«La Madre Tierra no es nuestra despensa» - Alfa y Omega

«La Madre Tierra no es nuestra despensa»

«Han surgido desde el inicio de la convocatoria de este Sínodo distintas voces discordantes», reconoce a Alfa y Omega el cardenal peruano Pedro Barreto, uno de los tres presidentes delegados de la asamblea que se celebra hasta 27 de octubre en Roma. «Hay que respetar estas advertencias, pero con este Sínodo el único interés de la Iglesia y del Papa es resaltar la dignidad del hombre, sus derechos y sus responsabilidades ante el medio ambiente, que es la creación de Dios»

Victoria Isabel Cardiel C.
Representantes indígenas junto a obispos, saliendo del aula sinodal del Vaticano. Foto: CNS

Diálogo franco, sin cortapisas y estrictamente confidencial. Esa es la única consigna que impulsa los trabajos del Sínodo de la Amazonía. Más de 180 obispos, teólogos, misioneros, religiosos, pero también economistas, expertos en cambio climático y hasta 17 jefes de pueblos indígenas posan su mirada en un territorio vital, pero muy amenazado. En el centro de los debates, más de siete millones de kilómetros cuadrados que pasan por nueve países, en los que sus habitantes son asediados por la avaricia de la destrucción extractivista y condenados a un futuro sin perspectivas. Son los arrabales del mundo, donde no abundan ni el pan, ni la justicia, y que el Vaticano ha situado en el centro durante tres semanas.

«Hemos escuchado las urgencias, las necesidades y las esperanzas de los pueblos indígenas y desde esas realidades debemos ver qué es lo que Dios nos llama a realizar y el modo en el que tenemos que realizarlo. No debemos tener miedo a abrir nuevos caminos de evangelización: esto es lo que el Sínodo nos plantea», señala el cardenal Pedro Barreto Jimeno. El arzobispo de Huancayo (Perú) es una de las voces más autorizadas de la reunión eclesial, ya que conoce de cerca los peligros que acechan la selva amazónica como la tala indiscriminada de los bosques o la extracción ilegal de oro.

El cardenal Barreto habla con el Papa Francisco, en el aula sinodal del Vaticano. Foto: CNS

El presidente delegado del Sínodo, junto a los cardenales Baltazar Porras y João Braz, ve en los pueblos originarios a «los artífices de la gran riqueza de la biodiversidad del bioma amazónico». «Con su sabiduría ancestral protegen la Casa Común y esperan de nosotros una respuesta para ayudarles en este cuidado de la vida y de la tierra», señala.

El también vicepresidente de la Red Eclesial Panamazónica –una iniciativa revolucionaria en la Iglesia que coordina distintas acciones para la preservación de la selva– concentra la esencia de los trabajos sinodales en un solo concepto: ecología integral. Este es uno de los pilares del pontificado de Francisco a quien conoce desde hace años y quien lo designó para formar parte del colegio cardenalicio. «Es un gran desafío para toda la humanidad, creyentes y no creyentes. El cambio climático está causado por la actitud irracional de la explotación de los recursos naturales y como Iglesia tenemos que frenar la tendencia depredatoria que este sistema tecnocrático nos está indicando», apunta.

Mientras la cita eclesial visibiliza los estigmas del pueblo amazónico, acechado por los fuegos, la deforestación y los intereses económicos de grandes empresas, una minoría –muy ruidosa– pretende emborronarlo todo. Su opinión está representada en los bancos del Aula Pablo VI, donde tienen lugar las reuniones de trabajo, lo que confirma el ambiente de libertad que se respira dentro. «Han surgido desde el inicio de la convocatoria de este Sínodo distintas voces discordantes que manifiestan desde el punto de vista doctrinal, político y social sus pareceres. Hay que respetar estas advertencias que nos hacen, pero con este Sínodo el único interés de la Iglesia y del Papa es resaltar la dignidad del hombre, sus derechos y sus responsabilidades ante el medio ambiente, que es la creación de Dios. No podemos mirar a la tierra como una especie de despensa de recursos naturales para intereses económicos. Tenemos que ser enfáticos en que tenemos que servir a la Madre Tierra», apunta Barreto.

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Mujeres que suman

«Cuando nos piden a Cristo, se lo damos, pero desde el diálogo intercultural», dice la religiosa valenciana Eugenia Lloris, misionera entre las comunidades indígenas de la Amazonía, las cuales simultáneamente «toman conciencia de sus derechos a través del Evangelio».

La hermana Daniela Cannavina, secretaria general de la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosos (CLAR) –una red que nació hace más de 60 años para coordinar a las 22 conferencias nacionales de religiosos del continente americano– es una de las 35 mujeres que participan en el Sínodo: dos invitadas especiales, cuatro expertas (dos de ellas, monjas), y 29 auditoras (18 monjas).

Daniela Cannavina. Foto: Daniela Cannavina

Juntas suman la presencia femenina más amplia que jamás ha tenido una reunión de obispos en la historia de la Iglesia, aunque, por el momento, el derecho a votar el documento final queda reservado en exclusiva a los obispos. «Es un logro poder sumar nuestra voz. Es hermoso que podamos hablar sobre cómo nos sentimos las mujeres en la Iglesia. Estamos dialogando con libertad con los pastores, y nos sentimos escuchadas. Tenemos amplia participación en las intervenciones», explica.

Sobre la mesa del Sínodo está precisamente el papel de la mujer en la Iglesia católica. El instrumentum laboris, el documento que guía los trabajos del Sínodo, reconoce que «en el campo eclesial la presencia femenina en las comunidades no es siempre valorada», y propone que tengan garantizado su liderazgo. «No se entiende la Amazonía sin las mujeres. Es imposible –señala Cannavina– Hay muy pocos sacerdotes, las distancias geográficas son inmensas y muchos se tienen que mover sin cesar. Las mujeres, en cambio, son una presencia constante, sin pasaje de ida y vuelta. Esto hace que sean fundamentales en el desarrollo de los proyectos».

El documento preparatorio no habla en ningún momento de diaconado femenino, cuya factibilidad está siendo estudiada por una comisión instituida por Francisco en el 2016. Sus resultados todavía no están claros debido a las opiniones divergentes de sus miembros. Lo que sí quedó evidenciado es el análisis previo al Sínodo es la necesidad de otorgar a las mujeres «espacios cada vez más amplios y relevantes en el área formativa: teología, catequesis, liturgia y escuelas de fe y política». Para Cannavina solo se trata de visibilizar el papel femenino que ya se está realizando al frente de las comunidades.

«Las mujeres cumplen en la Amazonía un papel de guía, de consuelo, de coordinación en la tarea evangelizadora y de gestión al frente de la animación de comunidades. Hay que ponerle nombre a este ministerio, pero de hecho ya existe. Es un servicio que las mujeres estamos prestando a la Iglesia», apunta.

Equipos itinerantes

Las experiencias de mujeres que se instalan durante semanas en comunidades indígenas, comprometidas con la misión y la defensa de los pueblos amazónicos, se cuentan por decenas en la región. La valenciana Eugenia Lloris es un ejemplo. La religiosa perteneciente a la Fraternidad Misionera Verbum Dei –las primeras monjas en establecerse en las favelas de Belo Horizonte (al sureste de Brasil) en los años 70– lleva 23 años en Brasil, pero llegó a la Amazonía en 2014.

Con calzado cómodo y mochila al hombro, cada día emprende un largo camino para desplazarse a las comunidades indígenas –«como hacía Jesús, de pueblo en pueblo»–, visitando áreas de la ribera del río Acre en la triple frontera de Brasil, Bolivia y Perú. Desde 2007 forma parte de un equipo itinerante de misioneros que se sienten llamados a repetir la forma de hacer misión de los primeros cristianos con actitud de escucha y acogida entre los más pobres y excluidos. «Solo reproducimos lo que Jesús hizo: dar espacio para los que están fuera. Antes eran los leprosos y las mujeres. Y ahora son los pueblos originarios. Francisco dice que la periferia se venga para el centro y eso es lo que estamos haciendo aquí en Roma», especifica.

Eugenia ha conocido a unos cuantos de los casi tres millones de indígenas de 390 pueblos distintos: Harakbut, Esse-ejas, Matsiguenkas, Yines, Shipibos, Asháninkas, Yaneshas, Kakintes, Nahuas, Yaminahuas, Kukamas, Kandozi, Quichuas, Huitotos, Shawis, Boras, Awajún y Wampís… Son su familia y por ellos daría la vida.

Su presencia en las comunidades se basa en la asimilación de sus costumbres desde el respeto. Comen su comida, duermen en redes colgadas de los árboles como ellos, se bañan en los ríos como ellos… De hecho, es ella la que se siente agradecida. «La Amazonía ha dado sentido a mi vida misionera. He aprendido cómo vivir integrada con la naturaleza, he aprendido a contemplar, a ver la riqueza de ver las cosas en profundidad», incide.

Su ayuda va más allá de cualquier apoyo de tipo religioso. «Cuando nos piden a Cristo, se lo damos, pero desde el diálogo intercultural», matiza. Así, una de las claves de las misiones de los equipos itinerantes en la Amazonía es ayudar a «empoderar a los pueblos amazónicos» a través de talleres sobre derechos humanos o legislación. «Somos como polinizadores que los ponen en contacto con otras comunidades, instituciones, u órganos de gobierno para que puedan lograr sus objetivos», señala. «Toman conciencia de sus derechos a través del Evangelio», añade.

Eugenia Lloris con un indígena en Brasil. Foto: Eugenia Lloris

Eugenia tuerce la expresión cuando se le pregunta sobre cómo llevar la palabra de Cristo a personas que no lo han escuchado antes. «Eso está mal formulado porque plantea que ellos están incompletos. Hay que purificarse de esa visión de que el indio no tiene nada y yo vengo aquí a traerle algo. No es que tengamos que traer a Cristo porque allí no lo tienen, Cristo está en todas las culturas y en todas las personas. Nosotros venimos a enriquecernos mutuamente», subraya.

«Una Iglesia que se cree superior y que piensa que la única forma de orar es pronunciando palabras, o siguiendo un determinado ritual litúrgico, se pierde la riqueza de aprender con otras formas. El pueblo indígena de la Amazonía todavía lleva las heridas de las primeras evangelizaciones que no respetaron lo suficiente sus culturas», agrega.

Su denuncia está en plena consonancia con el tono que usó el Papa para abrir el Sínodo de los obispos cuando condenó los desprecios racistas que causaron a genocidios como «el que llegó al culmen en mi país hacia finales de los años ochenta, para aniquilar la mayoría de los pueblos originarios porque eran barbarie y la civilización venía de otro lado».

Quedan exactamente diez días de Sínodo. Pero este es solo el inicio de una conversión pastoral hacia una Iglesia de rostro amazónico.