19 de mayo: san Pedro Celestino V, el primer Pontífice que renunció a la sede de Pedro
Él solo quería estar a solas con su Dios en los Abruzos, pero a Pedro del Morrone le hicieron Papa a su pesar. Renunció al pontificado después de intentar reformar la Curia, y al final acabó sus días en la soledad de un calabozo
Pedro del Morrone nació hacia 1209 en un lugar desconocido de la región de Molise, en la Italia meridional. Era el penúltimo de doce hermanos de una familia de agricultores. En 1230, atraído por la vida monástica, ingresó en el monasterio benedictino de Santa María in Faifoli, aunque pronto sintió una segunda llamada a la soledad y a la vida eremítica.
Con este fin se retiró a los Abruzos y, en el monte, Morrone habitó en una cueva, a la cual empezó a peregrinar la gente en busca de sus consejos y de sus oraciones. Debido a que su vida se iba poco a poco alejando de su intención original, en 1240 huyó a las montañas de Maiella, más al este y de más difícil acceso. Pero la afluencia de los que le buscaban continuó y, además, se fueron asentaron en los alrededores de su retiro otros ermitaños, iniciándose así una suerte de comunidad de eremitas que más adelante fueron conocidos como los celestinos.
Comenzó así para Pedro una época de fundaciones, que se materializaron en más de una treintena de iglesias y comunidades construidas gracias a numerosas donaciones. A los celestinos se les unían también familias de los alrededores, que sacaban adelante lo que hoy conoceríamos como una cooperativa agrícola, en una interesante misión compartida de índole espiritual y laboral que impulsó la economía de las zonas donde estaban presentes.
Las casas de los celestinos fueron mimadas por los obispos y cardenales de la época, que las dotaban de numerosos bienes, y a ellas concurrían también muchos peregrinos. El mismo Pedro visitaba asiduamente todas estas casas, y en 1275 presidió en Maiella el primer capítulo general de la congregación.
«Su incansable actividad y el constante aumento de sus propiedades demuestran que Pedro no era inexperto en las cosas del mundo, aunque en el centro de sus preocupaciones estaban principalmente los asuntos monásticos», afirma Peter Herde, su principal biógrafo. Sin embargo, «aún no había podido solucionar el conflicto entre la actividad destinada a dirigir sus monasterios y su deseo de soledad», añade.
En aquellos tiempos la sede de Pedro llevaba vacante 27 meses, porque tras la muerte de Nicolás IV, el 4 de abril de 1292, los cardenales habían sido incapaces de ponerse de acuerdo para la elección de un nuevo Papa. En julio de 1294, el nombre de Pedro de Morrone fue pronunciado por uno de ellos, y, finalmente, uno tras otro le fueron dando su voto. Cuando días después un emisario comunicó a Pedro de Morrone la decisión de los cardenales, entró en pánico. Le dijeron que si se negaba a aceptar estaría cometiendo un pecado mortal, y lo cierto es que acabó subiendo a la sede de Pedro, tomando el nombre de Celestino V.
Desde el principio se mostró como un Pontífice distinto: hizo la procesión de entrada en la Misa de su coronación a lomos de un burro, y lo primero que hizo fue llevar la sede pontificia a L’Aquila, en sus queridos Abruzos, y luego a Nápoles. En su breve pontificado nombró a doce cardenales, de los cuales solo cinco eran italianos y ninguno romano, lo cual fue interpretado como un insulto por el clero de Roma; además, cinco eran monjes, en un intento de dar un tono más espiritual al gobierno de la Iglesia.
La oposición y las intrigas en el seno de la Curia, junto a la sensación de haberse convertido en un títere del rey Carlos II de Anjou, le hicieron renunciar a la sede de Pedro en diciembre de 1294, tras solo cinco meses y nueve días de pontificado. «Yo, Celestino V, impulsado por razones legítimas, por la humildad y debilidad de mi cuerpo y la malicia de las personas, con el fin de recuperar la tranquilidad perdida, abandono libre y espontáneamente el pontificado y renuncio expresamente al trono, a la dignidad, al honor y al honor que ello conlleva», declaró entonces.
El nuevo Papa, Bonifacio VIII, le quiso tener bajo control para que no se produjera un cisma. Cuando Celestino V quiso refugiarse en su antigua celda del Morrone, los emisarios del Papa fueron a buscarlo y lo condujeron a un calabozo cerca de Roma, donde Bonifacio había devuelto la sede de Pedro. Allí falleció el santo Papa diez meses después, abandonado de todos y en soledad: en realidad, lo que él había buscado toda su vida.