De la fundación de las Brigadas Rojas a la experiencia del perdón - Alfa y Omega

De la fundación de las Brigadas Rojas a la experiencia del perdón

Pidió perdón a las víctimas del terrorismo, aunque sus manos no estuvieran manchadas de sangre. Al hombre que le delató e hizo que le detuvieran, le dio las gracias por apartarle de «la espiral del mal». Alberto Franceschini ha contado en EncuentroMadrid que afrontar sin paliativos todo el sufrimiento causado fue lo que le permitió comenzar su vida de nuevo

María Serrano
El exbrigadista Alberto Franceschini, durante su intervención en EncuentroMadrid. Foto: EncuentroMadrid

Hay un hombre que camina silencioso entre los paneles de madera que componen la exposición sobre Václav Havel. A sus 76 años, Alberto Franceschini (Reggio Emilia, Italia, 1977) ha acudido a EncuentroMadrid, el congreso cultural que organiza cada año Comunión y Liberación, para hablar sobre el perdón y la reconciliación, sobre qué tiene que ver la mirada con la misericordia y sobre mirar cara a cara al mal cometido para redescubrir «el rostro humano» del que hablaba el lema de esta edición. Uno de los paneles de la exposición sobre el comunista y disidente checo, que regresó a su país para convertirse en presidente de la nueva República Checa, reza: «Es posible amar la verdad hasta arriesgar por ella, incluso, la libertad». Franceschini sonríe y continúa su camino.

Él arriesgó la libertad y la perdió entre rejas durante 18 años, si bien estuvo condenado a 72, aunque no fue una apuesta en nombre de la verdad. Sí en nombre de una idea que, por aquel entonces, constituía para él la verdad de su vida. A finales de los convulsos años 60 fundó en Italia, junto a otros defensores de las propuestas marxistas-leninistas, las Brigadas Rojas, un grupo terrorista que buscaba llevar a cabo una revolución sangrienta. Aunque durante los cuatro primeros años del grupo no se perpetraron asesinatos, Franceschini decidió asumir su culpa: «Me arrestaron antes de que llegara a matar a nadie, pero eso no me absuelve: si hubiera tenido que combatir en la calle en aquellos años probablemente lo hubiera acabado haciendo».

«No podía esconderme detrás de la excusa de que yo no había matado a nadie, porque los que mataron lo hicieron por mí. Yo sabía lo que debía hacerse y, para mí, quién empuñaba el arma era un aspecto totalmente secundario».

El exbrigadista despeja una a una las dudas y la posibilidad de aludir al pecado de ignorancia afirmando que quien entra en una organización terrorista conoce «sus obligaciones». «Desde la cárcel veía a mis sucesores llevar a cabo esas tareas por las que yo había entregado la libertad y puesto en jaque mi vida. Para ser honesto, algunas cosas no las compartía, pero siempre predominaba en mí un sentimiento de solidaridad, que es algo que caracteriza a los grupos terroristas: saber que, aunque seamos pocos, estamos unidos».

Cuando Alberto Franceschini fue detenido, no comenzó inmediatamente su arrepentimiento. Pero tras el secuestro y asesinato de Aldo Moro, primer ministro y presidente de la Democracia Cristiana, comenzó a revisar sus posturas. «En un principio decidimos no adherirnos a la invitación a la pacificación e incluso estábamos dispuestos a la muerte para obtener la victoria. En los años siguientes llenamos el país de muertos, en un enfrentamiento constante entre nosotros y el poder, y entonces nos dimos cuenta de que la batalla estaba perdida».

Arrepentimiento.. y gracias al carcelero

Por aquel entonces, el estado italiano comenzó un proceso para reducir las penas de los que se arrepentían, pero ello no incluía pedir perdón a las víctimas. Sin embargo, Alberto Franceschini decidió hacerlo. «Fue un proceso, un análisis, individual. Cada uno debía sentirse responsable de lo que él mismo había hecho. Y empecé a reflexionar sobre qué significaba el arrepentimiento».

En el EncuentroMadrid se muestra como un hombre entero que no aparta la mirada cuando habla de su culpa. Lo hace ante un auditorio de cerca de 1.000 personas, pero también acepta confesarse con quien se sienta a conversar con él. «¿Sabes? La persona que me encarceló era conocida en Italia como el Fratte Mitra [exfranciscano y antiguo guerrillero, miembro de las Brigadas arrepentido que colaboró con la Policía en la detención de los cabecillas de la banda]. Después de muchos años, él quiso reencontrarse conmigo y me pidió perdón por haberme metido entre rejas. “Quería mirarte a la cara y decirte que fui yo quien te persiguió e hizo que te arrestaran. Quería entrar en relación contigo”, me dijo entonces. Yo no tenía ningún motivo para no encontrarme con él, no le guardaba rencor. Al revés, le di las gracias: «Tú me has salvado la vida. Si no hubiera sido por ti, habría seguido derramando sangre, habría seguido atrapado en la espiral del mal. Y seguramente habría acabado muerto”».

Franceschini hace referencia continuamente a la importancia de la verdad para la reconciliación, a este encuentro entre dos personas que supone el punto inicial del camino. «Solo desde el encuentro de los dos rostros, el que ha causado el mal y el que lo ha recibido, es posible el perdón. Solo de este encuentro –no un encuentro abstracto, sino real, concreto, verdadero…– nace un mecanismo de comprensión recíproca, de tolerancia, que te permite entender que para dar un paso adelante hay que reconocer juntos ciertas cosas. Este es el punto de partida».

Para el exbrigadista fue un nuevo inicio. Y su vida testimonia que, como decía su compatriota Cesare Pavese, «es bello vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante».