Antes del definitivo cara a cara - Alfa y Omega

Antes del definitivo cara a cara

A las puertas de un noviembre dedicado a orar por los difuntos, y en vísperas de las celebraciones de Todos los Santos y Fieles Difuntos, el purgatorio se revela como una bendición que nos abre el camino hacia el cielo

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Detalle de Almas del purgatorio, de Alonso Cano. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Foto: Damian Entwistle

«No creo que me reencarne en una langosta, es lo bueno de ser católica. Yo me muero, un poco de purgatorio y al cielo»: con este desparpajo se despachaba hace pocos días en horario de máxima audiencia la celebrity Tamara Falcó ante el jurado de Masterchef. Su comentario ha llamado la atención tanto de la gente más alejada de la fe como de muchos que pisan la iglesia a menudo, porque la doctrina sobre el purgatorio parece haberse convertido en un asunto anacrónico y ya superado.

Para recordarla hay un lugar especial en la cristiandad, la iglesia del Sagrado Corazón del Sufragio, en Roma, ente el Vaticano y la plaza de España, a orillas del Tíber. A finales del siglo XIX solo había allí una capillita que sufrió un incendio espontáneo durante la Misa del 2 de julio de 1987. Tras apagar las llamas, apareció grabada en la pared la imagen de una figura humana de aspecto sufriente, que la piedad popular atribuyó enseguida a un alma del purgatorio. Posteriormente se levantó un templo de estilo neogótico que comenzó a albergar una colección de pruebas de todo el mundo relacionadas con este pilar de la doctrina católica sobre el más allá, sobre todo objetos como libros y prendas en los que ha quedado impresa una huella carbonizada de algún difunto que ruega a los vivos oraciones para llegar al cielo.

San Gregorio ofrece una Misa por las almas del purgatorio, talla de Luigi Capponi (siglo XV). San Gregorio Magno, Roma. Foto: Lawrence OP

No es un castigo

Esto, que a primera vista puede parecer extraño, es dogma de fe y ejemplo de sentido común. Para Gabino Uríbarri, profesor de Teología de la Universidad de Comillas y autor de La escatología cristiana en los albores del siglo XXI, el purgatorio «forma parte de la doctrina de la gracia», pues postula que «la comunión plena con Dios es incompatible con la presencia del pecado», por lo que si en un difunto hay elementos de pecado «estos deben purificarse».

Este proceso «tiene un aspecto doloroso, porque uno ve el mal que ha hecho en su vida con mayor claridad, ve la negrura del pecado y cómo ha formado parte de su identidad», pero «de ningún modo es un castigo», porque «Dios no quiere causarnos dolor, sino que estemos en plena comunión con Él».

Si cuanto más se acerca uno a la luz más capaz es de ver su realidad y su pecado, así sucede cuando uno se va acercando al que es la Luz y la Vida. «Salir de la droga es un proceso doloroso, y este proceso incluye el dolor que causa reconocer el mal que uno ha hecho y que durante mucho tiempo ha formado parte de su identidad», dice Uríbarri.

Asimismo, este proceso «forma parte del amor de Dios, que quiere que estemos en comunión con Él. Es como si te preparas para una fiesta: tienes que entrar bien vestido, como explica la parábola. El purgatorio es empezar a vestirse de fiesta para el encuentro definitivo con Dios».

Purgatorio. Mural en Borimsa, Corea del Sur. Foto: L’Osservatore Romano

Una obra de misericordia

«El purgatorio es una bendición», atestigua María Vallejo Nágera, autora de Entre el cielo y la tierra. Historias curiosas sobre el purgatorio, que ya va por la vigésimo quinta edición. «La Iglesia habla de las benditas almas del purgatorio. Son benditas porque ya se han salvado, no van al infierno, pero sí sufren por no estar todavía a los pies del trono de Dios».

María, que en los últimos años ha hablado en parroquias de todo el mundo sobre este tema, afirma que lo que caracteriza al purgatorio es «la autocomprensión del alma por lo que ha hecho en vida y que, aunque se haya confesado, no puede reparar. Dios no manda a nadie al purgatorio ni castiga a nadie. Simplemente, uno descubre en su juicio particular, cara a cara con Él, su propia miseria y el dolor que haya podido dejar en la tierra».

De ahí que el difunto «se exilia en un estadio intermedio ante la vergüenza de sus pecados. Y de ahí no puede salir por sus propios méritos, sino que poco a poco va entrando en el cielo conforme los vivos van rezando por él». No en vano, orar por los difuntos es una de las obras de misericordia espirituales.

Por eso, subraya la actualidad plena de la oración por las almas que están pasando por ese proceso. «Hoy los funerales se han convertido muchas veces en un acto social en el que consolar a los familiares –lamenta–, pero debería ser bastante más. Lo más importante son las oraciones y sufragios por parte de los vivos: algo de ayuno, oración, algún sacrificio sencillo de la vida cotidiana…, porque la comunión de los santos entre la Iglesia militante y la Iglesia purgante es eficaz y necesaria».

¿Y para los que quedamos aquí? «Es importante tener la vela encendida –dice María Vallejo Nágera–, cuidar mucho la oración y los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía, porque no sabemos cuándo va a venir el Señor a buscarnos. Tenemos que vivir preparados para entrar en el lugar que nos ha preparado con tanto amor: el cielo».