Ellos dieron su vida por anunciar el Evangelio - Alfa y Omega

Ellos dieron su vida por anunciar el Evangelio

Los siete primeros santos del Año de la fe —una de ellas, española— serán canonizados por Benedicto XVI el 21 de octubre, Domingo Mundial de las Misiones, durante el Sínodo para la Nueva Evangelización. Ellos anunciaron el Evangelio en tierra de misión, a través de la educación, cerca de los más pobres o, incluso, desde su cama

Cristina Sánchez Aguilar
Una de las escuelas que las Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza tienen en Bacolod, Filipinas.

Cada tiempo tiene sus propias pobrezas. Y, en la Iglesia, siempre han nacido carismas, en momentos concretos, para paliar la indignidad propia del contexto y la sociedad que les tocó vivir. Durante el siglo XIX y principios del XX, fomentar la educación como prevención de la pobreza fue el objetivo de quienes, tocados por el Espíritu Santo, lograron con sus obras y fundaciones mejorar la vida de quienes se acercaban a ellos. Así ocurrió, por ejemplo, con santa Bonifacia Rodríguez Castro, quien dignificó a la mujer pobre y hermanó el trabajo con la oración, o con santa Cándida María de Jesús, fundadora de las Jesuitinas, religiosas que evangelizan a través de la educación en todo el mundo.

Ahora le toca el turno a la madre Carmen Sallés y Barangueras, fundadora de la Congregación de las Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza, que, según anunció Benedicto XVI, durante el Consistorio cardenalicio, el pasado 18 de febrero, será canonizada el 21 de octubre, en Roma. Un anuncio que, para las Concepcionistas ha sido «un gran impulso para continuar con alegría en este camino hacia la santidad», según reconoce la Madre General de la Congregación, sor María Luz Martínez, quien afirma estar «llena de júbilo por este regalo de Dios», tras vivir, en primera persona, el anuncio de la fecha de canonización de su Fundadora.

La mujer y su papel

Beatificada el 15 de marzo de 1998, por Juan Pablo II, la madre Carmen, catalana de nacimiento, tuvo un largo recorrido, hasta saber cuál era el lugar en el que Dios la requería. Llamó a la puerta de las adoratrices, donde conoció la amargura de las jóvenes que acogían, procedentes de la delincuencia y de la prostitución, para proporcionarles amor y dignidad. Y formó parte de las dominicas, con las que profundizó en la educación de la mujer, y donde conoció «la importancia que tiene la cultura para que la mujer pueda ocupar con dignidad y eficacia un puesto en la familia, como esposa y como madre educadora de hijos, y un puesto en la sociedad, que, en ese momento, se abre tímidamente al trabajo femenino», cuenta la madre María Luz. Esta visión sigue estando hoy de actualidad, como reconoce la madre Asunción Valls, postuladora de la Causa de Canonización de madre Carmen: «La mujer de hoy puede haber ya alcanzado, en Occidente, esas cotas de cultura y poder, ¿pero ha alcanzado plenamente su nivel de feminidad? La figura de Madre Carmen y su obra es fundamental, también hoy, porque entender bien la complementariedad de los sexos, sin recortes, es parte de la plenitud de la mujer».

¡Adelante, siempre adelante!

Tras su paso por estas instituciones, la madre Carmen supo que estaba llamada a algo más: «Se le pide el camino de la anticipación por la educación preventiva: llenar el corazón de amor para que no tenga cabida el mal», cuenta la Madre María Luz.

¡Adelante, siempre adelante! Dios proveerá —lema de la canonización— era su frase favorita. Ella lo hizo vida. Hoy están presentes en 16 países —Indonesia es el último al que han llegado y, este año, se fundará una nueva casa—. En Brasil, el primero al que acudieron gracias a madre Carmen, que lo impulsó en vida —aunque nunca llegó a verlo—, se cumple, este 2012, el centenario de su llegada. De uno de los colegios de Brasil, concretamente del de Sao Paulo, es María Isabel Gomes de Melo Gardelli, una joven de 15 años que, cuando tenía 3, sufrió una isquemia cerebral. Según los médicos, el proceso de rehabilitación no tenía garantía de éxito, pero su madre, Renata, y otros amigos, rezaron una novena a Madre Carmen, y el quinto día, María Isabel estaba completamente curada; milagro que llevará a la Beata a los altares.

María Anna Cope, Mariana de Molokai

María Anna Cope, conocida como la madre Mariana de Molokai, nació en Alemania en 1838, en el seno de una familia de agricultores, aunque su estancia en el país duró poco: sus padres emigraron a Estados Unidos cuando ella tenía tres años.

En 1860, ingresó en la Congregación de las Hermanas de la Tercera Orden de San Francisco, en la que trabajó fundamentalmente en la educación de los hijos de los inmigrantes alemanes, y se encargó de abrir y dirigir diversas escuelas. Años más tarde, la comunidad fundó varios hospitales, en los que la Madre Cope se ocupaba, especialmente, de los alcohólicos y las madres solteras, pues deseaba servir entre los más pobres.

María Anna fue la única en aceptar trasladarse a las Islas Hawai, en 1883, para asistir a los leprosos —otras cincuenta comunidades contactadas habían rehusado anteriormente—. Allí, tras la muerte de san Damián de Molokai, aceptó encargarse del hogar para los muchachos y de su trabajo con mujeres y niñas. Vivió exiliada con sus pacientes durante treinta años en la isla Molokai. Gracias a ella, el Gobierno promulgó leyes para proteger a los niños, y los enfermos de lepra recuperaron su dignidad y la alegría de vivir.

Caterina Tekakwitha, la primera santa piel roja

Hija de padre iroqués y madre cristiana algonquina, nació en 1656 en Estados Unidos, en el seno de una familia en la que todos sus integrantes murieron a causa de la viruela cuando ella tenía sólo cuatro años. La epidemia no la mató, pero la dejó con problemas visuales y con el rostro desfigurado por las cicatrices. Su educación fue asumida por un tío suyo, que odiaba a los cristianos .

La joven tenía varios pretendientes que querían contraer matrimonio con ella. Cuando su tío intentó que se casara con un joven guerrero, Caterina huyó, porque no quería un matrimonio sin amor. En ese tiempo, llegaron a la región los misioneros jesuitas, a quienes escuchó el mensaje cristiano. Según recoge su biografía, «el anuncio del cristianismo iluminó su alma, que había encontrado lo que la hacía verdaderamente feliz».

Fue hostigada y perseguida a causa de su fe, por lo que tuvo que huir a la misión de San Francisco Javier, en Canadá, donde se dedicó a enseñar a los niños a rezar, y a trabajar con ancianos y enfermos. En 1679, hizo sus votos de permanecer virgen durante toda su vida. Tras pronunciar sus últimas palabras: Jesos KonoronkwaJesús, te amo-, murió el 17 de abril de 1680, después de una grave enfermedad. Cuentan que, unos minutos después de su muerte, todas las marcas de la viruela desaparecieron de su rostro.

Giacomo Berthieu, jesuita y mártir

Nacido en Francia en 1838, llegó hasta Madagascar con 37 años, para trabajar en la isla de Santa María primero, y en diversos lugares de la isla durante los años posteriores. En 1894, estalló la segunda guerra de los malgaches contra Francia, y Berthieu fue capturado mientras acompañaba a los cristianos a los que atendía, alejados de los pueblos.

Varias veces lo invitaron a renegar de la fe, a lo que siempre se negó. Acabaron por asesinarlo cruelmente y por arrojar su cadáver al río Mananara en 1896.

Pedro Calungsod, asesinado a flechazos

Filipino de nacimiento, frecuentó, desde pequeño, las misiones jesuitas, en las que fue catequista, y acompañó a los misioneros españoles a las Islas Marianas. Fue asesinado a flechazos por Matapang, antiguo amigo de los misioneros y hostil al cristianismo tras la influencia de un curandero. Cuando Pedro y otro sacerdote, el Beato Diego Luis de San Vitores, invitaron a la comunidad a rezar por Matapang y para pedirle que bautizase a su hija, éste, presa del odio, los atacó. Ambos murieron el 2 de abril de 1672, y sus cuerpos fueron arrojados al océano.

Anna Schäffer, misionera en su cama

Nació en Alemania, en 1882. Quería ser misionera, pero era muy pobre, y no pudo reunir la dote para entrar al convento. Además, la muerte inesperada de su padre la condujo a hacerse cargo de sus cinco hermanos. Con 21 años, sufrió un accidente en la lavandería en la que trabajaba y quedó postrada en una cama para siempre; lugar que se fue convirtiendo en un punto de referencia para muchas personas que se acercaban a pedirle consejos. Y Anna supo iluminar espiritualmente a cada una de ellas. Allí estaba su misión: no en tierras lejanas, sino en su habitación.

Giovanni Battista Piamarta, fundador

«Dos o tres horas de oración cada mañana» era su secreto. Nació en Brescia en 1841, en una época marcada por la pobreza y la lucha por la unidad italiana.

Sacerdote diocesano, trabajó en favor de la educación de los chicos huérfanos o de familias pobres, fundando la Congregación de la Santa Familia de Nazaret y las Humildes Servidoras del Señor. Las dos Congregaciones se desarrollaron después de su muerte en Italia, pero también en países como Angola, Brasil y Chile.