La congregación unida para ayudar a Venezuela - Alfa y Omega

La congregación unida para ayudar a Venezuela

Ayudar a Venezuela no es fácil, incluso cuando existen los recursos. En medio de la profunda crisis que atraviesa el país, la Familia Vicenciana ha lanzado una campaña a nivel mundial para responder a las urgencias que afronta la población. Una iniciativa histórica para esa realidad religiosa, que atraviesa un peculiar proceso interno. Por primera vez, todos los vicentinos están dispuestos a afrontar un camino juntos. Ya preparan una inédita asamblea mundial que siente las bases para ese trabajo en las próximas décadas

Andrés Beltramo Álvarez
El régimen de Maduro ha intentado en ocasiones impedir que llegue ayuda humanitaria, como en esta imagen de febrero. Foto: AFP/Schneyder Mendoza

En medio de la profunda crisis que atraviesa Venezuela, la Familia Vicenciana ha lanzado una campaña a nivel mundial para responder a las necesidades más básicas de la población. Surgió espontáneamente entre algunos vicencianos latinoamericanos. Rápidamente se extendió como una actividad institucional. Miembros de la Congregación de la Misión y las Hijas de la Caridad de los cinco continentes iniciaron una colecta económica para ayudar a las numerosas casas y obras de esa familia religiosa que, en medio de la precariedad, trabajan con jóvenes, necesitados, drogodependientes, huérfanos y migrantes.

Pero no es sencillo hacer llegar la ayuda. El dinero no sirve de mucho cuando no hay productos para comprar. Por eso, la estrategia es reunir todos los recursos en Colombia y comprar allí medicinas y productos básicos para llevarlos a Venezuela. Las religiosas y religiosos vicencianos realizan un trabajo de hormiguitas: hacen llegar la ayuda cruzando la frontera con las maletas llenas. Sortean mil dificultades, y nunca saben, a ciencia cierta, qué ocurrirá. La mayoría de las veces el cargamento llega. Las líneas aéreas comerciales son uno de los principales cauces de esta ayuda humanitaria sui generis. En los últimos meses, se ha hecho especial hincapié en el envío de medicinas.

«Nuestra espiritualidad y nuestro carisma es estar ahí, donde están los más pobres», dice, en entrevista con Alfa y Omega, Tomaz Mavric, superior general de la Congregación de la Misión. Reconoce que las posibilidades son limitadas, pero –subraya– la ayuda es muy necesaria en estos momentos de grandes turbulencias en Venezuela.

«La crisis se sigue agudizando» y genera «cansancio y desilusión», afirmaba la Conferencia Episcopal Venezolana en un comunicado para respaldar las marchas convocadas por la oposición a Maduro el 16 de noviembre. «El hambre, la falta de medicinas y de servicios públicos, el empobrecimiento y el altísimo coste de la vida continúan en aumento, así como el elevado número de hermanos que migran». Ya son 4,5 millones los venezolanos que han huido del país, y el año que viene podrían alcanzar los 6,5.

«Si mi hermano está sufriendo y es Jesús quien está ahí, pidiendo ayuda, tenemos que encontrar formas de ayudar», apunta Mavric. En este país, los padres paúles, como se les conoce habitualmente, cuentan con nueve casas, un seminario y un colegio, además de estar al frente de diversas parroquias. También tienen una importante presencia las hijas de la Caridad, la Asociación Internacional de la Caridad, la Sociedad de San Vicente de Paúl y las Juventudes Marianas Vicentinas.

Dos millones de miembros

La campaña puesta en marcha por los vicencianos recibe aportaciones de todas las congregaciones y organizaciones laicales nacidas del carisma de san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac en todo el mundo. Y la ayuda, una vez enviada a Venezuela a través de Colombia, la distribuyen también las distintas ramas religiosas y ONG vicencianas presentes allí. De hecho, esta iniciativa es uno de los ámbitos en los que todas estas entidades están plasmando su voluntad de colaborar más estrechamente.

Hasta hace pocos años, todas las obras de inspiración vicenciana del mundo trabajaban disgregadas, e incluso sin comunicarse. Movidos por el deseo de actuar como una sola familia, comenzó un minucioso y lento proceso que consiguió vincular a 150 congregaciones y asociaciones laicas, en 156 países. Suman unos dos millones de miembros, a los que se unen otros dos millones de personas que, sin serlo, comparten espiritualidad.

En la década de los 90 se instituyó la Familia Vicenciana. No fueron fáciles los primeros pasos, pero ahora se busca dar un salto cualitativo. Del 12 al 15 de enero de 2020, unos 300 líderes de todas estas instituciones se darán cita por primera vez en Roma para una asamblea general. Será la primera de la historia, y reunirá a los superiores generales y a sus asistentes.

«Por primera vez nos vamos a ver frente a frente; de aquí en adelante estamos obligados a reflejar cuál va a ser nuestra misión dentro de 25 años», continua Tomaz Mavric, sacerdote argentino de origen esloveno que, como superior de la congregación y sucesor de san Vicente de Paúl, es también presidente del Comité Ejecutivo de la Familia Vicentina.

En esa cita de enero no solo se hablará sobre cómo profesionalizar las campañas de caridad para los lugares más necesitados del orbe. También se reflexionará sobre la formación de los sacerdotes, los seminaristas, los laicos, la ayuda espiritual y material a las personas.

Aunque la presencia de la Familia Vicenciana es muy extensa, al superior le preocupan particularmente las vocaciones. Reconoce que, cada año, su congregación pierde en torno a 25 sacerdotes y hermanos consagrados. Él no quiere hablar de «crisis», pero sí de prioridades, como atender el desarrollo de las vocaciones y la pastoral.

En África y Asia –precisa– existen grandes cantidades de vocaciones, mientras en otros lugares el descenso es notable. Pero él no se desanima. «Jesús sigue llamando», y la clave es ayudar a los jóvenes a responder a esa llamada. Y apunta: «Los jóvenes están distraídos pero, al mismo tiempo, buscan y buscan. Debemos saber demostrarles que la vida consagrada es normal, que no es algo raro».