Nasarah, el testimonio que llega de Oriente - Alfa y Omega

Ayer se estrenó en Madrid, en el Colegio Mayor San Pablo, Nasarah, mi segundo documental dedicado a los cristianos. Está rodado en el Líbano y se ocupa de las víctimas del Estado Islámico en Siria y en Irak. Como ya sucedió en los estrenos de Bilbao y Valencia, uno de los momentos que más conmocionan al público es en el que una mujer del pueblo de Malula, refugiada, reza el Padrenuestro en arameo, en la lengua en la que Jesús se la enseñó a los discípulos. La película recoge los testimonios de muchos otros que han tenido que salir de sus casas con lo puesto.

Estamos a punto de perder a unas comunidades cristianas –algunas de ellas nacieron en el siglo I– que son esenciales para que la fe no se convierta en algo abstracto. El cristianismo siempre es un acontecimiento, y sin la memoria de su origen se diluye en principios y en doctrina.

He rodado Nasarah justo cuando se cumplen cien años del genocidio armenio. Hay quien señala que lo que ocurre en Siria y en Irak es similar a ese genocidio.

En 2003, antes de la intervención de los Estados Unidos, había en Irak 1.500.000 cristianos. Ahora, ya sólo quedan 300.000. En poco tiempo, pueden verse reducidos a 50.000. Hay ciudades donde la cruz estaba presente desde los primeros siglos; en los últimos meses, han perdido a todos sus bautizados. Hace diez años, un obispo greco-católico aseguraba que la convivencia entre cristianos y musulmanes de Siria era modélica. La situación, con algunos altibajos, se mantuvo estable hasta marzo de 2011, cuando estallaron las protestas contra Bashar al Assad. Luego llegó la guerra civil. Y Siria ha pasado, de 1.500.000 cristianos, a poco más de 100.000.

El 10 de junio de 2014 fue un día negro en la historia de Irak. El autodenominado Estado Islámico toma Mosul, tercera ciudad del país. En 2003, había en la localidad 60.000 cristianos, llevaban allí desde el siglo VII. Ahora no queda ninguno. Se fueron marchando, y a los 5.000 que vivían aún en sus calles, el Estado Islámico les hace imposible la vida. Primero, les dio un ultimátum: o se convertían, o pagaban el tradicional impuesto exigido a los que no siguen a Mahoma, o se marchaban. Luego, no hubo elección: todos fueron expulsados. Las puertas de sus casas fueron marcadas con la N árabe de Nazarenos. Eso significa Nasarah. He querido recoger sus historias, recrear lo que sucedió en esos momentos.

Mi película tiene un valor testimonial. Estos cristianos iraquíes y sirios no están dispuestos a abandonar su fe. Y a pesar de haberlo perdido todo, no se sienten abandonados por Dios. He aprendido mucho mirándoles a la cara, escuchándolos. Espero haber contribuido a difundir esta gran historia de fidelidad.