«En América Latina falta una cultura de escucha a la ciudadanía» - Alfa y Omega

«En América Latina falta una cultura de escucha a la ciudadanía»

Las manifestaciones que se están produciendo estas semanas en Iberoamérica «están vinculadas con un modelo económico que perpetúa la desigualdad y no rompe con el ciclo de pobreza y marginalidad», asegura a Alfa y Omega el delegado para la Misión Sociopastoral de la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL). Consciente de que «en algunas partes ha habido un estallido casi cercano a la anarquía» y de que «acecha el peligro de un resurgir del populismo», pide diálogo para llegar a «cambios estructurales a través de mecanismos institucionales» y reivindica el papel de la sociedad internacional y de la Iglesia

Victoria Isabel Cardiel C.
Un grupo de jóvenes frente a la Policía antidisturbios, durante una protesta contra el modelo económico estatal en Chile, el pasado 23 de octubre. Foto: REUTERS/Iván Alvarado

La frustración de los anhelos para un futuro mejor, la corrupción endémica que se ha instalado en las instituciones y la desafección política han agotado la paciencia de cientos de miles de personas en América Latina, que han salido en tromba a las calles para decir basta. Ecuador fue uno de los primeros países en movilizarse después de que el Gobierno de Lenín Moreno eliminase el subsidio a los combustibles. En Chile, bastó aumentar el valor del billete del metro de Santiago. El caso peruano se disparó con una crisis institucional activada por la corrupción y una profunda polarización política. En Uruguay, la gente protestó masivamente contra el protagonismo de los militares en la vida pública. Los hondureños se han desgañitado por los nexos del presidente con el narcotráfico. En Bolivia, saltaron a las calles tras los indicios de manipulación de los resultados electorales que precipitaron la renuncia de Evo Morales. La región se desangra y el Papa, que celebra este jueves en la basílica de San Pedro del Vaticano una Misa con ocasión de la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de América Latina, reza por este desbordamiento social que ha dejado tras de sí un reguero de violencia desmedida. 22 muertos en Chile, 32 en Bolivia y ocho en Ecuador.

El delegado para la Misión Sociopastoral de la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL), el padre Mario Serrano, es de República Dominicana pero vive desde hace años en una comunidad de jesuitas situada en un barrio marginal de la ciudad de Lima (Perú). Su voz es una de las más autorizadas para explicar la llama del descontento que ha encendido América Latina de norte a sur. A su juicio, no son distintas estampidas sociales contra la política, sino una sola crisis general de la democracia cuyo denominador común son las profundas diferencias de clases y la concentración crónica de la riqueza en manos de una élite. «Las manifestaciones no están ligadas a ningún partido político. Están más bien vinculadas con un modelo económico que perpetúa las brechas de la desigualdad y no rompe con el ciclo de pobreza y marginalidad. Tampoco los gobiernos de izquierda han traído cambios de fondo», explica a Alfa y Omega.

¿Es una casualidad que en distintos países de América Latina surjan tantas protestas callejeras?
No es casualidad. Latinoamérica está estructuralmente marcada por la exclusión. La desigualdad se ha ido enraizando en la mayor parte de los países, abriendo una brecha que imposibilita la justicia social. El catalizador de las manifestaciones ha sido una serie de decisiones gubernamentales inapropiadas que han coincidido en el tiempo. A esto hay que sumar el progresivo descrédito de los gobiernos y el debilitamiento institucional derivado de una endémica corrupción. Hay que citar, por ejemplo, el caso colosal de corrupción de la empresa brasileña Odebretch, que diseñó un esquema para pagar comisiones a todos los gobiernos de América Latina desde el sector privado.

¿Cómo definiría lo que está sucediendo en Iberoamérica?
Hay una crisis de la democracia, en general, que se ha ido incubando durante décadas y que finalmente ha explotado en protestas. La población está insatisfecha con la gestión gubernamental. Las necesidades básicas no están resueltas. El desempleo, los bajos ingresos económicos, el acceso limitado y precario a la salud, la baja calidad de la educación, la inequidad en los sistemas de pensiones, la inseguridad, la represión política sobre las propuestas y resistencias de los pueblos, la corrupción y el deterioro de lo público, entre otras problemáticas, han sido el combustible. Y los ciudadanos, que ven como su día a día se va deteriorando, tratan de expresar su descontento como pueden. Esto es trasversal a todos los gobiernos. Es cierto que no podemos comparar la situación dictatorial en Nicaragua, Cuba o Venezuela con la de los países donde hay un rampante capitalismo neoliberal, pero la raíz de insatisfacción ciudadana coincide.

La falta de confianza en los políticos por parte de los ciudadanos para arreglar sus problemas es un denominador común en estas manifestaciones. ¿Por qué parece tan difícil para los gobernantes calibrar el malestar social y evitar estas crisis?
Es cierto que la voz de los ciudadanos en América Latina se ha hecho escuchar a través de un mecanismo de explosión que ha derivado en protestas violentas, pero antes de eso ha habido una organización pacífica de las manifestaciones –mucho menos mediática– que ha sido ignorada. Los gobernantes han esperado a que se llegue al hartazgo y la desesperación. Chile y Ecuador son claros ejemplos de esto, donde la situación se hizo insostenible con alzas de precios indiscriminadas y no consultadas. Hay un problema serio de fondo, que es el secuestro de lo público por parte de las élites políticas y económicas, que no se preocupan más allá de su propio beneficio. Los ciudadanos sienten que el espacio democrático, que debería ser de todos, es inaccesible.

Mario Serrano, delegado para la Misión Sociopastoral de la CPAL. Foto: Mario Serrano

¿Cómo se explica que en Chile, que ha sido considerado como un ejemplo de estabilidad regional, estallara la crisis con tanta virulencia?
Es interesante que haya ocurrido en Chile. El país andino se ha colocado como un ejemplo de triunfo absoluto del capitalismo neoliberal. Pero ahora se ve cómo se han ido enmascarando las situaciones de marginalidad y exclusión que vivía la sociedad chilena. La verdadera violencia se ha dado por los estados, que no han sabido dar respuesta a situaciones de pobreza y desigualdad. Es verdad que en algunas partes ha habido un estallido casi cercano a la anarquía, pero esto ha sido consecuencia de una frustración por parte de la población, que ha visto que con las manifestaciones pacíficas no han obtenido ningún resultado. De todas formas, son casos aislados. La mayoría de las protestas son cívicas. Un ejemplo en este sentido es Colombia.

¿Cree que es un problema específico de la izquierda o la derecha, o más bien que las sociedades latinoamericanas están buscando respuestas que los gobiernos de turno no parecen darle?
Las manifestaciones no están ligadas a ningún partido político. Están más bien vinculadas con un modelo económico que perpetúa las brechas de la desigualdad y no rompe con el ciclo de pobreza y marginalidad. Tampoco los gobiernos de izquierda han traído cambios de fondo. De hecho, las exigencias ciudadanas en Chile, Colombia y Ecuador pasan por sentar al Gobierno en una mesa de diálogo y negociación para llegar a cambios estructurales a través de mecanismos institucionales.

Algunos analistas temen que estas protestas puedan llegar a ser canalizadas por movimientos populistas o que acaben con la vuelta al poder de los militares.
Aquí también acecha el peligro de un resurgir del populismo que sepa canalizar estas protestas ciudadanas, sobre todo, si los gobiernos se encierran en sí mismos y no escuchan las exigencias del pueblo. Respecto a la toma del poder por parte de los militares, es cierto que han sido un grupo importante que ha dado soporte estructural al Gobierno de Venezuela o Nicaragua, o cuyo protagonismo ha surgido en Bolivia cuando renunció el presidente, pero en América Latina hay una conciencia clara de no dejar que entren soluciones peores al mal que ahora se experimenta. Volver al pasado sería un gran error.

¿Quiénes diría que son los actores políticos clave de estas protestas?
En países como Ecuador, han sido los indígenas los que han liderado las protestas. Pero además, los jóvenes y las mujeres también están teniendo un papel fundamental en todo el continente. La evolución de las protestas va a ser diferente en los distintos países, pero no tiene visos de apagarse a corto plazo. Aún así, el papel de la comunidad internacional va a ser determinante.

Si hay algo común a las revueltas es la mano dura impuesta por los respectivos gobiernos frente a las movilizaciones. ¿Cómo interpreta esta reacción?
Los niveles brutales de represión, además del dolor para las familias, son una noticia muy preocupante para la capacidad de gestión democrática de los conflictos por parte de los gobiernos. No hay una cultura de escuchar a la ciudadanía. Los políticos piensan que una vez que llegan al poder son quienes tienen la única palabra.

¿Cuál es el papel de la Iglesia en toda esta explosión social?
La Iglesia debe acompañar al pueblo en sus necesidades y llamar la atención a los gobiernos de su vocación de servicio a lo público. A los que les gusta mucho el dinero o el poder, no deberían ser políticos. Lamentablemente esto no ocurre siempre, y la jerarquía eclesial de algunos de nuestros países no se pone a la altura de la llamada del Evangelio.