El territorio vino con ellos - Alfa y Omega

Desde 2015, millares de personas atraviesan a pie la frontera entre Venezuela y Brasil por la pequeña ciudad de Pacaraima, buscando mejores condiciones de vida y un poco de serenidad. Muchos se quedan en Boa Vista, donde nosotros vivimos; otros se dispersan entre las pequeñas ciudades del interior o siguen el viaje hacia el sur, dentro de Brasil. Pero entre esta población que migró a Brasil destacó, desde el inicio, la presencia de grupos familiares indígenas de los pueblos warao y e’ñepá.

El pueblo warao es el segundo pueblo indígena más numeroso de Venezuela, con cerca de 50.000 personas. En los últimos cuatro años se calcula que algo más de 3.000 warao hayan cruzado la frontera hacia Brasil. Su territorio tradicional fue afectado desde la década de 1960 por diversos proyectos económicos y de infraestructura: diques en sus ríos, extracción de madera, ocupación de la tierra por grandes agricultores… La explotación de la mano de obra warao y épocas de expansión de enfermedades como el cólera obligaron a parte del pueblo a salir de su territorio y emigrar hacia los centros urbanos. Y desde 2015, hacia Brasil.

Cerca de 300 indígenas warao ocuparon en Boa Vista –junto a familias migrantes no indígenas– un espacio público al que llamaron Ka Ubanoko, lugar donde dormimos. No tenían lugar en los refugios oficiales e intentaron autogestionar Ka Ubanoko en situación muy precaria, con apoyo sobre todo de la Iglesia católica y otras organizaciones sociales. Después de nueve meses de acampada, no recibieron prácticamente ninguna ayuda oficial.

Loswarao mantienen con fuerza su lengua materna a pesar de todo el proceso migratorio que les obligó a salir de su tierra. Nos explican que ellos no abandonaron su territorio, pues el territorio vino con ellos. ¿Cómo? En su lengua, porque con ella continúan nombrando los ríos, las matas, los árboles, las plantas, los animales y las aldeas.

La noche ya cayó sobre Ka Ubanoko. Unas jóvenes encienden una hoguera. Los niños comienzan a llegar y a sentarse en el suelo, alrededor del fuego. En pocos minutos, las jóvenes comienzan a contar cuentos tradicionales del pueblo warao, en la lengua materna. El fuego, los cuentos y la lengua se convierten en resistencia de un pueblo obligado a salir de su tierra, pero que la trajo consigo.