Cardenal Osoro, en el Mes Misionero Extraordinario: «Tenemos que hacer una pastoral de la alegría» - Alfa y Omega

Cardenal Osoro, en el Mes Misionero Extraordinario: «Tenemos que hacer una pastoral de la alegría»

«La verdadera alegría la tenemos que encontrar en la alegría de ser la Iglesia de Jesucristo», porque «es a la Iglesia a la que el Señor le ha regalado su misión», ha dicho el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, el miércoles en la catedral de la Almudena, dentro de las actividades organizadas por la Delegación Episcopal de Misiones para el Mes Misionero Extraordinario

Carlos González García
Foto: Archimadrid/Carlos González

Al atardecer del miércoles, la Sala Capitular de la catedral acogió este encuentro con el título Bautizados y enviados. Acompañado por Manuel Cuervo, delegado episcopal de Misiones, por Jorge Ávila y por el padre Ángel Camino, vicarios de la VI y la VIII respectivamente, el purpurado desarrolló su ponencia en torno a la verdadera alegría, «la que supera el fenómeno del decaimiento, el hastío, el tedio, el derrotismo, la melancolía y el desengaño de la vida…».

«Lo nuestro es la alegría porque tenemos a Dios», destacó el cardenal, poniendo en los ojos de los presentes toda la pasión que le amparaba. «Tenemos que hacer una pastoral de la alegría, con bautizados que tengan alegría». Una hoja de ruta que tropieza, con todas sus fuerzas, con la ruptura voluntaria del vivir… «El número de jóvenes que intenta suicidarse es terrible, y la forma más trágica de hartura es el suicidio», aseveró, con tristeza, el pastor de la Iglesia que camina en Madrid. «Y la Iglesia enseña que solo Dios es Señor de la vida y de la muerte».

La acedía es la tristeza del alma, «una enfermedad mortal», un rincón donde el corazón no encuentra razones para latir en paz. Y en ese paraje, confesó el purpurado, «el hastío contra el primer mandamiento, que es el amor, convierte la acedía en uno de los pecados capitales». La persona, «al perder a Dios, se pierde a sí misma; y mientras no tengamos a Dios presente en nuestra vida, no llegaremos a vivir una vida verdadera».

«La Iglesia tiene que hacerse misionera y salir de sí misma»

Con una invitación clara, la de «vivir alegres en la esperanza», el cardenal propuso a los presentes «retomar» la vida cristiana. Siempre con Dios en el centro, pues «Él tiene en sus manos los hilos del mundo y de la historia, y sus manos son buenas».

Y en el corazón de sus palabras, un solo camino, que se hace verdad en el encuentro íntimo con Dios: «La radicalidad de la alegría del Evangelio es de todos los cristianos». Una identidad con una misión clara, que encuentra su sentido en la mirada entregada de Jesús de Nazaret: «La Iglesia tiene que hacerse misionera y salir de sí misma». Sin miedo, «abriendo el corazón a todos los hombres y a todas sus situaciones, estando junto a ellos». Y también mediante el Bautismo, donde el Señor «nos da la vida plena».

Salir a la misión, y hacerlo en familia, «todos juntos, y no unos pocos». Y «así tiene que ser la iglesia». El lema Bautizados y enviados «es el don de todo bautizado, unidos en Cristo, anunciando el Evangelio». Por tanto, incidió el cardenal, «tenemos que salir a buscar a la gente, y decir: ¿qué quieres que haga por ti?». Sin descartes, en familia, sin olvidar el desafío que Dios pone en las manos de los creyentes… «La familia es un desafío, el desafío de volver a poner en el centro a Jesús».

Al modo y a la manera de María

Lo nuestro «es llevar la alegría de alguien que se siente querido por un Dios que salva, da amor, da entrega, da servicio, da amistad y da vista a quien no la tiene». Esta es «la gran tarea» que tenemos entre manos, en estos momentos de la historia y de nuestra vida. «El cristiano lleva la vida a todos los hombres, en todos los lugares, circunstancias y momentos».

Finalmente, reveló que «no podemos separar bautizados y enviados». Y «este año, en la Delegación de Misiones habrá mucho trabajo, siendo misioneros aquí y fuera», para que la misión «se realice con todas las consecuencias».

El prelado quiso recordar, también, y de manera especial, a María. «Un discípulo misionero, como María, pone siempre en manos de Jesús su vida y la de los demás». A su modo y a su manera, «aprendamos de Ella viviendo en la alegría, sabiendo que nada es imposible para quien se fía y se entrega a Dios», concluyó.