San Plácido - Alfa y Omega

San Plácido

Concha D’Olhaberriague
Foto: Daniel G. López

El paseante curioso de la calle del Pez reparará sin duda en un inmenso edificio de ladrillo, cubierto por redes a causa de las obras en curso, que recuperarán la sobria fachada original, desvirtuada por dos comercios que hubo en los bajos de las esquinas de San Roque y Madera.

Estamos en el barrio de Maravillas de Rosa Chacel, más conocido hoy por Malasaña, donde nació Clara Campoamor y vivieron personajes de Benito Pérez Galdós tales como Miau o Manso. San Plácido, cuya entrada principal está en San Roque, es uno de los conjuntos conventuales del XVII que aún está en pie ocupando el mismo espacio que abarcaba en tiempos de su fundación. En realidad, San Plácido se llamaba la iglesia del monasterio de la Encarnación Benita, fundado por Jerónimo de Villanueva, protonotario de Aragón y hombre de confianza de Felipe IV y del conde duque de Olivares.

Villanueva era el pretendiente de una dama noble, Teresa Valle de la Cerda, que rehusó casarse con él cuando todo estaba preparado, alegando que quería dedicarse a la vida religiosa. Con el fin de colmar el deseo de Teresa, el caballeroso Villanueva mandó erigir el convento de religiosas benedictinas de clausura y una casa contigua para él mismo. La primera abadesa sería la antigua novia del fundador.

Para San Plácido encargó Felipe IV el lienzo del Cristo a Velázquez, y allí estuvo hasta 1808; pasó entonces a la colección de Godoy y, finalmente, llegó al museo del Prado. En el convento se buscaron en 1999 los restos del pintor, pero no se llegaron a encontrar. Otras obras artísticas excelentes son la Anunciación de Claudio Coello que preside el retablo del altar mayor, y el Cristo yacente en madera de Gregorio Fernández.

San Plácido es fecundo en arte, historia y leyendas, empezando por su novelesco y romántico nacimiento. Se dice que el rey donó el Cristo como expiación por haber intentado cortejar a Margarita, una novicia. Por otra parte –y es historia documentada– Villanueva y Teresa Valle, con otros miembros de la comunidad, fueron procesados por la Inquisición en Toledo, a causa de la delación de un monje de San Martín que los acusó de supuestos pactos con el diablo. Absueltos todos, el caso se reabrió tras la caída de Olivares. Al salir de la cárcel, marchó a Zaragoza donde murió. En su testamento pedía que se le enterrara en la iglesia de San Plácido.