Los 83 de Pedro - Alfa y Omega

Los 83 de Pedro

Francisco no es mucho de celebrar cumpleaños. Pero, echando un vistazo a su agenda diaria, es fácil concluir que ha cumplido los 83 con una vitalidad sorprendente y una serenidad solo apta para quien lleva tiempo fondeado en Dios

Eva Fernández
Foto: EFE/EPA/Vatican Media

De pequeño, Jorge Mario Bergoglio quería ser carnicero. Se quedaba ensimismado cada vez que acompañaba al mercado a su madre Regina o a la abuela, nonna Rosa y veía cómo el carnicero cortaba la carne con el cuchillo, como si estuviera ejecutando una obra de arte. Se lo confesaba a un grupo de niños en 2015. Gracias a la curiosidad de los pequeños hemos conocido detalles muy personales de la vida del ahora Papa Francisco. De su padre, Mario, aprendió la importancia del trabajo bien hecho y orientó sus intereses hacia la química, con el deseo de estudiar también Medicina. Su primer empleo fue precisamente en unos laboratorios, hasta que Dios se cruzó en su vida y le fichó para otros menesteres. De carnicero a pescador de hombres. Las sorpresas de Dios de las que tanto habla el Papa Francisco.

Ser Papa es probablemente el trabajo más complejo y difícil del mundo. Hay que tener mucha fuerza interior y una gran confianza en Dios para levantarse cada mañana pensando que de ti dependen más de 1.200 millones de fieles en todo el mundo. Lo suyo es una batalla de desgaste en las trincheras vaticanas. Un combate diario cuerpo a cuerpo. Persona a persona. Sus ovejas tienen cara y nombre propio. Por ellas se entrega en las escaramuzas que afronta cada jornada. Lo que realmente le importa son las pequeñas victorias, porque el resultado de la guerra no depende de él, sino de quien sostiene la barca de Pedro. Tan solo hay que echar un vistazo a la agenda diaria de Francisco para concluir que ha cumplido los 83 con una vitalidad sorprendente y una serenidad solo apta para quien lleva tiempo fondeado en Dios.

Fue otro pequeño, Malak, el que preguntó al Papa en el 2018 cómo había hecho para comprender que debía vivir su vida, tal y como la ha vivido: «Lo entendí poco a poco, por etapas… Pero en cierto momento se me ocurrió que quería hacer algo al servicio de los demás… Y al final, un día sentí en mi corazón que tenía que ser sacerdote. Fue como un bum, un golpe». Un golpe de Dios. Esa misma fuerza de aquel primer amor es la que lleva a Francisco a seguir trabajando como Papa hasta el último día. Sin fecha, sin cifras y sin pensar en la cuenta de resultados.

Francisco no es mucho de celebrar cumpleaños. Si tiene que escoger, prefiere el aniversario de su ordenación sacerdotal, que está tan cercano. Este año cayó en martes, el único día de la semana en el que su agenda pública está más reducida para poder descansar, lo que le permitió no ser el centro de atención, aunque no pudo evitar que le llegaran felicitaciones, regalos y dulces desde todas las partes del mundo. Durante su visita a una parroquia romana en 2017, un niño le preguntó por qué se convirtió en Papa. «El que es elegido –respondió– no es necesariamente el más inteligente. Pero es lo que Dios quiere para ese momento de la Iglesia».

Francisco es Pedro, el Papa necesario para estos tiempos, como también lo fueron sus predecesores. Y cada año, sus sumas, multiplican. A nosotros nos queda el agradecimiento y saber que el mejor regalo que podemos hacerle es poner en práctica su petición constante: «Acordaos de rezar por mí».