Una gran esperanza - Alfa y Omega

El lunes presenté el nuevo libro del Papa Francisco, Una gran esperanza. La custodia de la creación. Al terminar la misma, me pareció oportuno que la carta que escribo todas las semanas pudiese ser una respuesta a la pregunta que el domingo pasado Juan Bautista hacía al Señor, a través de sus discípulos: «¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otro?». En el fondo es la cuestión que tenemos en nuestro corazón siempre: ¿quién puede calmar nuestras inquietudes más profundas?, ¿dónde podemos encontrar sentido a nuestra vida?, ¿quién ha de venir para que la mitad de la humanidad no muera de hambre ante la indiferencia de muchos? Porque la gran esperanza es el mismo Jesucristo a quien nosotros en este Adviento estamos esperando.

Jesús fue rápido en responder a los discípulos de Juan: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo. Los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos están limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados…». ¡Qué claridad tiene la respuesta de Jesús! Lo que nos quiere decir sin disimulos es que es Él quien trae la liberación a esta humanidad. Y este es el reto que también tenemos los cristianos hoy a la hora de anunciar el Evangelio, ya que este anuncio aporta esperanza liberadora a nuestro mundo tremendamente esclavizado por muchos ídolos, pero que se pueden resumir en dos: tener y poder, que se manifiestan en múltiples formas de esclavitud.

En el nuevo libro del Papa Francisco se nos recuerda cómo podemos dar esperanza. El Santo Padre recuerda que el mundo es para el hombre; ha sido un don de un Dios que nos ama entrañablemente. Se puso al servicio de nuestra vida, así como a cada uno de nosotros nos puso al servicio de los demás. ¡Qué bien nos lo ha enseñado Jesucristo! La encarnación ha sido la muestra más grande, más bella, más evidente de que Dios está con nosotros, de que está a favor nuestro. Nos ama entrañablemente y, para recuperarnos, ha dado la vida por nosotros. ¡Qué contemplación podemos hacer desde esta perspectiva de la Eucaristía! El pan y el vino se convierten en Cristo inundados por el Espíritu y por el amor del Padre. Y cuando participamos y nos alimentamos de Cristo, toda nuestra vida ha de ser vivida con el amor mismo de Él, de tal modo que el bien del otro y de todo lo que Dios puso para los hombres ha de ser nuestra dirección en la vida y nuestro modo de estar, de ser y vivir en las diversas situaciones y llamadas que tengamos.

¡Qué bien suenan palabras como don, ofrenda, arrepentimiento, fraternidad! Es lo que el Señor nos da y regala cuando entramos en comunión con Él. Es entonces cuando desaparecen todas las esclavitudes que surgen cuando hacemos dioses al tener y al poder. ¿Te das cuenta de cómo la Eucaristía enseña a tratar al mundo con amor? ¿Ves cómo ese Amor, que viene de Dios mismo, nos lanza a la misión de custodiar todo lo que ha sido creado? Hemos de repensar nuestro presente y nuestro futuro. El mejor modo de hacerlo es viendo cómo son nuestras relaciones con los demás y con todo lo creado. Desde dónde medimos esas relaciones, si es desde nosotros mismos o si es desde Dios Creador de todo. Tengamos la valentía de ser auténticos, de revisar nuestros criterios de la vida, de apostar siempre por todo aquello que merece la pena y vale de verdad. Debemos ver si transformamos la cultura y la existencia y si la hacemos más humana, más fraterna; si estamos dispuestos a unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible integral. Como sabemos bien, custodiar todo lo creado no es compromiso exclusivo de los cristianos, sino que estamos todos los hombres implicados.

Cuando leía el libro del Papa, me vino a la mente un auto sacramental de Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo. Lo escribe en 1630, se estrena en Valencia en 1641 y alcanza su fuerza a partir más o menos de 1655. No eran tiempos fáciles para los cristianos. Pero el autor nos manifiesta cómo solo a través de la muerte se llega a la verdadera vida. Aparecen muchos personajes hablando: el autor, el mundo, el rey, la discreción, la ley de gracia, la hermosura, el rico, el labrador, el pobre, el niño… Bellas son las palabras del mundo: «¿Quién me llama, que desde el duro centro de aqueste globo que me esconde dentro alas viste veloces?». Pero bellísimas son las palabras del Autor con las que responde al mundo: «Es tu Autor Soberano. De mi voz un suspiro, de mi mano un rasgo es quien te informa, y a su obscura materia le da forma». Respondiendo otra vez el mundo: «Pues ¿qué es lo que me mandas? ¿Qué me quieres?». Pensando en ello, con el libro en la mano, me surgían tres ideas:

1-. Regalar esperanza. Hay que vivir lo creado como don, como amor recibido y entregado que nos invita a descubrir una presencia. Hay que regalar esperanza, la que nace del deseo de Dios cuando creó lo que existe: haciendo un camino hacia la fraternidad universal como la que nos mostró san Francisco de Asís, trabajador incansable por la verdadera ecología humana, «que siempre tiene el sabor del modo en que Dios salva el mundo».

2-. Visión integral. «La Tierra nos ha sido confiada para que pueda ser para nosotros madre, capaz de dar a cada uno lo necesario para vivir». Miremos la Creación como Dios mismo la miró, tengamos la mirada de Dios y los actos de Dios sobre todo lo que hizo; los hombres somos su imagen.

3-. Desafío que se convierte en la gran oportunidad. No sustituyamos la belleza irremplazable e irrecuperable que Dios ha dado por otra creada por nosotros mismos los hombres. La conciencia que va teniendo la humanidad de la crisis cultural y ecológica debe traducirse en nuevos hábitos. En los diversos niveles, recuperemos el equilibrio ecológico: «El más profundo, el interno con uno mismo, el que se vive solidariamente con los demás, el que es natural con todos los seres vivos y el espiritual con Dios». Demos un salto hacia el misterio; todo adquiere un sentido más hondo.

Atrevámonos a asumir el compromiso de ser custodios de la creación en este momento de la historia de la humanidad.