Impresionante servicio - Alfa y Omega

Impresionante servicio

Para la Jornada del DOMUND 2012, bajo el título Misioneros de la fe, nuestro cardenal arzobispo escribe, en su exhortación pastoral de esta semana:

Antonio María Rouco Varela
Hemos de ser misioneros de la fe: llevar a los hombres la verdad.

El mes nos trae dos grandes regalos para la Iglesia universal. Por un lado, del 7 al 28 de octubre, se celebra, en Roma, el Sínodo de los Obispos sobre el tema de la nueva evangelización. Por otro lado, el día 11 de este mismo mes, el Santo Padre inaugura un Año de la fe para toda la Iglesia. El motivo que ha ocasionado estas dos iniciativas es la celebración del cincuenta aniversario del comienzo del Concilio Vaticano II, y también el vigésimo aniversario de la publicación, por parte del Juan Pablo II, del Catecismo de la Iglesia católica.

Todos estos acontecimientos son importantes para la Iglesia universal, para todos los cristianos, y, cómo no, para todos nosotros que estamos comenzando este nuevo curso, en el que nuestra diócesis comienza la Misión Madrid, como fruto maduro de la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada aquí el pasado mes de agosto de 2011. Por todo lo indicado, reviste un relieve especial la celebración anual del Domingo Mundial de las Misiones, el DOMUND.

Sí, celebrar esta jornada misionera con la que comenzamos cada curso tiene una especial importancia, porque el recuerdo de los misioneros, de su impresionante labor y servicio, de su sacrificio por llevar a Cristo a los más lejanos y, en muchos casos, a los más pobres, refuerza nuestro deseo de secundar la llamada del Santo Padre, de modo que todos estos eventos den mucho fruto en nuestra querida diócesis.

El lema elegido por las Obras Misionales Pontificias pone su mirada, justamente, en esta inquietud, y encuadra perfectamente nuestra pretensión de invitar a todos los cristianos, y muy especialmente a los jóvenes, a ser testigos y servidores de la Verdad. Misioneros de la fe. Con ello, se resume toda la inquietud apostólica de la Iglesia y de los bautizados: hemos de ser misioneros de la fe: llevar a los hombres la verdad, la única Verdad, que salva, que alivia, que anima y que es capaz de alegrar el corazón de los creyentes. Ser testigos no se puede reducir a vivir con frialdad las exigencias de la fe, a no negar la verdad y el amor que tenemos a Cristo y a la Iglesia. Ser testigos quiere decir querer proponer, con audacia y alegría, la verdad de Dios a los hombres, convirtiéndonos en apóstoles; proclamar con nuestras obras y con nuestra palabra que Dios existe, que es amor, que ha venido a buscarnos y a salvarnos y que estamos llamados a vivir conforme a su amor.

Los misioneros, distribuidos por los cinco continentes, vieron un día que el Señor no era amado en tantos lugares, y no lo era porque no se le conocía. Por ello, abandonaron una vida más fácil, y eligieron el compromiso serio de ayudar a conocer al Señor y, conociéndole, amarle plenamente. Muchas veces, su forma de vivir, su entrega personal, su compromiso por salvar la dignidad de las personas a las que han sido enviados, ha sido motivo de sufrimientos, abandonos, contagio de enfermedades y de incomprensiones por parte de muchos; incluso algunos han sufrido el martirio, verdadero significado de la palabra testigo.

Generosos, pese a las dificultades

La misión evangelizadora, a la que todos estamos llamados, supera nuestras capacidades. Ellos, las religiosas y religiosos, los sacerdotes, los seglares que han recibido la vocación misionera, lo saben, y por eso cuentan con nuestro apoyo, que se concreta en la oración y el sacrificio por ellos. Muchos tendréis la posibilidad de oír a alguno que os va a hablar a vuestras parroquias y colegios, y a todos nos conmoverá oír sus historias y lecciones de amor. Pero todos debemos recordarlos en nuestras celebraciones y oraciones. Ellos lo necesitan, y además lo valoran y agradecen. También podemos ofrecer nuestras limitaciones, nuestros dolores y sacrificios por ellos y sus trabajos. Pero no podemos dejar de recordar que la Santa Sede cuenta con nuestra colaboración económica para poder ayudarlos en sus necesidades más básicas. Los obispos en las tierras de misión dependen, para atender a los suyos, de nuestra colaboración, de nuestra limosna. Por eso, no puedo dejar de animaros a que seáis generosos, a pesar de las dificultades, en esta Jornada, a la que nuestra diócesis siempre ha mostrado una gran sensibilidad.

Dios, que no se deja ganar en generosidad, nos concederá muchos frutos en la Misión Madrid si nosotros recordamos el bien que podemos hacer a los que hoy llaman a nuestra puerta pidiendo nuestra colaboración, que no son otros que aquellos que nos enseñan continuamente que Dios vale la pena, que el servicio a nuestros hermanos es una exigencia del amor a Dios y que la Iglesia es una gran familia en la que cada uno tenemos nuestro lugar y somos importantes.

Tenemos la oportunidad de vivir una Jornada de Misiones distinta, con más ímpetu y mayor implicación. Ojalá que nos ayude a trasladar a nuestra Iglesia diocesana la ilusión de quienes proclaman el Evangelio a los hombres, y a contagiarnos de su disponibilidad y espíritu de servicio a la Iglesia y a nuestro mundo.

Termino poniendo tantos buenos propósitos y tantas ilusiones para este curso que acaba de comenzar en manos de la Madre de Dios, de Nuestra Señora de la Almudena, nuestra Patrona. Qué ella cuide de nuestros misioneros y ayude a que el pueblo de Madrid no pierda nunca el espíritu apostólico y misionero. Os envío a todos mi saludo cordial y mi bendición.