19 de octubre: san Juan de Brébeuf, el primer apóstol de la tribu de los hurones - Alfa y Omega

19 de octubre: san Juan de Brébeuf, el primer apóstol de la tribu de los hurones

El religioso se ofreció voluntario para la evangelización en América. Aprendió la lengua de los nativos para transmitir el mensaje de Jesús y pudo bautizar a miles de ellos antes de que una tribu rival le prendiera fuego

José Calderero de Aldecoa
San Juan de Brebeuf con el hurón. Vidriera del santuario de los mártires en Midland, Ontario (Canadá). Foto: Mykola Swarnyk.

Juan de Brébeuf es un santo bastante desconocido incluso dentro de las filas de su propia orden, los jesuitas, a pesar de que fue el primer miembro de la Compañía de Jesús que se dedicó a la evangelización de los hurones —indígenas americanos—, que convirtió a miles de ellos a la fe y animó a muchos compañeros a ofrecerse para las misiones en la Nueva Francia. «Voluminoso de cuerpo, de carácter amable, con un corazón de gigante, se le llegó a conocer como el apóstol de los hurones», asegura Tom Rochford, SJ, en su biografía oficial.

El santo nació en Normandía y entró en los jesuitas una vez que acabó sus estudios universitarios. «Con espíritu de humildad, solicitó ser hermano, pero su superior le convenció de estudiar para sacerdote», revela Rochford. Brébeuf terminó aceptando y fue ordenado el 19 de febrero de 1622. Antes había dado clases en un colegio en Ruan —localidad donde en 2016 fue asesinado por yihadistas el padre Hamel—, centro que pasó a administrar una vez recibió las órdenes sagradas.

Dos años después decidió marcharse a la misión. Por aquel entonces, los franciscanos recoletos estaban pidiendo ayuda a otras congregaciones para la evangelización de los nativos del norte de América, y Brébeuf recogió el guante junto a otros cuatro compañeros jesuitas. Todos ellos llegaron a Quebec el 19 de octubre de 1625.

La primera misión del futuro santo fue con la tribu montagnais, y no tuvo contacto con los hurones hasta el verano. Estos llegaron a su zona para hacer trueques, y los jesuitas pidieron acompañarlos de vuelta a sus poblados. Los hurones, mucho más abiertos que sus coetáneos los iroqueses, aceptaron a todos salvo a Brébeuf, cuyas dimensiones corporales hacían imposible que pudiera viajar en las frágiles canoas huronas. La tribu solo reconsideró su decisión después de los múltiples regalos de los jesuitas y de hacer prometer a Juan que no se movería para que no desestabilizara la barca. Era el 26 de julio de 1626.

No hubo accidente y la comitiva llegó a su destino a finales de agosto. Los jesuitas fueron acogidos en Toanché, el poblado hurón donde residía el Clan del Oso. «Lo primero que hizo Brébeuf fue aprender la lengua, dedicando dos años a su estudio y al de las costumbres y creencias de aquella gente. Tenía facilidad para las lenguas y escribió una gramática del hurón, tradujo un catecismo y preparó un libro de construcciones verbales», detalla el biógrafo. Un campo, el de la inculturación, donde los jesuitas siempre han destacado. «No es una práctica exclusiva nuestra, sino de la Iglesia, pero es cierto que la Compañía nace como una orden misionera, altamente internacional, y el interés que tenemos por transmitir el Evangelio a las distintas culturas ha llevado a los jesuitas de todas las épocas al aprendizaje de lenguas». De hecho, «detrás de muchas de las primeras traducciones, diccionarios o gramáticas, hay jesuitas», explica el jesuita Jaime Tatay. San Juan de Brébeuf es un buen ejemplo de ello.

A pesar de su dominio de la lengua, el misionero francés no consiguió grandes avances evangelizadores entre los hurones. Los únicos que aceptaron el Bautismo hasta 1628 fueron algunos pocos moribundos. El trabajo, además, se vio interrumpido con la vuelta obligada de Brébeuf a Europa, motivada por la guerra entre Francia e Inglaterra. Una vez firmada la paz, el jesuita pudo volver a Canadá en mayo de 1633 y permaneció allí hasta su martirio, en marzo de 1649. Por la mañana trabajaba con los niños y por la noche con los adultos. Pasado el primer año, donde pudieron bautizar a doce personas, llegaron los frutos, aunque todos ellos producidos en personas al borde de la muerte. En estas circunstancias, los misioneros bautizaron a más de 1.000 personas, según Rochford.

Algunos nativos, sin embargo, acusaron a los jesuitas de propagar la viruela en 1636 en la zona —lo que sembró de muerte la nación hurona—, para conseguir conversiones. El 15 de marzo de 1640 un consejo de indígenas determinó que Brébeuf y el resto de sus compañeros debían morir. La sentencia no se pudo cumplir hasta 1649 porque, tras el señalamiento, Juan cambió de poblado y empezó a trabajar con otra tribu. De esta forma, la evangelización siguió su curso hasta que el sacerdote francés fue apresado por los indígenas iroqueses, que lo martirizaron de forma despiadada junto al jesuita Gabriel Lalemant. Así lo recoge su biografía: «Primero, los obligaron a correr desnudos por la nieve». Después, «pusieron al cuello de Brébeuf un collar de hachas al rojo vivo. Como no pedía clemencia, le cubrieron con resina y la prendieron fuego. Aún seguía animando a los cristianos a ser fuertes. Entonces, le cortaron la nariz y le introdujeron un hierro caliente por la garganta para hacerle callar. También vertieron agua hirviendo sobre su cabeza, le cortaron la cabellera, le cortaron los pies y, por último, le arrancaron el corazón».

Bio
  • Nace el 25 de marzo de 1593 en Normandía
  • El 19 de febrero de 1622 es ordenado sacerdote, aunque él primero pidió ser hermano lego
  • Llega a Quebec el 19 de octubre de 1625 para evangelizar a los hurones
  • Sufre el martirio en marzo de 1649