Los nuevos esclavos vienen de Haití - Alfa y Omega

Los nuevos esclavos vienen de Haití

Ricardo Benjumea

Los cañaverales de la provincia de El Seibo emplean a unos 25.000 esclavos, según el informe Flores de dignidad en tierra de sangre. «Las condiciones de vida son de pura esclavitud, no se puede decir que se parecen a la esclavitud. Y esta situación viene de lejos». Tanto, que buena parte de la población de República Dominica es descendiente de mano de obra esclava traída a la fuerza de África. Hoy ese rol lo desempeñan los migrantes haitianos y sus descendientes, que viven fuera de la vista del mundo, hacinados en los bateyes, los poblados de infraviviendas destinados a los trabajadores de las plantaciones de azúcar.

Muchos haitianos que no tenían prevista más que una breve estancia llevan décadas en República Dominicana, destaca el informe de la ONG Selva Amazónicas. A menudo han tenido hijos que siguen nutriendo de mano de obra el negocio del azúcar, sin acceso a educación ni a servicios de sanidad básicos. La mayoría de estos migrantes y sus descendientes no han podido regularizar su situación, a pesar de que su llegada se produjo al amparo de un acuerdo entre ambos gobiernos, según el cual, hasta la década de los 90, Haití recibía cada dos semanas un dólar por cada trabajador.

Esta situación de irregularidad les obliga a aceptar salarios de miseria (según las toneladas recolectadas, un joven puede ganar unos 200 euros al mes, una parte de los cuales suele enviar a su familia en Haití). La jornada laboral es de sol a sol, y no hay más días de descanso que Año Nuevo y Viernes Santo. En los cañaverales o en el batey, los braceros están controlados permanentemente por la Policía privada de las azucareras. Son los únicos lugares donde «Migración no los irá a buscar», porque el Estado «jamás se atrevería a dar a los intereses económicos» de esta industria, documenta en el informe Miguel Ángel Gullón.

Dado que las viviendas suelen pertenecer a las empresas, cuando estos trabajadores enferman o llegan a la ancianidad, «son expulsados y abandonados a su suerte, maltrechos ya físicamente, sin una pensión de vejez. La caridad de alguna congregación como es el caso de las Hijas de María de La Higuera acoge a algunos de estos ancianos que, al final de su vida útil para Central Romana, quedaron en la más absoluta miseria».