Beato Alfredo Cremonesi, mártir de la violencia étnica en Birmania - Alfa y Omega

Beato Alfredo Cremonesi, mártir de la violencia étnica en Birmania

El italiano Alfredo Cremonesi gastó gran parte de sus 28 años en Birmania evangelizando a la etnia karen. «Son mucho más fervorosos que muchos de nuestros católicos en Europa», escribía. «Ver a las almas convertirse: un milagro más grande que cualquier milagro». Murió mártir en 1953 en un conflicto tribal que continúa hasta hoy

Redacción
Beatificación en Crema del beato Cremonesi. Foto: AsiaNews

Ser misionero y dejar Italia para no volver era el sueño de Alfredo Cremonesi (1902-1953), beatificado en su Crema natal este sábado, víspera del Domund, por el cardenal Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Hijo de una familia de fuertes convicciones cristianas, su adolescencia estuvo marcada por la mala salud. De hecho, durante los primeros años en el seminario su sueño de evangelizar tierras lejanas parecía imposible. Devoto de santa Teresa de Lisieux, le pidió que lo curara para poder seguir esa llamada acuciante que sentía.

Fue así como, sin explicación médica, comenzó a mejorar y fue ordenado sacerdote en 1924, con licencia especial pues no alcanzaba la edad mínima para el sacerdocio. Un año después, con un «nos veremos en el paraíso», se despidió de los suyos y se embarcó rumbó a Birmania.

«Los misioneros de la época no volvieron, o si lo hicieron fue después de muchos años —recordó el cardenal Becciu durante la beatificación—. ¡Eran hombres de Dios, gente que creía! ¡Habían dado sus vidas para difundir el Evangelio! Así que, si en África o Asia o en cualquier otro lugar tenemos cristianos, se lo debemos al sacrificio de estos hombres generosos».

«Ver a las almas convertirse, el milagro más grande»

Una vez en la actual Myanmar, trabajó incesantemente, sin dejarse arredrar por el cansancio y las enfermedades, para predicar el Evangelio entre la etnia karen, cuyos miembros vivían muy desperdigados entre la selva y las montañas. Algunos poblados eran ya cristianos. De hecho, los karen son hoy la minoría con mayor porcentaje de cristianos del país, un 15 %. En otros, el apostolado del misionero italiano no tuvo gran éxito. Fue en torno a la aldea de Donoku donde su labor dio más frutos, con la conversión de algunos grupos y la formación de catequistas indígenas, especialmente eficaces por su fervor.

En una carta, Cremonesi escribió que sus fieles, «bautizados hace tan solo dos o tres años, son mucho más fervorosos que muchos de nuestros católicos en Europa». Y destacaba cómo en sus aldeas «muestran la belleza de nuestra fe; mantienen unido al pueblo, resuelven sus problemas cotidianos y conquistan, con su ejemplo, a nuevos paganos».

A pesar de la satisfacción que traslucen estas palabras, no hay en ellas orgullo. El padre Alfredo era consciente de que «los misioneros no somos nada. La nuestra es la obra más misteriosa y maravillosa. Ver a las almas convertirse: un milagro más grande que cualquier milagro».

Se desata la violencia

Con el estallido de la II Guerra Mundial, a las dificultades propias de la misión se sumaron otras. La persecución primero de los británicos (al ser súbdito de la enemiga Italia) y después de los japoneses que invadieron la región lo obligaron a desplazarse a zonas más remotas y a vivir temporadas escondido en el bosque comiendo solo hierbas y raíces.

Precisamente a manos de los japoneses vivió un primer momento de peligro, cuando lo dejaron toda una noche atado a un árbol. Nunca entendió por qué a la mañana siguiente lo habían puesto en libertad, pero lo atribuyó a la providencia divina, como un signo para que continuara su labor.

Intentó hacerlo volviendo a Donoku tras el fin de la guerra. Pero la tranquilidad duró poco. En 1948, tras la independencia de Birmania, grupos rebeldes karen se alzaron contra el nuevo Gobierno, formado sobre todo por la mayoría de etnia birmana. Comenzó así un conflicto de guerra de guerrillas que se prolonga hasta la actualidad.

El 7 de febrero de 1953, soldados del Gobierno llegaron a Donoku. Sospechaban que la aldea apoyaba a los rebeldes. El padre Alfredo los tranquilizó en un primer momento, pero inmediatamente después, al salir del poblado, los militares cayeron en una emboscada, de la que culparon al sacerdote. Furiosos, volvieron atrás y dispararon contra el misionero y contra el líder de la comunidad. Acto seguido, profanaron la iglesia y prendieron fuego a la aldea. Después, al comprobar que Cremonesi seguía vivo, le remataron disparándole a bocajarro en la cara.

Sus fieles lo consideraron un mártir desde el primer momento. De hecho, en cuanto pudieron volver a su aldea, le recortaron fragmentos de barba y ropa ensangrentada para guardar como reliquia, y para mandar a sus familiares en Italia.