El Papa condena en Nagasaki el «miedo a la aniquilación total» por los países nucleares - Alfa y Omega

El Papa condena en Nagasaki el «miedo a la aniquilación total» por los países nucleares

El Santo Padre alerta contra «el desmantelamiento de la arquitectura internacional de control»

Juan Vicente Boo

Ante la evidencia de que, incluso sin detonarlas, las armas nucleares se usan de modo continuo como amenaza, el Papa Francisco ha condenado en Nagasaki el «clima de miedo» que crean las nueve potencias atómicas y ha reiterado que la estabilidad internacional no puede fundarse «sobre el miedo a la mutua destrucción o sobre una amenaza de aniquilación total».

Bajo una lluvia fría, que daba un aire aún más triste al Parque del Hipocentro de la Bomba Atómica –situado bajo la vertical de la detonación a 500 metros de altura el 9 de agosto de 1945–, el Papa ha afirmado vigorosamente que «un mundo sin armas nucleares es posible y necesario».

Su discurso, pronunciado en español, tenía una fuerza especial en esta ciudad, escenario de la muerte de 175.000 personas a consecuencia de la segunda de las bombas atómicas lanzadas sobre Japón.

Sumadas a las víctimas de la bomba lanzada tres días antes en Hiroshima, el primer ataque nuclear de la historia causó la muerte a más de 400.000 personas, en su abrumadora mayoría civiles. Un número que solo supera otro memorial del horror de la historia humana: el campo de trabajo y exterminio de Auschwitz-Birkenau, construido por los nazis en Polonia.

Ante millares de japoneses protegidos de la lluvia con chubasqueros blancos, el Papa ha dicho a los políticos de todo el mundo que las armas nucleares «no nos defienden de las amenazas a la seguridad nacional e internacional de nuestro tiempo».

Aparte de recordar «el impacto catastrófico de su uso desde el punto de vista humano y ambiental», Francisco se ha referido al empleo continuo de la amenaza, y al «clima de miedo, desconfianza y hostilidad, impulsado por las doctrinas nucleares».

Se trata de una «perversa dicotomía de querer garantizar la estabilidad y la paz en base a una falsa seguridad sustentada por una mentalidad de miedo y desconfianza que termina por envenenar las relaciones entre los pueblos».

Aparte de condenar claramente el actual sistema de amenaza continua, el Papa ha tocado otro aspecto malvado del arsenal atómico: «el dinero que se gasta y las fortunas que se ganan en la fabricación, modernización, mantenimiento y venta de armas cada vez más destructivas, son un atentado continuo que clama al cielo».

En tono muy severo, el Santo Padre ha urgido a «romper la dinámica de desconfianza que prevalece actualmente, y que hace correr el riesgo de conducir al desmantelamiento de la arquitectura internacional de control de las armas». En su opinión, «estamos presenciando una erosión del multilateralismo, aún mas grave ante el desarrollo de las nuevas tecnologías de armas».

Frente a superpotencias como Estados y Rusia que acaban de abandonar el Tratado de eliminación de armas nucleares de alcance intermedio (INF), Francisco ha afirmado que «nunca podemos cansarnos de trabajar en apoyo de los principales instrumentos jurídicos internacionales de desarme y no proliferación nuclear, incluido el Tratado sobre la prohibición de armas nucleares», actualmente bajo erosión continua.

Antes de comenzar su discurso, el Papa había colocado una corona de flores blancas ante el memorial de las víctimas. Se había quedado aferrándola con las dos manos durante un largo tiempo con los ojos semicerrados antes de elevarlos al cielo, claramente en una plegaria.

Como todos los dignatarios visitantes, Francisco ha encendido una llama en un artístico candelabro de 120 centímetros de altura que ha traído como regalo al Memorial.

Después de la ceremonia en el Hipocentro de la Bomba Atómica, el Papa ha recorrido tres kilómetros en automóvil hasta la colina de Nishizaka, la «colina de los mártires» donde recibieron la muerte miles de cristianos, a partir del martirio de san Pablo Miki y 25 compañeros en 1597, durante una persecución que duró 260 años -la más larga de la historia- hasta el siglo XIX.

En un breve discurso, Francisco ha referido implícitamente un recuerdo personal: su petición al entonces superior general de los jesuitas de ser enviado como misionero a este país. Como había sufrido la extirpación parcial de un pulmón, Pedro Arrupe le dijo que no podía aceptarlo por debilidad de salud.

Ante el monumento que recuerda los mártires, Francisco ha dicho que había venido «a encontrarme con estos santos hombres y mujeres, y quiero hacerlo con la pequeñez de aquel joven jesuita que venia «de los confines de la tierra», y encontró una profunda fuente de inspiración en la historia de los primeros misioneros y mártires japoneses».

Al mismo tiempo ha recordado «a los cristianos que en diversas partes del mundo hoy sufren y viven el martirio a causa de la fe. Mártires del siglo XXI, que nos interpelan con su testimonio a que tomemos, valientemente, el camino de las bienaventuranzas». Además de oraciones por ellos, el Santo Padre ha pedido que «levantemos la voz para que la libertad religiosa sea garantizada para todos».

El programa de la tarde del Papa incluye una misa para 25.000 fieles en el estadio de baseball de Nagasaki y un segundo vuelo, esta vez a Hiroshima, para participar en un encuentro por la paz en el hipocentro de la explosión del 6 de agosto de 1945, en el que tomarán la palabra dos de los últimos y escasos supervivientes, testigos directos de aquel desastre.

Juan Vicente Boo / ABC