Dieron la vida lejos de casa - Alfa y Omega

Dieron la vida lejos de casa

Siete nuevos santos serán canonizados, en Roma, por Benedicto XVI, el 21 de octubre, durante el Sínodo para la nueva evangelización, un signo elocuente de que —como insiste el Papa— la verdadera renovación que necesita la Iglesia es la santidad. Los primeros santos del Año de la fe dieron su vida cerca de los enfermos, en la enseñanza, o en el anuncio del Evangelio en medio de los pueblos. Alfa y Omega presentará sus vidas en las próximas semanas. Hoy, Mariana de Molokai y Giacomo Berthieu

Redacción
Maria Anna Cope. A la derecha: Giacomo Berthieu.

Maria Anna Cope, Mariana de Molokai, virgen

Maria Anna Cope, Mariana de Molokai, nació en Heppenheim, Alemania, en 1838, en el seno de una familia de agricultores, aunque su estancia en el país duró poco: sus padres emigraron a Estados Unidos cuando ella tenía tres años.

En 1860, ingresó en la Congregación de las Hermanas de la Tercera Orden de San Francisco, en la que trabajó en la educación de los hijos de los inmigrantes alemanes, y se encargó de abrir y dirigir diversas escuelas. Años más tarde, la comunidad fundó varios hospitales, en los que la Madre Cope se ocupaba, especialmente, de los alcohólicos y las madres solteras, pues deseaba servir entre los más pobres.

María Anna fue la única en aceptar trasladarse a las Islas Hawai, en 1883, para asistir a los leprosos -otras cincuenta comunidades contactadas habían rehusado anteriormente-. Allí, tras la muerte de san Damián de Veuster, aceptó encargarse del hogar para los muchachos en la isla Molokai, además de su trabajo con mujeres y niñas. «Renunció a todo y se entregó completamente a la voluntad de Dios, a las peticiones de la Iglesia y a las necesidades de sus nuevos hermanos. Puso en peligro su salud y su misma vida. Durante 35 años, practicó a niveles altísimos el precepto del amor a Dios y al prójimo», recordó el cardenal Saraiva, por encargo de Benedicto XVI, en la ceremonia de su beatificación, en 2005. Gracias a ella, el Gobierno promulgó leyes para proteger a los niños, y los enfermos de lepra recuperaron su dignidad y la alegría de vivir. «Mariana amó a los enfermos de lepra más que a sí misma. Los sirvió, los educó, los guió con inteligencia, amabilidad y fortaleza. En ellos vio el rostro doliente de Jesús», concluyó Saraiva tras proclamarla Beata. La futura santa nunca buscó el reconocimiento ni la gloria. Tanto fue así, que dejó escrito: «No me espero un lugar de privilegio en el cielo. Estaré llena de gratitud por un pequeño rincón, donde yo pueda amar a Dios para toda la eternidad».

Giacomo Berthieu, jesuita y mártir

Nacido en Polminhac, Francia, en 1838, Giacomo Berthieu entró al seminario a los 15 años, siendo ordenado sacerdote en 1864. Tras nueve años ejerciendo su ministerio sacerdotal en Roannes-Saint-Mary, sintió la llamada a la vida religiosa, y fue a Pau, al noviciado de la Compañía de Jesús. Desde allí, escribió a su familia para comunicarles que el Señor le había llamado a ser misionero.

Fue así como llegó hasta Madagascar, con 37 años, para trabajar en la isla de Santa María, donde aprendió el idioma de los malgaches y se dedicó en cuerpo y alma a la enseñanza del catecismo, las visitas a los pobres y leprosos, y la celebración de los sacramentos en medio de aquel pueblo que nunca antes había escuchado la Palabra de Dios. Después de tantos esfuerzos, el padre Berthieu tuvo que abandonar la isla a causa de la expulsión de los religiosos de los territorios franceses, en 1881. Pasó varios años en diversos lugares de Madagascar y, de esos años, dejó escrito que, en todas partes, trató de ser «todo para todos».

En 1894, estalló la segunda guerra de los malgaches contra Francia, y Berthieu, que decidió quedarse en medio de sus hijos para consolar su sufrimiento, fue capturado por una tribu rebelde que saqueaba y quemaba las aldeas que encontraba a su paso. Tras ser golpeado en varias ocasiones, los rebeldes lo llevaron a las afueras del pueblo y le arrancaron la sotana y la cruz, mientras gritaban: «¡Aquí está el amuleto con el que engañas a nuestro pueblo!» En varias ocasiones le invitaron a renegar de la fe, incluso le dijeron que, si en lugar de rezar les enseñaba a utilizar las armas contra los blancos, lo liberarían, a lo que él respondió: «Mientras viva, te enseñaré a rezar, y la oración salvará vuestras almas». Acabaron por asesinarlo cruelmente y por arrojar su cadáver al río Manara, infestado de cocodrilos, en 1896. Berthieu fue beatificado por Pablo VI el 17 de octubre de 1965.