Profética, servidora y en salida - Alfa y Omega

Concluyó en Roma la Asamblea del Sínodo de la Amazonía, aunque el verdadero desafío de «caminar juntos», sin miedo, comienza ahora en el territorio concreto. Fueron tres semanas muy intensas, dentro y fuera del Aula Sinodal. Antes de eso, durante el último año y medio, habían tenido lugar más de 260 asambleas locales y encuentros de escucha y preparación al Sínodo. Y esto hace del Sínodo de la Amazonía un evento singular: la reflexión partió de las comunidades de base y de los pueblos de la región.

La presencia de representantes indígenas en Roma no ha pasado desapercibida. Ellos han marcado con su palabra. Una palabra de clamor por la devastación de sus territorios, pero también de resistencia y de llamada a «caminar juntos». Y caminar juntos exige reconocernos y dialogar con la profunda experiencia de lo sagrado que estos pueblos demuestran. «Primero, nuestra espiritualidad: sin ella no podremos valorar nuestra floresta, nuestra riqueza, nuestra cultura» decía Santiago, de un pueblo indígena del Perú.

Durante el Sínodo se celebró también una Misa especial en las catacumbas de Domitila. Este no era un hecho menor. En los últimos días del Concilio Vaticano II, en 1965, un grupo de 42 obispos celebraron en este mismo lugar y sellaron un Pacto por una Iglesia Pobre y Servidora, que quedó conocido como el Pacto de las Catacumbas y marcó a la Iglesia en los años siguientes, principalmente en América Latina. Ahora, 54 años después, un grupo de unas 200 personas se reunió en las mismas catacumbas para firmar un nuevo Pacto en Defensa de la Casa Común.

A pesar de que el Sínodo levantó recelos en algunos sectores más conservadores de la Iglesia –como viene siendo común en los últimos años– lo cierto es que este Sínodo confirma a muchos y preocupa a pocos. Confirma la opción preferencial por los pobres y la determinación de una Iglesia en salida, que no quiere ser autorreferencial, sino que quiere ponerse en diálogo con otros; confirma la determinación de proteger la vida, los territorios, los derechos de los pueblos y la casa común a través de una Iglesia de base, presente en las comunidades, con fuerte protagonismo de los laicos y de la mujer. Confirma y lo hace todo nuevo; sin miedos, sin recelos, avanzando hacia aguas más profundas, mucho más profundas.