El Papa inicia una reflexión «sobre la vida real, cotidiana», de las familias - Alfa y Omega

El Papa inicia una reflexión «sobre la vida real, cotidiana», de las familias

El Papa ha vuelto a referirse en la audiencia general de esta semana a las tres palabras que, a su juicio, son decisivas para una buena convivencia familiar: permiso, perdón y gracias

Redacción

«La catequesis de hoy quiere ser la puerta de una serie de reflexiones sobre la vida de la familia, la vida real, cotidiana», explicó Francisco al inicio de la audiencia de este miércoles, celebrada en la Plaza de San Pedro.

El Papa centró en su intervención en las famosas tres palabras que ya hemos «utilizado otras veces: permiso, gracias, perdón. Más fáciles de decir que de poner en la práctica, pero absolutamente necesarias. Son palabras vinculadas a la buena educación, en su sentido genuino de respeto y deseo del bien, lejos de cualquier hipocresía y doblez», afirmó.

«La palabra permiso –dijo– nos recuerda que debemos ser delicados, respetuosos y pacientes con los demás, incluso con los que nos une una fuerte intimidad. Como Jesús, nuestra actitud debe ser la de quien está a la puerta y llama». «Para entrar en la vida del otro, aun cuando éste es parte de nuestra vida, es necesaria la delicadeza de una actitud no invasiva, que renueva la confianza y el respeto , porque la confianza no autoriza a dar todo por descontado. Por eso cuando nos preocupamos por pedir gentilmente también aquello que tal vez pensamos que podemos pretender, ponemos al amparo el espíritu de la convivencia matrimonial y familiar».

«Dar las gracias –añadió– parece un signo de contradicción para una sociedad recelosa, que lo ve como debilidad. Sin embargo, la dignidad de las personas y la justicia social pasan por una educación a la gratitud. Una virtud, que para el creyente, nace del corazón mismo de su fe».

Y por último, está la palabra perdón, que es «el mejor remedio para impedir que nuestra convivencia se agriete y llegue a romperse. El Señor nos lo enseña en el Padrenuestro, aceptar nuestro error y proponer corregirnos es el primer paso para la sanación». Por tanto, «esposos, no terminen nunca el día sin reconciliarse». «En los hogares en los que no se piden disculpas comienza a faltar el aire, y las aguas se estancan». En cambio, «basta una caricia, un pequeño gesto, una palabra, y así ¡la vida será más bella!».

RV / Redacción

Texto de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La catequesis de hoy es como la puerta de ingreso de una serie de reflexiones sobre la vida de la familia, su vida real, con sus tiempos y sus acontecimientos. Sobre esta puerta de ingreso están escritas tres palabras, que he utilizado en la plaza diversas veces. Y estas palabras son: permiso, gracias, perdón. En efecto, estas palabras abren el camino para vivir bien en la familia, para vivir en paz. Son palabras simples, ¡pero no así simples para poner en práctica! Encierran una gran fuerza; la fuerza de custodiar la casa, también a través de miles dificultades y pruebas; en cambio, su falta, poco a poco abre grietas que pueden hacerla incluso derrumbar.Nosotros las entendemos normalmente como las palabras de la buena educación. Está bien, una persona educada pide permiso, dice gracias o se disculpa si se equivoca. Está bien, pero la buena educación es muy importante. Un gran obispo, san Francisco de Sales, solía decir que «la buena educación es ya media santidad». Pero atención: en la Historia hemos conocido también un formalismo de las buenas maneras que puede transformarse en máscara que esconde la aridez del alma y el desinterés por el otro. Se suele decir: «Detrás de tantas buenas maneras se esconden malas costumbres». Ni siquiera la religión está protegida de este riesgo, que hace deslizar la observancia formal en la mundanidad espiritual. El diablo que tienta a Jesús ostenta buenas maneras –pero es realmente un señor, un caballero– y cita las Sagradas Escrituras, parece un teólogo. Su estilo parece correcto, pero su intención es aquella de desviar de la verdad del amor de Dios. Nosotros, en cambio, entendemos la buena educación en sus términos auténticos, donde el estilo de las buenas relaciones está firmemente radicado en el amor del bien y en el respeto por el otro. La familia vive de esta fineza del quererse.

Veamos: la primera palabra es Permiso. Cuando nos preocupamos por pedir gentilmente también aquello que quizás pensamos que podemos pretender, nosotros ponemos una verdadera protección para el espíritu de la convivencia matrimonial y familiar. Entrar en la vida del otro, incluso cuando es parte de nuestra vida, necesita la delicadeza de una actitud no invasiva, que renueva la confianza y el respeto. La confianza, en fin, no autoriza a dar todo por cierto. Y el amor, mientras es más íntimo y profundo, tanto más exige el respeto de la libertad y la capacidad de esperar que el otro abra la puerta de su corazón. Con este propósito recordamos aquella palabra de Jesús en el libro del Apocalipsis, que hemos escuchado: «Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos» (3,20). Pero ¡también el Señor pide el permiso para entrar! No olvidémoslo. Antes de hacer una cosa en familia: «¿Permiso, puedo hacerlo? ¿Te gusta que lo haga así?» Aquel lenguaje verdaderamente educado, pero lleno de amor. Y esto hace tanto bien a las familias.

La segunda palabra es Gracias. Ciertas veces pensamos que estamos transformándonos en una civilización de los malos modales y de las malas palabras, como si fueran un signo de emancipación. Las escuchamos decir tantas veces también públicamente. La gentileza y la capacidad de agradecer son vistas como un signo de debilidad, a veces suscitan incluso desconfianza. Esta tendencia debe ser contrastada en el seno mismo de la familia. Debemos hacernos intransigentes sobre la educación en la gratitud, en el reconocimiento: la dignidad de la persona y la justicia social pasan ambas por aquí. Si la vida familiar descuida este estilo, también la vida social lo perderá. La gratitud, para un creyente, está en el corazón mismo de la fe: un cristiano que no sabe agradecer es uno que ha olvidado la lengua de Dios. ¡Escuchen bien eh! Un cristiano que no sabe agradecer es uno que ha olvidado la lengua de Dios. ¡Es feo esto, eh! Recordemos la pregunta de Jesús, cuando curó a diez leprosos y sólo uno de ellos volvió a agradecer (cfr. Lc 17-18). Una vez escuché sobre una persona anciana, muy sabia, muy buena, simple, con aquella sabiduría de la piedad, de la vida: «La gratitud es una planta que crece solamente en la tierra de las almas nobles». Aquella nobleza del alma, aquella gracia de Dios en el alma que empuja a decir: «Gracias a la gratitud». Es la flor de un alma noble. Ésta es una bella cosa.

La tercera palabra es Perdón. Palabra difícil, cierto, sin embargo tan necesaria. Cuando falta, pequeñas grietas se ensanchan –también sin quererlo– hasta transformarse en fosos profundos. No para nada en la oración enseñada por Jesús, el padrenuestro, que resume todas las preguntas esenciales para nuestra vida, encontramos esta expresión: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6, 12).

Reconocer de haber faltado y ser deseosos de restituir lo que se ha quitado –respeto, sinceridad, amor– nos hace dignos del perdón. Y así se detiene la infección. Si no somos capaces de disculparnos, quiere decir que ni siquiera somos capaces de perdonar. En la casa donde no se pide perdón comienza a faltar el aire, las aguas se vuelven estancadas. Tantas heridas de los afectos, tantas laceraciones en las familias comienzan con la perdida de esta palabra preciosa: Discúlpame. En la vida matrimonial se pelea tantas veces…también ¡vuelan los platos, eh! Pero les doy un consejo: nunca terminen la jornada sin hacer las paces. Escuchen bien: ¿han peleado marido y mujer? ¿Hijos con padres? ¿Han peleado fuerte? Pero no está bien. Pero no es el problema: el problema es que este sentimiento esté al día siguiente. Por esto, si han peleado, nunca terminen la jornada sin hacer las paces en familia. ¿Y cómo debo hacer las paces? ¿Ponerme de rodillas? ¡No! Solamente un pequeño gesto, una cosita así. ¡Y la armonía familiar vuelve, eh! ¡Basta una caricia! Sin palabras. Pero nunca terminar la jornada en familia sin hacer las paces. ¿Entendido? ¡No es fácil, eh! Pero se debe hacer. Y con esto la vida será más bella.

Estas tres palabras-claves de la familia son palabras simples y quizás, en un primer momento, nos hacen sonreír. Pero cuando las olvidamos, no hay más nada para reír, ¿verdad? Nuestra educación, quizás, las descuida demasiado. El Señor nos ayude a volverlas a poner en el justo lugar, en nuestro corazón, en nuestra casa, y también en nuestra convivencia civil. Y ahora los invito a repetir todos juntos estas tres palabras: Permiso, Gracias, Perdón… ¡todos juntos! Permiso, Gracias, Perdón. Son tres palabras para entrar realmente en el amor de la familia, para que la familia quede bien. Luego, repetir aquel consejo que he dado, todos juntos: Nunca terminar la jornada sin hacer las paces. Todos: Nunca terminar la jornada sin hacer las paces. Gracias.

Traducción: RV