Héroes que no deberían serlo - Alfa y Omega

Héroes que no deberían serlo

«Que un niño duerma en la calle es inmoral, con papeles o sin papeles»: la indignación ante la situación de calle de personas sin hogar y de refugiados ha llevado a muchos vecinos a dar un paso adelante y prestar su ayuda, su calor e incluso sus casas. Los madrileños se están volcando, «pero no somos héroes, es la Administración la que tiene que ocuparse de estas personas»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Foto: Guillermo Navarro

Madrid. Finales de septiembre. Una vecina se encuentra en la estación de Metro de Méndez Álvaro a un hombre parapléjico en silla de ruedas. Lleva cuatro días malcomiendo, sin ducharse, con dolores y heridas en el cuerpo por falta de movilidad y de cuidados. Llegó a la península en patera y dos compañeros tuvieron que transportarle para llegar a la playa. La vecina llama al Samur Social, el servicio de emergencias del Ayuntamiento de Madrid, pero le dicen que los recursos están llenos y le entregan una lista de albergues, hostales y pensiones baratas en Madrid. Finalmente, la mujer decide pagarle la cena y la cama en una pensión.

Es solo uno de los ejemplos de cómo los vecinos de Madrid se están volcando con las personas sin hogar y con los solicitantes de asilo que están llegando a la capital. Pero hay muchos más: una familia con dos niños que está acogiendo a un matrimonio colombiano en su casa; una mujer que también está alojando a un matrimonio peruano; un vecino que no puede acoger en casa pero que está pagando la pensión a una familia… El caso más llamativo es el de un matrimonio sin apenas recursos, y él sin papeles, que ha abierto su hogar a dos parejas de solicitantes de asilo.

Las asociaciones que trabajan a pie de calle reconocen que la situación está llegando al límite. En la iglesia de San Antón, el padre Ángel ha colocado varios colchones en su propio despacho para que algunos puedan pasar la noche, y desde Canal Migrantes reconocen que, «en las últimas semanas, se han incrementado los casos de situación de calle» pero que «ya hemos agotado la caja de apoyo para transporte y trámites, y tenemos todas nuestras casas de activistas llenas acogiendo a estas personas».

Un miembro de la Red Solidaria Latina-Carabanchel explica que, a pesar de que hay un nutrido grupo de particulares que han tomado la iniciativa, «no se trata de ensalzarlos como héroes», sino que «vivimos una situación que no debe producirse, que cada día hay mucha gente agolpándose en la puerta del Samur Social», y que ante la descoordinación de las administraciones «somos los ciudadanos lo que tenemos que hacernos cargo de una situación que en realidad no deberíamos afrontar».

«Estas noches están durmiendo en la calle en Madrid familias con niños –contaba hace pocos días el vicario para el Desarrollo Humano Integral de Madrid, José Luis Segovia–, entre ellos un niño con parálisis cerebral y su madre, que han estado durante días en la calle. Es algo que no había visto en mi vida». Se trata de un fenómeno manejable para las instituciones, por lo que «canta escandalosamente en este asunto la falta de coordinación entre las administraciones local, autonómica y estatal», denunciaba.

«Me niego a normalizar esta situación»

Sandra es una vecina cuyo balcón se asoma directamente a la sede del Samur Social de Madrid, y desde allí lleva viendo desde este verano cómo ha ido aumentando el trasiego sobre todo de adultos con menores a cargo. En septiembre vio como a las diez de la noche el Samur cerraba sus puertas y se quedaba en la calle una familia marroquí con tres niños menores de 10 años. «Yo tengo niños pequeños y me negué a aceptar esa escena –recuerda–, así que bajé a ver cómo podía ayudar. Nos entendimos por el traductor de Google, les bajé la cena y algunas mantas, y al final los acompañé a la iglesia de San Antón».

Para Sandra, «que un niño duerma en la calle es inmoral, con papeles o sin papeles. Llevo toda mi vida viviendo en el centro de Madrid y he visto de todo, pero nunca había visto niños pequeños teniendo que dormir en la calle. Me parece inadmisible en una ciudad del primer mundo. Me niego como ciudadana y como madre a normalizar esta situación».

Vecinos ofrecen estos días ropa y comida a las personas agolpadas a la puerta del Samur Social de Madrid. Foto: Guillermo Navarro

Sandra ha sido testigo en los últimos meses de cómo ha aumentado la implicación de las asociaciones solidarias y de los propios vecinos. «Esto ha ido a más, y cada vez ha habido más familias que han ofrecido su ayuda. Bajamos cenas, desayunos, mantas… Yo he bajado ropa de mis hijos, comida… Se me caen las lágrimas de ver esta situación».

Además, cree que el Ayuntamiento, la Comunidad de Madrid y el Gobierno «se están pasando la pelota», y que «si las tres mayores administraciones de España por volumen demográfico no pueden impedir que un niño de 3 años duerma en la calle entonces somos un fracaso como sociedad. Y eso que afortunadamente no hablamos de miles de niños, sino solo de unos cuantos».

Al margen de la política

A Sandra le han contado que «en Barajas solicitan asilo y les dan directamente la dirección del Samur Social, pero están desbordados. Entre el aeropuerto y mi barrio hay una cadena que se rompe por la mitad, y que está llevando a muchos a dormir en la calle o en un parque. La situación es agónica. No puedo entender que no haya un plan para asistir a familias a las que se les empieza a tramitar la solicitud de asilo. No creo que nadie abandone su país por gusto, vienen de situaciones extremas».

«En mi entorno hay colaboración con estas personas –continúa–, pero también es verdad que hay gente a la que esto le provoca rechazo. La acera de enfrente de mi casa es como un albergue exterior con colchones. Pero creo que nadie, al margen de sus opiniones políticas, quiere ver un niño en la calle. Es un básico de humanidad. Opinar sobre las fronteras es una cosa, pero esto despierta la solidaridad de todo el mundo. La reacción humanitaria ha sido inmediata. ¿Cómo no va a ser así? Uno al final solo quiere ayudar en lo que puede».

La Campaña del Frío, amenazada

La Campaña del Frío, que suele comenzar en Madrid a finales de noviembre, está pendiente de un hilo por el desbordamiento que viven los recursos del Ayuntamiento. Ante el aumento de la demanda, el centro de acogida de emergencia del Pozo del Tío Raimundo–reservado cada año para esta campaña– adelantó su apertura hace unas semanas y en tres días vio llenarse sus 130 plazas.

Hace unos días, el Consistorio y el Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social se pusieron de acuerdo para crear nuevos espacios y acoger a 1.350 personas. Se ofrecieron seis locales pero, según las asociaciones a pie de calle, dos de ellos, en el recinto ferial de la Casa de Campo, están en ruinas. Otros dos son colegios no ocupados, en Latina y en Moratalaz, pero todavía no tienen el informe que permita su habitabilidad. Y otro de ellos está situado en Cercedilla, a 60 kilómetros de Madrid, lo que plantea numerosos problemas logísticos a la hora de hacer los trámites necesarios para la regularización administrativa de estas personas. Solo queda el pabellón de la Cruz Roja en la Casa de Campo, que podrá ofrecer 85 plazas, lo que sumado a las 200 del albergue de Cercedilla da un total de casi 300 plazas, muy lejos de las 1.350 que prometían Ayuntamiento y ministerio. Y mientras tanto, la temperatura de las noches de Madrid sigue bajando.