Kivu, la guerra que no cesa - Alfa y Omega

Kivu, la guerra que no cesa

«Mi país se ha convertido en un gran campo de fútbol, donde todos los grandes equipos se encuentran para jugar» a explotar y enriquecerse a costa de sus recursos naturales, denuncia la periodista y activista de República Democrática del Congo Caddy Adzuba. Especialmente atractivo resulta el subsuelo del este del país, golpeado desde los 90 por la acción de hasta 150 grupos armados

María Martínez López
Foto: Reuters/Goran Tomasevic

A punto de cumplirse un año de las esperadas elecciones en la República Democrática del Congo, el segundo país más grande de África sigue sin levantar cabeza. El conflicto social suscitado en torno a las esperadas y polémicas elecciones del 30 de diciembre pasado se ha saldado con un cierto optimismo social en torno a las propuestas del presidente, Félix Tshisekedi, que sucedió a Joseph Kabila.

Pero, en el este del país, el conflicto en las regiones de Kivu del Norte y del Sur se ha agravado en las últimas semanas hasta tal punto que a finales de noviembre el Programa Mundial de Alimentos suspendió su actividad en la región. Después de que el Ejército lanzara una ofensiva contra las Fuerzas Armadas Democráticas (ADF por sus siglas en inglés), estas han respondido con una serie de ataques contra la población (y contra centros sanitarios que atienden la epidemia de ébola) que ya han causado más de 150 muertos. La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha alertado de que en la ciudad de Beni (Kivu del Norte) y sus alrededores, había ya a finales del mes pasado casi 300.000 desplazados internos.

Las ADF son el grupo armado más importante de los 150 que operan en la zona oriental, en la frontera con Ruanda, Uganda y Burundi; una zona que lleva inmersa en la guerra de forma casi continua desde los 90, cuando se iniciaron las dos guerras del Congo. Dos nuevas realidades hacen crecer la preocupación: los posibles vínculos de las ADF con el Estado Islámico, que ha empezado a reivindicar algunos de sus ataques, y el rechazo que la población está mostrando, a veces violentamente, por la inacción de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización del país (MONUSCO), que este mes debería renovar su mandato en el Congo.

«Mi país se ha convertido en un gran campo de fútbol, donde todos los grandes equipos se encuentran para jugar», denunció el 11 de diciembre en Madrid la periodista y activista Caddy Adzuba, que visitó España para recoger el Premio Internacional Manos Unidas 60 Aniversario. El macabro juego no consiste en meter un balón dentro de una red, sino en aprovecharse al máximo de los recursos del país. «Hay árbitros, que intentan poner reglas al juego, pero el público, el pueblo congoleño, no está presente».

Originaria de Bukavu (Kivu del Sur), Adzuba ha recibido múltiples premios, entre ellos el Príncipe de Asturias de la Concordia, en 2014, por su defensa de los derechos de los niños y las mujeres en zonas de conflicto y por su denuncia de la violencia sexual como arma de guerra. «En mi país –afirmó– se supera ampliamente la definición de violación de vuestros diccionarios: cuando hombres armados atacan aldeas indefensas, introducen a las mujeres por la vagina palos, cuchillos, botellas a las que han prendido fuego o incluso granadas que hacen explotar».

Desde Radio Okapi, puesta en marcha por MONUSCO; desde la red Altavoz para el Silencio, fundada por ella misma, y desde la Asociación de Mujeres de Medios de Comunicación del Este de Congo, Adzuba lucha por conseguir justicia, incluso ante la Corte Penal Internacional, para las mujeres víctima de violencia sexual. También para sanarlas y que sean capaces de retomar las riendas de su vida, y para formar un liderazgo femenino que sea capaz de luchar por mejores condiciones de vida y por una reparación por el daño sufrido, para ellas y sus comunidades.

Cada nuevo modelo de móvil, un día de luto

Dentro de la lucha social de la periodista Caddy Adzuba, hay un capítulo aparte destinado a denunciar los abusos cometidos en la extracción de recursos minerales del rico subsuelo congoleño y a que en el primer mundo se promuevan leyes y mecanismos serios de trazabilidad que aseguren que objetos diarios como móviles y tabletas se fabrican con materiales no vinculados a los conflictos en el país.

No es casualidad que el este de la República Democrática del Congo, la zona más conflictiva, sea también donde se encuentran casi todas las minas de coltán. «Las minas que están controladas por el Gobierno y tienen más seguridad, las de las multinacionales y en torno al 30 % de las artesanales –explica Adzuba a Alfa y Omega– coexisten con el otro 70 % de las minas artesanales, que son clandestinas y las gestionan las mafias». Estas son en las que trabajan miles de niños y en cuyo entorno se producen violaciones.

Lo remoto de la región, el conflicto permanente y la permeabilidad de la frontera hacen posible que los minerales extraídos en estas pasen a los países vecinos, desde donde terminan desembocando en el mercado internacional. Tampoco los minerales extraídos legalmente están libres de problemas: «El Gobierno es el primero que viola el código minero, pues los contratos que firma con las multinacionales lo incumplen». Por eso, «cada vez que vemos publicidad de que se lanza un nuevo móvil, para nosotros es un día de duelo. ¿Qué hay detrás de eso?». Por eso, más allá de su labor de lobby, pide concienciación y un cambio en los hábitos de consumo en las sociedades del primer mundo.