«La pornografía es la antesala de la prostitución y de la trata» - Alfa y Omega

«La pornografía es la antesala de la prostitución y de la trata»

«Hay una correlación muy grande y directa entre el volumen de pornografía y el incremento de la demanda de trata de personas con fines de explotación sexual», afirma Luis Manuel Martínez Domínguez, investigador de la Universidad Rey Juan Carlos y director del Observatorio de Responsabilidad Social Educativa, que acaba de organizar recientemente la I Jornada sobre Porno, trata y educación en la URJC

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Foto: Pixabay

Martínez Domínguez habla con Alfa y Omega con ocasión del Día Europeo contra la Trata de Personas, 18 de octubre, y señala que «si hay más trata con fines sexuales es porque hay más consumo de pornografía». Para el profesor de la URJC, la pornografía es «una lacra» que afecta en primer lugar a las mujeres que ejercen la prostitución: «estas chicas son las primeras en decir que el porno les está haciendo cada vez más daño. Los hombres que pagan por el sexo tienen la empatía atrofiada por la pornografía y piden repetir con ellas lo que ven en los videos, conductas cada vez más violentas. Existen estudios en los que se afirma que el 49 % de chicas que ejercen la prostitución dijo que se hizo pornografía con ellas mientras estaban en la prostitución y el 47 % estaban molestas por ser obligadas a hacer lo que sus pagadores habían visto anteriormente en la pornografía». También son muchos los compradores de sexo que graban sus actos con chicas prostituidas para mostrarlo como trofeo a sus colegas e incluso subirlo a la red.

Martínez Domínguez tiene claro que detrás de la industria de la pornografía están las mafias de la trata, que «claramente la fomentan y la financian», porque «la industria del sexo es una unidad: pornografía, trata de personas, turismo sexual…, todo esto son ramas del mismo negocio», e incluye también lo que llama «la pornificación de la cultura», que tiene en el punto de mira a los niños, «los futuros consumidores».

Así, señala que la pornografía es «la pedagogía de la prostitución», y que si de verdad se desea terminar con el tráfico de personas para la explotación sexual «hay que abordar en serio el impacto de la pornografía en los menores».

De este modo desvela que «un estudio que hicimos entre docentes y familias destacó cómo la pornografía era vista por los docentes actuales y padres como el tabaco, algo que educativamente habría que mostrar como negativo y que es mejor evitárselo a las nuevas generaciones. Sin embargo, los jóvenes que se están formando como maestros ven la pornografía como el alcohol, algo que se debe enseñar a consumir con moderación».

Para Martínez Domínguez, este fenómeno se debe a que «los niños desde muy pequeños ven una televisión que está pornificada. El niño ve contenidos que le empobrecen, y se ha perdido la sensibilidad de los padres para no poner en manos de los niños contenidos que no pueden gestionar: videoclips generalmente erotizados, noticias y redes sociales con imágenes cada vez explícitas, videojuegos en los que los niños juegan a entrar en burdeles o participan en una violación, tipos de bailes sensuales… Y otra cosa que hace mucho daño es Instagram, que es la más erótica de las redes sociales y es la que más atrae a niños y jóvenes».

Algunas soluciones

La solución a este problema que al final sirve al enriquecimiento de las mafias tiene una dimensión cultural, que pasa por ejemplo por «no considerar la prostitución como trabajo sexual sino como explotación sexual; comprar sexo es ya una forma de violencia».

Pero buena parte de la responsabilidad la tienen los padres, a quien Martínez Domínguez da varias pautas: fomentar una comunicación abierta y frecuente que haga aflorar preguntas y conversaciones de apoyo, en lugar de reprender o avergonzar; ser conscientes y concienciar de los daños de las imágenes hipersexualizadas y la pornografía en el desarrollo emocional, cognitivo y sexual de niños y adolescentes; comprender y hacer comprender cómo el porno da forma e influye en la cultura; y restringir el acceso de los adolescentes a medios hipersexualizados y a la pornografía, ofreciendo alternativas más ricas y orientándoles hacia amistades saludables y actividades que cultiven comunidades de iguales que ayuden a crecer.

Otro actor imprescindible lo constituyen las administraciones: «igual que se han hecho campañas sobre el tabaco o los accidentes de tráfico que han sido efectivas, se podría hacer lo mismo con la pornografía», afirma. «Esto no es censurar, es informar sobre un fenómeno que genera una hipersexualización egocéntrica, violenta, sin empatía y muy machista», explica». «Ya no es una cuestión de moral o ideología sino un problema de salud pública en la todos: los de izquierda, los de derecha, los de centro… Todos debemos estar unidos porque esto es un atentado contra los derechos humanos de muchas mujeres y un daño constatado para el sano desarrollo de los menores». Además, denuncia que «en todo el mundo está creciendo la conciencia de todo esto… salvo en España», donde es «un fenómeno que no acaba de destaparse».