot, es tan humano como tú y merece el mismo respeto a sus derechos. Cuando estuve completamente en paz y libertad y en sintonía con Dios, se dio mi libertad.
¿Cómo ve a Venezuela?
Venezuela es un país donde actualmente hay una sistemática violación de los derechos humanos y una profunda crisis económica que ha generado una crisis humanitaria. La gente se está muriendo de hambre y el régimen está totalmente alineado con diferentes grupos terroristas internacionales y con los cárteles de la droga.
¿Cuál ha sido el papel de la Iglesia ante esta situación?
La gente se ha refugiado mucho en la Iglesia católica. Es una institución hoy en día con una importancia gigantesca frente al desmoronamiento y destrucción del resto de entidades del país. La Iglesia ha respondido de una forma ejemplar. Se ha posicionado del lado de la gente, del lado del pueblo, especialmente de los más necesitados, de los más humildes. Se ha convertido en un catalizador importante de las frustraciones y del dolor de la gente. Pero, además, se han convertido en una estructura para la ayuda y la atención humanitaria.
¿Qué le pide a 2020?
Que podamos avanzar en el proyecto de una legislación para que los países de la UE se comprometan a sancionar a los funcionarios que violen los derechos humanos y estén involucrados en casos de corrupción. También hay que tratar de blindar los derechos humanos de las agendas electorales, porque si no, se instrumentalizan. Trabajar para que la Corte Penal Internacional haga su trabajo. Ayudar a que salgan de la cárcel el resto de premios Sájarov. Formar a otros jóvenes en derechos humanos. Desarrollar nuestra agenda de actividades artísticas. Y ser papá de mi bebé.
Ejecuciones extrajudiciales, desnutrición infantil, asesinatos, caos económico… La alta comisionada de las ONU para los Derechos Humanos ha actualizado recientemente su informe sobre la situación de Venezuela. En él, Michelle Bachelet presenta la funesta realidad del país dirigido por Maduro y reporta continuas violaciones de los derechos humanos. Entre agosto y diciembre, «mi oficina ha documentado presuntas ejecuciones extrajudiciales por miembros de las Fuerzas de Acciones Especiales, principalmente en contra de jóvenes, en el contexto de operativos de seguridad en barrios marginales», ha explicado Bachelet durante la presentación del informe en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Asimismo, la oficina de la alta comisionada habla en el documento de «casos de restricción de libertades públicas, limitando el espacio cívico-democrático» y cuenta que han recibido «denuncias de actos de hostigamiento, amenazas y detenciones por parte de los servicios de inteligencia y fuerzas de seguridad». En concreto, se habla de «118 casos de personas privadas de libertad, que requieren de una respuesta urgente por motivos de salud» o «retrasos judiciales».
En el informe, Bachelet también se hace eco de los últimos datos publicados por Cáritas, que informaba de que «un 11,9 % de los niños de las parroquias más pobres de 19 estados del país muestran señales de malnutrición aguda y que el 32,6 % tienen retraso en el crecimiento». Antes de concluir, la expresidenta de Chile se refiere al desplome de la economía, que «sufrirá una contracción del 25,5 %», y alerta del éxodo masivo de venezolanos: 4,7 millones han abandonado el país y se espera que el número llegue a los 6,5 millones.