A ver a Pedro - Alfa y Omega

A ver a Pedro

Es lunes, 3 de marzo. Acabo de volver de Roma. Hoy, al mediodía, nos hemos despedido del Papa Francisco. En la llamada Sala del Consistorio nos recibió a todos los obispos españoles. La mitad nos volvíamos a España, después de haber pasado ocho días en la Ciudad Eterna. La otra mitad llegaba para emplear esta semana en las tareas de la visita a los apóstoles o, como se dice en latín, la visita ad limina apostolorum

Juan Antonio Martínez Camino
El saludo del Papa Francisco a monseñor Martínez Camino, en compañía del cardenal arzobispo de Madrid

Estas visitas obligadas de los obispos de todo el mundo al Papa y a sus colaboradores se hacen al menos cada cinco años. Los españoles habían ido por última vez hace ocho años, en los días finales del beato Juan Pablo II. Para mí era la primera Visita. Vuelvo con la sensación de haber vivido un momento histórico y con confianza renovada en la especial Providencia de Dios para con su pueblo, la Iglesia de Cristo.

Hemos concelebrado la Santa Misa junto al sepulcro de san Pablo, en la basílica que lleva su nombre, en la vía Ostiense. Otro día lo hemos hecho también junto al sepulcro de san Pedro, en la cripta de la basílica vaticana. Dos momentos emocionantes, muy bien preparados y cuidados por los jóvenes sacerdotes estudiantes del Colegio español de San José. Pedro y Pablo dieron su vida por Cristo y por su Iglesia y a ellos acudimos los obispos con piedad para refrescar nuestra disponibilidad para hacer lo mismo.

Pero Roma es la sede del sucesor de Pedro, y los sucesores de los apóstoles hemos de asegurar nuestra unión con Cristo y con todo el colegio episcopal corriendo al mismo paso que Pedro y bajo su guía. Junto al sepulcro de San Pablo recordé aquel pasaje en el que él nos cuenta cómo después de haber recibido del Señor la luz de la fe y la misión apostólica, subió a Jerusalén «para ver a Pedro»: dice que aquella visita era necesaria para evitar el riesgo de correr en vano. No es que los obispos sean delegados del Papa. En sus diócesis o Iglesias particulares ellos representan a Cristo, no al Papa. Su misión es de origen divino, no meramente eclesiástico. Pero, igual que Pablo, los obispos han de desempeñar su misión en unión con Pedro, el obispo de Roma, a quien el Señor constituyó cabeza del colegio de los apóstoles.

Todo esto lo hemos vivido estos días en Roma. Como siempre se ha hecho en la Iglesia, con formas diversas. Pero también de un modo nuevo. Porque los tiempos, como todos los tiempos, son siempre nuevos. El Papa Francisco lleva sólo un año en la sede de Pedro, después de la novedad y la sorpresa de la renuncia de Benedicto XVI. La hermosa cruz pectoral que nos ha regalado hoy a cada obispo lleva todavía el escudo de su predecesor. Estamos en un momento de cambios en Roma y de cambios también en nuestro Episcopado. Pero hemos tenido la gran suerte de haber podido ir a ver a Pedro precisamente en estos días, y creo que todos volvemos reconfortados y animados para la misión recibida.

Hemos tenido la ocasión de reunirnos con el Papa en pequeños grupos de diez a quince obispos durante hora y media. A los de las Provincias Eclesiásticas de Madrid y de Valencia nos correspondió el viernes pasado. El Papa nos habló con el corazón y nosotros también nos expresamos así.

Hoy nos ha dirigido a todos una breve exhortación en la que da las gracias a los obispos españoles por su empeño evangelizador y nos anima a la confianza. Naturalmente, no nos pide que cerremos ilusamente los ojos a la situación actual de la Iglesia y de la sociedad en España. Él mismo habla de «la dura experiencia» que hoy tenemos que hacer al enfrentarnos al indiferentismo y a la «cultura mundana que arrincona a Dios». Pero nos anima a la confianza, porque los obispos no estamos solos. Con nosotros está, ante todo, el Espíritu de Jesucristo, el Señor del mundo y de la Historia, que hace su trabajo en los corazones de los hombres, de todos los hombres: creyentes, indiferentes y ateos. Él es el primer aliado de la tarea episcopal que ha de consistir principalmente en «el anuncio valiente y veraz del Evangelio». Pero junto al obispo está también el pueblo fiel, que «tiene olfato para las cosas de Dios». Y está también la rica historia de la fe en nuestra patria, como pondrá de nuevo de relieve el V Centenario de santa Teresa de Jesús.

Entre los campos específicos del apostolado, menciona el Papa la iniciación cristiana de los niños y de los jóvenes, la preparación al matrimonio y el acompañamiento de las familias, las vocaciones de especial consagración y la atención a los más necesitados.

Ha habido muchas más cosas estos días en Roma: los encuentros en los diversos departamentos de la Santa Sede, las comidas de fraternidad y hasta los paseos para descansar juntos.

Hemos encontrado a un Papa sereno, seguro, lleno de una confianza en Dios y de un amor a la Iglesia contagiosos.