19 de octubre: san Pablo de la Cruz, llevó la Pasión del Señor a los laicos
El fundador de los pasionistas fue «un adelantado» en su misión con la gente sencilla, que «lloraba y se confesaba» al oír sus predicaciones
Hay santos que se parecen a otros, pero como Dios es siempre original, a cada uno le enseña, antes o después, un camino propio. La juventud de san Pablo de la Cruz parece un calco de la de san Francisco de Asís, pero si al santo de Asís le habló el Crucificado en la ermita de San Damián, al fundador de los pasionistas fue la Virgen la que le marcó el camino de la cruz.
Nació en la provincia italiana de Liguria en 1694. Fue el primogénito de una familia de 16 hijos tan creyente que, años después, confesaría que «si yo me salvo, como lo espero, lo debo a la formación que recibí de mi madre». Los primeros años de su vida estuvieron marcados por la incertidumbre sobre el futuro. Ayudó a su padre en el negocio durante una temporada, pero esa vida –como le sucedió a san Francisco– no le cautivó en absoluto. Probó en el Ejército –igual que el santo de Asís–, y tampoco. Un tío suyo le propuso un matrimonio con una joven bien posicionada, pero eso le pareció poco amor para él.
El pasionista Miguel González habla de una «inquietud permanente» en el santo. «Pablo renunció a todo aquello que se le ofreció», porque «la llamada de Dios a una vida diferente iba siendo cada vez más fuerte, aunque no del todo perceptible».
A los 19 años, un sermón de su párroco le inspiró a llevar una vida de más oración y, con la bendición de su confesor, inició un retiro de 40 días a finales de 1720. Fue en ese retiro donde recibió la aparición de la Virgen María, que le mostró un hábito negro; y fue también durante esos días cuando escribió una regla muy sencilla para llevar en el futuro una vida de comunidad con aquellos que se le quisieran unir. Tal como le pasó a san Francisco, enseguida se le unieron muchos otros, el primero su hermano Juan Bautista; y comenzaron a llevar una vida en común. Se llamaban a sí mismos «los pobres de Cristo», y se dedicaban a predicar en los pueblos de la zona la Pasión del Señor, «el don más maravilloso del amor de Dios, la única fuerza que puede transformar al hombre y al mundo entero», en sus palabras.
Después de algunos años, en 1727, Pablo y su hermano viajaron a Roma y fueron ordenados sacerdotes de manos del Papa Benedicto XIII, recibiendo al mismo tiempo la bendición para extender su carisma. Comenzó así una nueva etapa en la vida del santo, con la mirada puesta en llevar cada vez más lejos su forma de vida sin abandonar su motivación inicial: predicar el Evangelio y especialmente la Pasión del Señor, sobre todo a los laicos. «San Pablo de la Cruz fue un adelantado en la relación con los laicos», asegura el padre Miguel González. «Ya de joven, cuando trabajaba junto a su padre, había muchos que se acercaban a él al ver su forma de vivir, y con los años siguió llevando la dirección espiritual de la mayoría. Esto fue así hasta el final de su vida», señala.
Una relación «espontánea»
Al fundar la congregación, no hizo ningún apostolado especial; «simplemente la gente se le unía. Los laicos fueron los destinatarios principales de toda su evangelización. Algunos pedían entrar en la congregación, pero la mayoría sencillamente estaba enganchada a la manera que él tenía de hablar de la Pasión y Resurrección de Cristo. Era algo espontáneo y natural». El fundador de los pasionistas mostraba a todos sus seguidores un camino hacia la felicidad «no como la entiende el mundo», afirma el González. «En aquel tiempo la gente sufría mucho más que ahora, y ese modelo de Cristo sufriente y entregado por amor resonaba en sus corazones, de tal modo que muchos, al oír la predicación de san Pablo de la Cruz, lloraban y se confesaban».
De este periodo se conservan más de 10.000 cartas, un medio con el que desarrolló una ingente labor de dirección espiritual con muchos de sus contemporáneos. Y no lo hizo desde el activismo, sino desde la soledad de su retiro en el convento de Monte Argentario, en una península perdida de la Toscana.
«Allí fueron llegando, atraídos por el celo y el buen nombre de los solitarios del aquel monte, nuevos compañeros», señala el pasionista. Solo salió de allí para predicar en misiones populares y retiros, y fundar casas por toda la costa italiana. De ese modo, la difusión de su proyecto «se fue haciendo realidad bajo la guía del Espíritu». Murió en Roma en octubre de 1775 y fue canonizado por Pío IX menos de un siglo después de su muerte.
La Congregación de la Pasión está celebrando un Año Jubilar con motivo de sus 300 años de vida. Los cerca de 3.000 religiosos y religiosas, así como los numerosos laicos de esta familia, tienen una cita del 21 al 24 de noviembre en Roma, en el congreso La sabiduría de la cruz en un mundo plural.
Estos días, 80 académicos de todo el mundo abordarán el desafío del multiculturalismo para la evangelización; la promoción del diálogo interreligioso y el carisma del fundador de los pasionistas para el futuro. Como afirma su superior general, el padre Joachim Rego, «queremos mantener viva la memoria de la Pasión de Jesús como máxima expresión de amor para todas las gentes».