«Paz y bien», exclama la hermana Leo cuando responde al teléfono, porque es eso lo que se respira en el convento de Santa Verónica, en Algezares, al sur de la capital murciana, a los pies de la sierra de la Cresta del Gallo.
Entre diminutivo y diminutivo propios de la peculiar habla murciana, la hermana Leo explica que el convento es una fundación de 1529, resultado del testamento de Isabel Ruiz de Alarcón, una de las familias más importantes de la zona en aquella época, que quiso que el edificio fuera la sede de un beaterio encomendado a la tercera orden franciscana.
Con el paso de los siglos, la comunidad tuvo que dejar el convento varias veces por los avatares de la política liberal del siglo XIX y por la persecución religiosa de los años 30 del siglo pasado. Más recientemente, en 1957, deciden ahondar en su carisma y unirse a la orden de Hermanas Pobres fundada por santa Clara, cuya regla asumirían como propia en los años 60.
«Más que clarisas, nuestro nombre es hermanas pobres», explica la hermana Leo. «Santa Clara no quiso fundar nada, sino seguir a Jesucristo según el estilo de san Francisco, y para ello adaptó el carisma de la rama masculina a la femenina», y para ello contó con cuatro pilares: la contemplación, la fraternidad, la pobreza y la misión.
«Todos son importantes, y no hay ninguno por encima de otro», aclara la hermana Leo. El primero es «vivir buscando siempre el rostro de Dios, mirar continuamente al Señor, y por eso organizamos nuestra vida en torno a la liturgia de las horas». Sobre el segundo, explica que «a nosotras nos gusta que nos llamen hermanas. La palabra monja alude a una mujer que vive sola, pero nosotras somos hermanas entre nosotras y después entre todos los hombres, hijas de un mismo Padre», y por eso todo lo hacen en común: el trabajo, la recreación, la comida… «El mismo tiempo que dedicamos a la oración lo dedicamos a la fraternidad, porque así disfrutamos de la familia que Dios nos ha regalado».
A la pobreza, las hermanas la llaman «vivir sin propio», y consiste en «trabajar con nuestras propias manos para no ser gravoso a nadie». «Eso es muy difícil para la vida contemplativa, por eso nos dedicamos al trabajo manual: velas de Adviento para las casas y familias [se pueden encargar por WhatsApp, escribiendo al 669 063 703], cirios pascuales… Antes trabajábamos la encuadernación pero ahora es todo ya digital…», lamenta. Los cordiales son «el único dulce que hacemos por Navidad, para nosotras y también para los que nos visitan. Los ponemos en el locutorio y celebramos juntos que ha nacido Dios».
En el convento llevan una vida muy austera: «casi no compramos comida y vivimos de lo que nos dan y del banco de alimentos», pero eso no les impide cumplir su deseo de «compartir lo que tenemos con los pobres», y por eso tienen apadrinados desde la clausura a una docena de niños africanos: «Es una manera de ayudarlos y trabajamos para ellos. De vez en cuando nos escriben y mandan dibujos, y es muy bonito porque los vemos crecer».
Por último, su misión, «que no es solo rezar, que lo hacemos, sino también acompañar a la gente a que se encuentre con Dios: chicas, chicos, matrimonios que vienen a contarnos cómo están, sus problemas y gozos». «Escuchamos mucho y de esta manera llevamos a cabo nuestra maternidad. Hacemos tres encuentros al año con chicas a las que ayudamos a encontrarse con Dios. Una entró al convento, otras están en otros carismas, otras se han casado…, y siempre es muy bonito ver cómo Dios va tocando los corazones». «Nuestro jefe es Dios y trabajamos para el Reino de los Cielos», dice sor Leo al acabar de explicar la vida de la comunidad, «y si Él no descansa, nosotras tampoco», ríe.
F. O. / J. L. V. D.-M.
Pinche aquí para descargar la receta en PDF
Pinche aquí para ver todas las recetas de Entre pucheros también anda el Señor
Ingredientes
- Un kilo de almendras crudas molidas
- 400 gramos de azúcar
- Cuatro o cinco huevos
- Un bote de 500 gramos de cabello de ángel
- Obleas blancas
Preparación
En un recipiente se ponen las almendras molidas, los huevos, el azúcar y el cabello de ángel. Se mezclan bien y, cuando ya están bien integrados todos los ingredientes, se cogen pequeñas bolas de masa a la que se les da forma y se las va colocando sobre una bandeja de horno donde previamente se han colocado las obleas como base. Se espolvorea cada uno con un poco de azúcar y canela. El horno se pone a 180º C de temperatura y, el tiempo de cocción, entre 20 y 30 minutos. Se deja enfriar y se van separando los cordiales rompiendo las obleas.