Pablo acompañó a la madre de Javier sus últimos días: «Por muy mal día que tuviera, siempre le sacaba una sonrisa» - Alfa y Omega

Pablo acompañó a la madre de Javier sus últimos días: «Por muy mal día que tuviera, siempre le sacaba una sonrisa»

Pablo fue voluntario de Laguna durante media década. Acompañó a cientos de personas hasta que fallecieron, y para todos tenía un chiste adecuado y una palabra amable capaz de hacerles sonreír. Cuando, años más tarde, enfermó de un cáncer de páncreas incurable, recibió su propia medicina: cariño, atención y amor incondicional. Javier era adolescente cuando falleció su madre. Cuenta que, durante la enfermedad, ella solo se levantaba de la cama para hacer talleres con Pablo

Ana María Pérez Galán
Foto: Archivo familiar

Javier, tú conociste a Pablo. ¿Cómo era?
Pablo era una persona capaz de hacer reír a carcajadas a cualquiera, aun en las peores circunstancias. Recuerdo que había días que mi madre no quería salir de la cama porque no se encontraba bien, pero llegaba Pablo y ella se levantaba para verle y hacer el taller de manualidades. Por muy mal día que tuviera, siempre le sacaba una sonrisa, y eso a mí, por entonces un adolescente, me llenaba de consuelo. Yo soy hijo único y mi padre se fue de casa cuando yo era un niño, así que estábamos solos mi madre y yo. Mi madre era todo mi mundo y pensar que se iba me llenaba de angustia y tristeza. Gracias a Pablo fue todo un poco más llevadero. Después de que muriera mi madre, quedamos algunas veces para tomarnos un refresco; Pablo siempre se aseguró de que yo estuviera bien y me dio muchos buenos consejos que me han ayudado mucho a salir adelante, incluso cuando él también se fue.

¿Era así con todos los pacientes?
Con todos. Recuerdo por ejemplo una señora que estaba con una hermana muy mayor. Pablo las acompañaba muchísimo, porque eran dos hermanas solas. Les daba conversación, hacían manualidades, las sacaba a pasear. Podría contar tantas cosas… Me acuerdo que una vez una persona enferma me decía: «Si no hubiera sido por Pablo, no hubiera hablado con mis hermanos. Llevaba muchos años enfadada con ellos y Pablo me dijo: “Mira, yo no tengo la suerte de tener hermanos; tú que los tienes, no tienes derecho a estar enfadada con ellos. Los hermanos son un privilegio. No lo desaproveches”. Ahora estoy lleno de paz porque era algo que quería hacer desde hace mucho tiempo».

¿Cuál era la labor de Pablo?
De todo: hacía cestas con canutillos de papel de periódico y flores artificiales con papel charol, proyectaba zarzuelas, ponía películas, se inventaba presentaciones en Power Point de paisajes con música, y si alguien se lo pedía, hacía recados o se quedaba acompañando a los enfermos para que los familiares pudiéramos salir un ratito. Nos decía: «Vete a dar una vuelta, que ya me quedo yo». Pero más que lo que hacía, lo importante de verdad era cómo lo hacía, el cariño que ponía en todo y cómo siempre tenía las palabras adecuadas. Créeme que muchas veces no tenía ningunas ganas de reírse; él también perdió a su esposa, a la que quería mucho, pero, a pesar de ello, olvidaba su pena para repartir alegría. Lo hacía porque sabía que la sonrisa puede ser la mejor cura para el alma cuando no hay ya cura para el cuerpo.

¿Fue a verle mucha gente cuando enfermó?
Yo fui a acompañarle varias veces, aunque tenía tres hijos que siempre estaban con él y nunca le dejaban solo, pero tenían que compartirlo porque estaba muy solicitado. A mí me gustaba estar con él. Me pareció muy bonito que le cuidaran en el mismo centro en el que había desarrollado su labor durante tanto tiempo. Todo el equipo se volcó. Claro, tantos años viéndole por los pasillos. Cuando ya no tenía ganas de comer, le hacían arroz con leche casero, que le encantaba, y era prácticamente lo que comía al final.