Los monasterios vacíos - Alfa y Omega

Los monasterios vacíos

Los monjes no son seres ajenos a la vida

ABC
Foto: Félix Ordóñez

El corresponsal en Roma de este periódico, Ángel Gómez Fuentes, contaba ayer la historia de una monja benedictina, abadesa de un convento de Arezzo, que tuvo que renunciar al habito y a sus votos tras haberse enamorado de un hombre. En este caso, el amor ha sido una desgracia para sus tres compañeras, ya que la autoridad eclesiástica ha decidido cerrar la abadía al ser imposible mantener el establecimiento con tan reducido personal. Lo más llamativo es que, gracias al empuje de la superiora, el convento se había convertido en una hostelería y en un centro de encuentro que había dinamizado la comarca.

Hay en nuestro país casi un centenar de monasterios que se enfrentan a su desaparición por la falta de vocaciones y la penuria económica de los monjes. Por ejemplo, la abadía de Silos sufre un problema de supervivencia a largo plazo porque la gran mayoría de los benedictinos tiene más de 60 años y apenas existen vocaciones que vayan llenando los huecos de los que se mueren.

Ahora que se habla tanto de la España vacía, podríamos hablar también de los conventos vacíos, de los monasterios que se mueren ante la indiferencia general a pesar de que, desde hace más de diez siglos, han conservado el saber y la cultura occidental. Contra lo que algunos piensan, los monasterios preservan una espiritualidad de la que tenemos mucho que aprender porque nos ofrecen un interesante ejemplo de desapego hacia lo material que contrasta con el afán por el dinero y el éxito que percibimos en nuestro entorno.

Pero también los monjes mantienen la memoria de viejos saberes y oficios que han ido desapareciendo como los del cillerero, el sacristán, el sochantre, el condestable, el refitolero o el agostero, responsable de la panadería. Como establece la regla benedictina, ora et labora porque el trabajo es tan importante como la oración para hallar la redención.

En un mundo donde la gente está desquiciada por la tecnología y el consumismo, los monasterios son un refugio donde podemos encontrar la paz en un ambiente de silencio y fraternidad porque, y esto hay que subrayarlo, estos lugares tienen abiertas sus puertas a quienes quieran mirar en el interior de sí mismos. Los monjes no son seres ajenos a la vida ni marcianos fuera de la realidad. Confieso que en las conversaciones con algunos de ellos he aprendido cosas que no se enseñan en las escuelas ni se hallan en los libros.

En fin, que estas líneas no van a servir para nada, pero por lo menos valgan como simple desahogo. Estamos ciegos al dejar que estos centros espirituales vayan decayendo hasta morir por puro abandono. Y ello porque en estos monasterios está la historia de nuestra cultura y de nuestras señas de identidad.

España sería mucho mejor si nuestros dirigentes políticos pasaran una semana de vez en cuando en algún convento para aprender de la austeridad de estos religiosos y de su amor al prójimo. Si no nosotros, que Dios les salve. Y lo dice un agnóstico.

Pedro García Cuartango / ABC